16 - Mejillas adoloridas

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Cuando era pequeño, una de las manías que no me gustaba de las señoras, vecinas o amigas de mamá, era la efusión que demostraban al verme. Mayormente esa efusión era exagerada cuando se trataba de señoras que casi nunca veíamos. Siempre se exaltaban con un: "Esta grande, no lo puedo creer, hasta ayer era solo un bebe". Después venia lo peor, porque sus dedos no se demoraban en apretar mis mejillas sin ninguna delicadeza, aunque para ellas, incluso para mamá, era una muestra de cariño. No me gustaba, por eso siempre me ocultaba tras la falda de mamá cuando una señora se nos acercaba con alegría, aunque siempre en vano, porque nunca pude evitar las manos de las señoras.

Pro no fue el único agobiado, porque las mejillas de mi mejor amigo Max eran las que se ponían más rojas que las mías. Las señoras, cuando lo veían por primera vez, se quedaban encantadas por sus ojos azules y por su cara bonita.

Poco a poco esa manía fue disminuyendo, quizá porque ya no éramos pequeños, sino adolescentes. Las señoras ya no apretaban nuestras mejillas con sus dedos. En lugar de dejar mejillas rojas como demostración de cariño, nos inventaban noviecitas, y por alguna razón empezaban a recordar su juventud. Lo importante era que nuestras mejillas estaban a salvo de señoras cariñosas.

Una tarde, Max y yo estábamos jugando con un video juego que su mamá le había comprado. Nos estábamos divirtiendo mucho, hasta que unas voces desconocidas empezaron a retumbar en toda la casa. Las voces se multiplicaron hasta mezclarse unas con otras en medio de risas escandalosas.

— ¿Qué pasa, Max? — pregunté poniéndole pausa al juego.

—Deben ser las amigas de mi mamá. Ella me estaba diciendo durante la semana que se reuniría con sus amigas de trabajo.

Las horas pasaron. Max y yo continuamos jugando sin darles ninguna importancia a las señoras alegres. Nos divertimos con los videojuegos, miramos una serie de televisión, curioseamos muchas páginas de internet hasta que la noche cayó. Había llegado la hora de regresar a casa.

—No se van, Max.

—Mañana no trabajan. Seguramente se van a quedar hasta mañana. Caramel, quédate a dormir. Si te vas me sentiré muy solo —me propuso tirando un mechón de mi cabello con delicadeza.

De inmediato me puse de pie para alejarme de él. Busqué mi celular con la mirada, y al hallarlo tirado sobre la cama de mi mejor amigo, lo agarré.

—La llamaré para que me dé permiso — dije dándole la espalda.

Mamá aceptó. Me quedé en la casa de mi mejor amigo. Tampoco iríamos a estudiar el día siguiente, por eso buscamos varias películas en internet para amanecernos mirándolas. Mientras leíamos la sinopsis de una comedia familiar, la mamá de Max entró a la habitación.

—Chicos, dejen la computadora. Bajen a comer o se enfriará, rápido —, y desapareció.

Max me miro, sonrió y siguió a su madre, y yo lo seguí a él. Bajamos juntos. A penas nos asomamos en la sala, pude reconocer a unas señoras, aunque unas dos o tres mujeres eran aún muy jóvenes. Las visitantes eran mujeres de variadas edades.

Un grupo de mayor edad nos miraron encantadas, pero más a Max. Sus ojos azules llamaron la atención de todas como siempre. Las señoras no duraron en mirarlo sin temor, a diferencia de muchas adolescentes que lo miraban tímidamente por temor a que descubrieran sus intenciones amorosas.

—Y esos ojos, muchachito, de donde han salido —dijo una señora cercándose a él.

—Pero que jovencito tan guapo te ha salido, Magic. Mira esos ojos.

—Y que talla —dijo otra.

—Es mi Max —dijo con orgullo la mamá de Max.

Las señoras se quedaron encantadas por Max. La escena me hizo recordar a las señoras que apretujaban mis mejillas cuando era un pequeño niño. En ese momento dio un paso atrás, y me dio gracia imaginar que las amigas de la mamá de Max no perderían la oportunidad de apretujar las mejillas de mi mejor amigo. No pude evitar sonreír al recordar. Ya no éramos unos niños pequeños, por eso estábamos a salvo.

—Dagmar, te amo —la mamá se abalanzo a los brazos de Max —. Es mi Dagmar, tan hermoso. Son tan idénticos, aunque su cabello era rubio— la mamá de Max acaricio los cabellos negros de mi amigo. Mi Dagmar, ahora está en el cielo...

—Mamá— Max puso voz de regaño—, ten cuidado, no quiero que te pongas a llorar.

—Hay hijo, como crees, si ahora lo estoy pasando muy bien con mis amigas, verdad, chicas

—Si —dijeron todas a una sola voz.

Cuando pensé que las señoras se iban a volver a concentrar en su reunión de amigas, de repente unos dedos apretujaron mis mejillas sin consideración. Me sobresalte hasta el punto de nublar mi vista de dolor. La señora de mayor edad se había acercado a mí sin que me diese cuenta. Tambalee sorprendido luego del apretujón.

—Y este niño quien es. ¿Tu otro hijo?

Mientras la mamá de Max respondía la pregunta, mi mejor amigo me miró con sus grandes ojos llenos de sorpresa al verme con la mano en la mejilla después del maltrato tan brusco de la señora. No pudo contenerse. Se hecho a reír sin control. Para mi gusto, la misma señora, en medio del ataque de risa de Max, apretujó las sonrojadas mejillas de mi amigo.

Max se quedó perplejo, pero en lugar de sentirse violentado, sonrió divertido con la mano en su mejilla.

—Ya no somos niños, por qué —dije sobándome la mejilla en la cocina, donde Max y yo cenábamos mientras las señoras lo hacían en la sala. Me pareció lo mejor. Porque la conversación que comenzaron sobre sus novios me pareció vergonzosa.

—Fue divertido. Las mejillas de Caramel están rojitas. Te queda muy bien.

— ¿No es verdad? —

— Sí lo es, y mucho.

—No lo es...

—Que bonitas las mejillas de Caramel —insistió Max, y... no dudo en apretujar mis mejillas con sus dedos, pero sin lastimarme.

—No me trates como si fuera un niño, Max, no lo soy —me quejé.

—Te voy a tratar como quiera — dijo manteniendo las palmas de sus manos extendidas en mi mejilla sin apretujar mi piel.


Después de las cena, las señoras de mayor de edad se fueron, y antes de irse, la mamá de Max nos pidió que bajáramos para despedirnos de ellas, lo cual fue todo un reto, porque la señora con manos de pinzas prensó sus dedos en las mejillas de Max y las mías sin contemplaciones, como si fuésemos dos niños.

AUN SIEMPRE SERAS TÚ |2DA PARTE|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora