41 - Lágrimas

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Mi mejor amigo Max salía con Ángel, un adolescente de inclinaciones románticas desviadas que puso sus ojos en Max. Ángel no me agradaba ni un poquito, pero traté de ignorar la situación solo por Max. Yo tampoco le agradaba. Sus celos se le habían escapado de las manos. Seguro pensó que me iba a quedar callado cuando empezó a molestarme. Debió ser de esa manera, pero tropecé. Nuestras riñas se volvieron contra nosotros.

Ángel me mandaba mensajitos de textos sin medir lo que escribía. Sus mensajes eran sinceros, porque todito el desprecio que sentía por mi lo sabía expresar en las pocas palabras de sus mensajes.

Max se enteró y me puso frente a Ángel para detener sus agresiones. No estaba bien. Quise salir corriendo de su casa, pero mis piernas se mantuvieron tiesas. Fue mi culpa por quejarme como un niño de primaria, por eso yo era el único que debía darle solución.

Max jaló a Ángel de brazo e hizo que estuviera frente a mí. Debió perder la paciencia al concluir que quizá Ángel se quedaría quieto y callado sin ni siquiera intentar dar explicaciones sobre los mensajes. La actitud poco delicada de mi mejor amigo fue la misma con la cual trataba a las chicas cuando se hartaba de ellas. No me gustaba ver cuando Max lastimaba, y a pesar de que Ángel no era una chica, él se veía acongojado y confuso como una de ellas.

—Qué haces, Max, no hagas esto —le reclamé quitándole mi celular—. Fue una tontería haberte dicho, no me hagas caso. Me voy a casa.

—No, Caramel, te quedas. El que se va es Ángel.

La mirada acusadora de Ángel se había mantenido fija en mí desde que llegué, pero se descompuso después de las frías palabras de Max. En ese momento su semblante se quebró y sus labios temblaron, pero respiró lentamente para tranquilizarse.

—Lo siento, Caramel, no volveré a escribirte. Fue un error, no lo volveré a hacer —Ángel resopló sin mirarme.

—Ángel, ya vete a casa —Max insistió—. Tus disculpas no son suficientes ni nada de lo que hagas. No quiero ver tu cara.

Un prolongado silencio incómodo inundó el ambiente. Bajé la mirada avergonzado mientras Ángel cruzaba miradas con mi amigo mientras era regañado por mi culpa.

—Entiendo, estas enojado — volvió a resoplar—, entonces me voy. Más tarde te llamo para hablar.

—No me llames.

—Está bien, no lo haré —respondió después de una dolorosa pausa—, pero hablemos otro día, mañana o pasado. Te esperaré en casa.

—No, Ángel, no esperes que te llame ni que te vaya a buscar, porque no lo voy a hacer. Deja de hablar y vete, me estas molestando. No soporto verte.

No lo soporté. No me gustaba ver cuando lastimaba, por eso siempre preferí desaparecer cuando sus palabras y mirada hacían que los rostros de las muchachas se entristecieran adoloridos; pero un extraño impulso me empujó entre ellos. Me puse en medio de ambos para detener a Max.

—Max, ya no digas más—reclamé—. No hagas esto por una tonteri...

—Caramel no es una tontería. Eres muy importante para mí, por eso de ninguna manera puedo tolerar que te agredan.

—Pero Ángel dijo que no me volverá a escribir mensajes y yo le creo.

—No me defiendas, no lo necesito —Ángel habló tajante, aunque su voz segura se escuchó con un casi imperceptible quiebre—.Por qué mejor no te apresuras en ocupar mi lugar. Te quedaría mejor en lugar de fingir ser el mejor amigo.

—Ángel...

—Lo sé, Max —interrumpió—, ya me voy.

A pesar de haber tenido la impresión de que se descompondría frente a nosotros, no lo hizo. Ángel caminó hacia la puerta en silencio, posó su mano en la manija y se mantuvo quieto por unos eternos segundos. Él se iba al fin, creí, pero no, porque el nunca giró la manija de la puerta. Ángel se giró para vernos con una resentida mirada en su rostro adolorido.

—Sé a quién prefieres, Max —dijo con una voz quebrada que apenas salió de su garganta—. Caramel es más importante a pesar de que sales conmigo. Nunca le voy a poder ganar porque tú no me quieres a mí —dijo y luego me miró con sus ojos llenos de lágrimas—. Lo siento, Caramel, no te volveré a escribir cosas horribles, pero no me quites a Max.

Me quedé sin palabras. Ángel cubrió su rostro con la intensión de quizá detener sus lágrimas que se resbalaban por sus mejillas sin control. No me había confundido. Ángel era como esas chicas que le lloraban a Max cuando él las lastimaba.

—No llores —escuché a Max.

A Max no le gustaba ser dominado por las lamentables lágrimas que él consideraba un instrumento para manipularlo. El lloriqueo o berrinche, como solía referirse al llanto de las chicas, no lo ablandaban, al contrario, lo enojaban y hacían que se volviera más cortante y frio.

Pero...la voz de Max no sonó severa ni enojada. Su voz trató de consolar a Ángel con amabilidad. Caminó hasta él e intentó detener las incontrolables lágrimas con sus manos mientras acariciaba sus mejillas.

—Ya no llores, lo siento —lo abrazó con cariño.

—Esto solo es una tonta discusión de enamorados, ¿verdad? —dijo Ángel con su voz entrecortada poco entendible—. Mañana me buscarás a casa para estar conmigo y olvidaremos todo esto. Max, te quiero mucho, no te enojes conmigo.

—No estoy enojado contigo.

Me sentí un tonto parado en el mismo lugar que ellos. No existía en ese momento. No me agradó ver llorar a Ángel, pero tampoco me agradó que Max fuera amable con él. Me dolió tanto.

—Caramel, necesito que regreses a tu casa. Iré buscarte más tarde —me dijo aun con Ángel en sus brazos.

Su voz tan suave me sacó de las nubes.

—Sí —respondí sin reclamos y cruce el marco de la puerta cerrándola tras de mí.

Me recosté en la puerta. Una extraña fuerza me apretó todo el cuerpo hasta el punto de asfixiarme. Yo era el malo... por mi culpa Max me mostró que podía ser manipulado por las lágrimas de Ángel.

AUN SIEMPRE SERAS TÚ |2DA PARTE|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora