68 - Desde ese día

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Dejé mi mochila sobre mi cama apenas llegué a casa, me senté y me apoyé sobre mi escritorio. Todo estaba mal... todo estaba muy mal. "Dejaremos de ser amigos", retumbó la voz de Max en mi mente. Me incorporé sobresaltado. Estuve encerrado en un cubículo de los servicios higiénicos del colegio junto a Max, estuve encerrado mientras él me abrazaba y me repetía una y otra vez que me quedara a su lado.

Sentí que todos me miraban cuando regresé al salón de clases, pero nadie me prestó atención cuando caminé entre las carpeta desordenadas. Todos mis compañeros se encontraban concentrados en sus trabajos del curso y en conversaciones de su interés. Cristal y Clara conversaban entretenidas. Ellas me incluyeron de inmediato en su conversación sobre un video musical que un artista había estrenado.

"Nada ha cambiado, todo sigue siendo igual", me dije entre las risas de Cristal y Clara. Miré hacia la carpeta de Luz. Sus mejillas pálidas se enrojecieron. Ella se dio cuenta que la miraba, por eso trató de conversar con su compañera cercana para evitarme. "Todo sigue igual", me repetí una y otra vez, aunque al pasar los minutos me dio miedo escuchar el sonido del timbre de la salida.

Miré la puerta de mi habitación. Me acerqué dudando, pero la junté muy cerca del marco. A pesar de querer cerrarlo y ponerle el seguro, no lo hice, solo lo dejó junto. Pensé que si lo cerraba le estaría diciendo a Max que renunciaba a nuestra amistad. Él podría interpretarlo de esa manera. No quería que pensara eso... aunque me daba miedo escuchar sus pasos subiendo las escaleras y el suave chirrido de la puerta de mi habitación al abrirse.

Max vino a mi salón de clases después de que el timbre sonara. Los chirridos violentos de las carpetas y las múltiples voces de alegría me ensordecieron. Su sonrisa pintaba de infinitos colores los rostros que lo rodeaban en medio del vacío donde se encontraba solo para mí. Max se acercó a Luz y desapareció junto a ella y a las espinas que aprendió a sobrellevar cuando clavaban su espalda desde que empezó a caminar a su lado delante de todas.

Escuché pasos golpeando el piso y el chirrido de la puerta de mi habitación. No me moví. Me quedé quieto hasta verlo cruzar el marco. Él cerró la puerta y le puso el seguro. Max se acercó a mí, deslizó mechones de mi cabello atrás de mi oreja y desordenó mi cabello.

—Que serio está Caramel —dijo con su bonita sonrisa.

—Podrías olvidar lo que paso en...

—Terminé con Luz —me interrumpió.

Que tonto, como pude pedirle que olvidara lo que había pasado en el cubículo de los baños. Max no lo olvidaría aunque se lo hubiese pedido. Me daba mucho miedo que él me tratara como a las chicas con quienes había salido. Yo no vestía faldas ni tenía las uñas y el cabello largo como ellas, por eso no podía compararme con ninguna. Me sentí culpable que dejara a Luz, porque ella sí se veía bien al lado de Max. Recordé a Luz sentada afuera de los salones abarrotados de carpetas llenas de polvo. La había visto varias veces con su cuaderno rosa mientras trazaba líneas sobre sus hojas. Me sentí muy culpable.

—Max, ella te quiere, no debiste terminar...

—Ella dijo —Max se a cerco a mí—: Mientras encuentres la felicidad junto a la persona que amas, yo seré muy feliz por ti.

—Por qué te dijo eso, Max —me sobresalté—, qué le dijiste. Tú no le habrás dicho que...

—No, Caramel, tranquilo, no le dije nada, porque sé que eres capaz de morirte si alguien se entera. Yo te ayudaré a ocultar este secreto hasta que me des permiso de contárselo a todos. Ese día voy a ser muy feliz de que todos sepan que estamos enamorados.

Cómo podía mantenerse estable. Yo me moría de miedo de tan solo estar encerrados en mi habitación. A Max no lo le importaba si alguien nos veía entrar a uno de los cubículos de los baños... aunque también pudo compartir ese pequeño espacio con una chica. Nadie estaría en contra, pero yo... no quería imaginarlo.

Max puso frente mi rostro una elegante cajita de tapa dura color azul adornado con una delicada cinta plateada. Esa cajita era... Me quedé quieto. No lo recibí, solo mantuve mi mirada en la cajita de la joya que Max le había pedido a Clara para regalárselo a Luz.

—Qué haces —empujé la caja un poco para intentar que Max lo guardase.

Max abrió la cajita. Dentro estaba la misma joya plateada con el dije de corazón adornado con pequeñas piedritas brillantes que me había mostrado en el parque.

—Caramel, esta joya lo compré pensando en ti —Max me abrazó y yo me quedé quieto—. Yo quería comprárselo a Luz para provocarte un poco de celos. Fui a casa con el catálogo de Clara, pero mientras miraba las joyas solo pensaba en ti en todo momento. Ese día, cuando me fui de la sala de cine con Luz, se lo iba a entregar, pero no pude hacerlo, porque esta joya lo elegí para ti, no para ella. Caramel, quiero que lo aceptes.

Max me extendió la joya en su elegante cajita.

—No puedo hacerlo...

—Sí puedes —Max agarró mis manos y puso la cajita en mis palmas—. Es tuya, Caramel.

Miré la delicada joya de mujer. La manos cálidas de Max sostenían las mías con firmeza sobre la cajita de la joya. Puede sentir sus ansias en el breve silencio que nos rodeó. Sentí muchas ganas de llorar, pero me contuve.

—Es una joya para para mujer, además te dije que no me gustan las joyas porque son frías —dije, pero...

Me imaginé a Max pasando las hojas del catálogo mientras miraba las joyas con su bonita sonrisa. Un apuesto adolescente con un catálogo de mujer en sus manos debía ser interesante de ver para cualquiera. Debía causar extrañeza de igual manera que verlo con un hermoso ramo de flores en medio de la calle.

—Esta joya es muy sencilla para que adorne tu piel. Caramel, la próxima vez déjame cubrirte con lirios de colores.

Mis mejillas me empezaron a arder. Apreté la cajita. Max dejó que lo sostuviera.

—Max, gracias, yo voy a aceptarlo —dije mirando la joya para evitar mirarlo a él.

—Quiero ponértelo —dijo tratando de agarrar la joya, pero sostuve la caja con fuerza.

—No, lo voy a guardar. Es una joya de mujer, no puedo usarlo, pero lo guardaré porque lo compraste para mí. Si te moleta, entonces yo...

—Estoy feliz, Caramel —dijo con una voz muy risueña —guárdalo, es tuya, puedes hacer lo que quieras. Quiero comprarte muchos obsequios. Este fin de semana te voy a comprar un gran ramo de flores.

—No hagas eso por favor —lo regañe.

No sabía que estábamos empezando, pero desde ese día dejé que él me besara la mejilla con cariño, dejé que volviera a agarrar mis manos a pesar de haberle dicho que no estaba de acuerdo y... también dejé que me robara besos cada vez que se le antojaba.

AUN SIEMPRE SERAS TÚ |2DA PARTE|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora