75 - Quédate a mi lado

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Los días se empezaron a sentir melancólicos desde que nos enteramos de la enfermedad de Clara. Poco a poco todo a mí alrededor volvió a retomar tranquilidad, pero para Cristal esa melancolía se mantuvo. Ella sentía un vacío que no podía ser llenado por ninguna voz alegre ni carcajadas que no fuesen de su amiga. La carpeta desocupada tras de ella le recordaba la ausencia de Clara. Su mejor amiga estaba enferma.

Nos mantuvimos en contacto con Clara mediante llamadas virtuales. Ella nos contaba lo desagradable que eran las innumerables pastillas que tenía que tomar todos los días. Los acompañaba con jugo de frutas para no devolverlas, porque el sabor se le fue volviendo menos soportable para que las pudiera pasar. Clara tenía que tomar las pastillas aunque las odiaba, o corría el riesgo de no curarse. Su mamá siempre estaba a su lado para asegurar que se las tomara todas. Nos asustaba mucho imaginarnos que algo malo le pasaría si no tomaba las horribles pastillas, por eso siempre la alentábamos.

La repentina enfermedad de Clara me asustó.

Max siempre estuvo a mi lado desde muy pequeños porque éramos mejores amigos. Cuando se iba de viaje para visitar a su familia nos comunicábamos por internet. Max no estaba enfermo, ni yo, por eso no habían sensaciones dolorosas entre nosotros.

Max y yo manteníamos una relación amorosa tras las personas que nos rodeaban. Max me dijo que nunca supo cuando empezaron a surgir sus sentimientos por mí, solo sabía que desde siempre quería que lo viera y que lo prefiriera entre todos los niños que jugaban en el parque con nosotros.

—Mamá me contó que tuvo riesgos de aborto durante su embarazo de mí—Max me dijo luego de visitar a nuestra amiga Clara.

Lo miré consternado. No supe que decir. Toda la vida que había tenido hasta entonces se volvió en nada con solo imaginar mis recuerdos sin Max.

—Mamá no tuvo problemas con el embarazo de mi hermana. Ella es supersticiosa. Dijo que alguien le había hecho brujería por quedarse con papa, el chico más apuesto de su universidad donde estudiaba —dijo sonriendo sin considerar que sus palabras me hicieron daño.

— ¿Es verdad?, tu mama casi...

—Sí, Caramel, es verdad, mamá casi me pierde. Si ella no lo hubiese logrado, no te habría conocido. Tendrías otro mejor amigo y una novia con quien seguramente serías muy feliz.

—No lo inventes —traté de desmentirlo, porque no podía imaginar su ausencia en el parque de niños donde lo conocí

—No te miento —volvió a afirmar—. Me alegro de estar vivo, porque de lo contrario ahora no estaría caminando junto a Caramel.

Sentí muchas ganas de llorar, pero solo adelanté mi paso para tratar de disimular.

Me volví sensible. Entre mis cosas encontré un álbum de envolturas de dulces. Mamá me ayudó a hacerlo luego de descubrir mi colección de envolturas pegadas con cinta adhesiva en uno de mis libros de inicial. Envolturas de caramelos, galletas, chocolates; diferentes golosinas que Max me había invitado. Muchas de las golosinas ya no se vendían.

El álbum tenía muchas páginas libres de envolturas. Un día simplemente dejé de pegar las envolturas. Fue cuando Max empezó a salir con su primera enamorada en la primaria. Dejé de pegar las envolturas porque Max también le compraba caramelos, galletas y chocolates a su enamorada.

Miré uno de los mueble altos de mi armario empotrado. Max me regaló una caja de dulces mixtos el día que me confesó sus sentimientos. Habían pasado varios meses. No pude aceptar sus sentimientos, por eso dejé la bonita caja en el armario sin tocar ni uno solo de los caramelos.

Desenvolví la caja con cuidado. El papel de regalo azul me hizo recordar cuando Max me pidió que lo eligiera del muestrario de papeles finos cuando lo compramos juntos en una elegante y cara tienda de dulces. Destapé la caja. Agarré un chocolate blanco bañado con maní. Su crocante textura y el delicioso relleno de irreconocible sabor se habían conservado.

Los pirotines de los dulces eran de varios colores. Agarré el pirotin del chocolate que me había comido y lo extendí en una página libre del álbum. Lo sujeté con cinta adhesiva. No me comí ninguno más. Cerré la cajita para volverlo a dejar en el mueble alto, pero no lo hice. Lo dejé sobre mi escritorio.

Junto a la caja de dulces mixtos había dejado la bonita cajita de la joya de plata que Max me regaló. Destapé la cajita. Era una delicada joya de mujer que él eligió de un catálogo para mí. Saqué la joya de la caja y lo acomodé entre mis dedos. Era muy bonito.

— ¿Así que siempre lo miras cuando no estoy? —Escuché a mis espaldas—. Me hace feliz saber que te gusta.

Me volteé para verlo. No escondí la joya ni mucho menos traté de inventar excusas para tratar de acusar a Max de que se hacía ideas equivocadas. Extendí la joya hacia él.

—Max, ¿podrías ayudarme?

Max no dijo nada. Se mantuvo serio por un momento, pero me sonrió luego de comprender lo que le estaba pidiendo. Asintió con un intenso brillo en sus hermosos ojos azules. Max recibió la joya de mis manos, se puso tras de mí y la deslizo con delicadeza por mi cuello.

—Te queda muy bien —dijo agarrando el pequeño corazón de plata.

—Max, siempre quédate conmigo. No quiero que me dejes aunque no puedas soportarme. Siento no ser alguien perfecto para ti.

—Eres perfecto para mí —dijo acariciando mis mejillas como siempre lo hacía. Sus manos suaves escarapelaban mi piel.

—Quiero besarte ahora, ¿Quieres que lo haga? —preguntó, aunque no debió hacerlo, pero lo hizo para molestarme.

—Eres molesto —dije desviando mi rostro, pero Max volvió a hacer que lo mirara.

— ¿Quieres que te bese? —volvió a preguntar.

Bajé la mirada. Su pregunta ruborizó mismejillas con intensidad. Max podía hacerlo si quería. Él me robaba besos cuandose le antojaba, pero en ese momento deseaba hacer que mis mejillas se pusieranrojas como los tomates. Debí alejarme de Max, reclamarle y cambiar el tema,pero no lo hice... solo asentí despacio.    

AUN SIEMPRE SERAS TÚ |2DA PARTE|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora