82 - Siempre paciente

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Mi mejor amigo Max y yo manteníamos una relación amorosa a espaldas de todos, porque no éramos libres de querernos delante de las personas. La situación me angustiaba, y cada vez que entraba en pánico, Max me pedía que solo pensará en él y en nada más que en él. Me enseñó a no pensar en las personas que nos rodeaban ni a inventarme situaciones que podrían pasar si nuestros amigos y padres se enteraban de lo nuestro.

Siempre quería olvidar mis miedos, porque era capaz de sonreírle a Max, no como mi mejor amigo, sino como el que desbarataba todo mi razonamiento por el amor que descubrió en mí por él.

Sonreía a su lado como nunca, pero también desviaba mi mirada cuando lo veía rodeado de chicas coquetas que trataban de enamorarlo. Max era un chico libre para todas ellas. Estaría libre hasta que lo vieran con una chica rondando a su alrededor con la guardia en alto para que nadie se atreviera acercársele. Max no salía con ninguna chica, salía con un chico incapaz de reclamarles sus coqueterías descaradas. Solo podía callar, era mi castigo por estar con él.

Max se daba cuenta. Con frecuencia les seguía la corriente a las chicas. Sonreía con ellas, era atento y amable. No, Max no actuaba mal, estaba comportándose bien. Las chicas delicadas y frágiles debían merecer el trato amable de los chicos, como Max lo hacía, pero esas chicas delicadas le pedían que se reunieran con ellas a solas para insinuársele.

—Tus amigas son muy pegajosas —dije sin querer luego de rebobinar una y otra vez cuando una chica le pidió a Max que se encontraran a solas después de la salida.
—No son pegajosas, son amables —dijo como si nada.

Estábamos esperando en su habitación que las amigas de su mamá se fueran para poder bajar a cenar. Continúe leyendo la lectura que la profesora de literatura nos había pedido que resumiéramos. Me mordí los labios. No quise responderle, pero no pude contenerme.

—Todas son muy amables contigo. Por qué no les pides que sean amables delante de mí cuando te piden estar a solas —de inmediato dejé el libro—Tengo hambre, quiero cenar—recapacité.

Lo menos que le gustaba a Max era que lo saturaran con preguntas y reclamos que él consideraba sin sentido. Max no dijo nada. Acercó su mano a mi cabello para acariciarme, pero me levanté con brusquedad cuando la puerta de su habitación se abrió. Su mamá nos pidió que bajemos para cenar.

Las compañeras y amigas de la mamá de Max siempre elogiaban a mi mejor amigo cuando lo veían bajar. Algunas hacían bromas de presentarles a sus hijas y otras proponían que sin duda lo invitarían para que sea el chambelán de las princesas de sus hogares cuando cumplieran los dulces quince años. La mamá de Max sobrelleva los comentarios con gracia como si fuesen bromas, pero fue incapaz de negarse cuando una de sus amigas afirmó que no era ninguna broma.


Max continuó el recorrido a la cocina con amabilidad. Yo lo seguí de inmediato. Comprendí que todas las mujeres daban miedo en cualquiera de sus edades.

Nos sentamos en la mesa de la cocina mientras su mamá nos servía el lonche. Ella nos dio un fuerte apretón y un beso en nuestros cabellos Antes de dejarnos en la cocina.

—Vino—dijo Max poniéndole mantequilla y mermelada a mi pan.
—¿Qué?—dije sin entender.
—La señora guapa que me manda mensajes. Hace mucho que no me mandaba nada, pero hoy lo hizo.

Casi me atraganté con mi avena con leche cuando lo escuché. Max se apresuró en darme golpecitos suaves en la espalda. Las chicas de nuestra edad rondaban a Max con intenciones amorosas, pero también lo miraban las mujeres mayores sin ninguna moral. Las mujeres sin duda, me recalqué reiteradamente, daban mucho miedo.

—Por qué te manda mensajes—traté de no pensar mal.

—Al principio me preguntaba tonterías. Quería saber que tal me iba en el colegio y otras cosas sin importancia, pero después empezó a coquetearme. En varias ocasiones me invitó a su casa.

Traté de concentrarme en mi lonche. Max endulzó su avena con leche y continuó hablando como si nada.

—Solo fui una vez, lo prometo —Max mordió su pan —. Dejé que me siguiera mandando mensajes, porque me daba risa, pero ya no es divertido. Le dejé de responder desde hace mucho y como reclamo me mandó una foto en ropa interior. Toma—puso su celular sobre la mesa—puedes ver si quieres.
—No quiero —aleje el celular.
—Ella quiere tener una aventura conmigo —dijo untando otro par de panes para los dos. De inmediato dejó los cubiertos para ponerme atención al darse cuenta de mi incomodidad—. No quiero nada con esa mujer, porque solo estoy enamorado de Caramel.
—Entonces debes hacer algo para que deje de mandarte mensajes. Podrías decirle a tu mamá para que hable con ella.
—Mi mamá me ama demasiado. Si le digo que su compañera de trabajo me manda fotos en ropa interior se va a poner muy brava. No quiero que tenga conflictos con nadie de su trabajo.
—Entonces deja que esa señora te siga mandando fotos en ropa interior si tanto te gusta que lo haga.
—No te enojes, Caramel —apretó mis mejillas con delicadeza— Se me ha ocurrido algo. Dile que deje de mandarle fotos en ropa interior a tu propiedad privada.
—No eres mi propiedad privada—refunfuñe ruborizado.
—Dile que la única persona que me puede mandar fotos en ropa interior eres tú.
—Yo no tengo mando ese tipo de fotos—reclamé escandalizado.
—Dile que a la única persona que amo es a ti.
Meneé mi cabeza apenado.
—Sabes que no puedo decirle a nadie.
—Entonces continuaré recibiendo fotos en ropa interior—concluyó como si nada.

Me puse de pie.

—Si te gusta tanto, entonces continua divirtiéndote con la amiga de tu mamá.
Llevé mi taza al lavadero, lo lave con torpeza, lo puse en el escurridor y me sequé las manos.

—Vamos a terminar esto, me voy a casa. No me llames, tendré el celular apagado —dije dirigiéndome hacia la puerta de la cocina, por donde podía cruzar el jardín y la puerta principal de la casa.

—Entonces voy contigo —caminó atrás de mí.
—No puedes.
—si puedo, mira.
—No

Max me abrazó y yo no hice nada para alejarlo. La calidez de su cuerpo me hizo olvidar a la mujer descarada. Max beso mi cabello y acerco sus labios a los míos, pero lo empujé cuando escuché el tronar que provocó la puerta de la cocina al abrirse. Traté de actuar tranquilo.

La mamá de Max y su amiga, una señora muy guapa, entraron con los utensilios que habían utilizado.

—Mis príncipes, no se peleen —dijo la mamá de Max cuando nos vio—. Hay, los niños, siempre jugando brusco —agregó con gracia

Dejamos a las mujeres en la cocina. Salimos afuera para refrescarnos con el aire fresco del parque frente a la casa de Max. Él agarró mi celular, jugueteó un rato con el aparato y luego me entregó su celular.

—Cambiemos de celulares.
— ¿que? No, Max, regrésamelo.
—Cambiemos, Caramel.
—No podemos hacer eso.
—Sí vas a aceptar. Solo cambiaremos por un mes y después nos lo regresamos.

Me convenció. Regresé a casa con el celular de Max. No sé preocupó en cerrar todas sus redes sociales. Si yo quería podía leer todas sus conversaciones privadas, pero no quise hacerlo. En lugar de eso cerré sus cuentas. Eliminé su bandeja de mensajes sin revisar ninguna, porque no quería ver ni por accidente a la señora acosadora que le mandaba fotos inapropiadas.

Fue vergonzoso ver el álbum de fotografías del celular, porque descubrí fotos que me tomó sin que me diera cuenta: En el colegio, cuando salíamos, en el parque, cuando dormía. También grabó videos comprometedoras entre los dos. Las eliminé todas de inmediato sin preocuparme en pedir su permiso.

Paso lo que temí. Un mensaje entró en el celular de Max, de un contacto que él había nombrado como "Señora guapa", el cual cambie por "Señora sinvergüenza". Apagué el celular tranquilo, porque sabía que Max no le iba a responder a la señora sinvergüenza por más que ella le escribiera.

Max era un chico apuesto con muchas chicas pendientes en él, por eso solo tenía que mantenerme al margen para no agobiarlo, porque a él no le gustaba ser controlado ni que le dijeran lo que tenía que hacer. Yo no quería comportarme como las chicas celosas que se encrespaban cada vez que alguna chica se acercaba a Max. Tenía que ser paciente, siempre paciente.

AUN SIEMPRE SERAS TÚ |2DA PARTE|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora