40 - Fuimos un triángulo

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Fuimos un triángulo amoroso donde tuve que ser un insensible con mi mejor amigo Max y un farsante con Cristal, la chica con quien salía; un triángulo donde las palabras de ellos eran amables conmigo, donde me sonreían sinceros y yo me desvanecía tras la penumbra de la culpa.

Sostuve una relación amorosa con mi mejor amigo a espaldas de mi enamorada. La engañábamos. Sonreíamos delante de ella con descaro y a sus espaldas Max me abrazaba con cariño, me robaba besos indecorosos y decía amarme hasta el cansancio. Sostuve una relación amorosa con Cristal, a quien agarraba de las manos y llenaba de mimos impulsado por la culpa cuando miraba su sonrisa sincera. Le ofrecía a Cristal todas mis atenciones amorosas a vista y paciencia de Max, quien a pesar de todo no dejó de extenderme sus brazos con cariño cuando nos quedábamos solos.

Fuimos un triángulo amoroso, uno que me hizo perder la fuerza cada día. Yo fui el único culpable en lastimarnos, porque no hice nada para romper lo que nos mantuvo atados, más bien me esforcé en mantenernos perdidos en el triángulo como si esta fuese un laberinto sin salida que nos mantendría encerrados quizá hasta algún día morir.

Fuimos un triángulo amoroso...

Me conmocionó. Sus palabras no me cortaron, solo me hicieron flotar, porque toda la carga emocional que se había acumulado en mi pecho se empezó a disipar con cada palabra que pronunció.

Me sentí estúpido parado en medio de la calle a solas. Mi celular timbró incontable veces, pero no respondí. Dejé que el nombre de Max brillara en la pantalla de mi celular una y otra vez, hasta que inevitablemente lo apagué. No quise responder sus llamadas porque mis palabras solo hubiesen sonado torpes, y era seguro que Max se habría preocupado al reconocer mi estado fuera de lugar.

Fui a casa, pero desvié mi camino hacia la calle que me llevaba a la casa de mi mejor amigo Max. Prendí mi celular. Jugueteé con el móvil frente a su puerta hasta ver su nombre brillar en mi lista de contactos. Max no demoró en responder cuando le timbré.

—Caramel, dónde estás, dime, voy a buscarte.

—Max, estoy afuera de tu casa. Sal a abrirme la puerta.

—Estoy en tu casa, pero quédate ahí, yo voy.

—Está bien —respondí recostando mi espalda en la puerta.

Max no se demoró. Nuestras casas se encontraban en lados opuestos de una misma cuadra no tan grande. Frente de su casa se encontraba el parque donde nos habíamos conocido de pequeños. Todo había cambiado. El color de las casas, la infraestructura del parque, Max, quien ya no era un niño pequeño.

El semblante tranquilo de Max a veces me inquietaba. Él me sonrió al verme y buscó en los bolsillos de su pantalón las llaves de su casa.

—Clara me dijo que te fuiste con Cristal —dijo mientras giraba su llave en la chapa de la puerta—. Fue bueno que lo dijera o me hubiese preocupado. No desaparezcas sin decirme nada, sabes que me preocupo; pero está bien, no tienes que decirme cuando sales con ella. De todas maneras ella es tu enamorada.

—Max, mientras estaba con ella pasó algo que tengo que decirte. Aun no entiendo lo que paso, pero...

—No me asustes —dijo cerrando la puerta tras nosotros. —. Si otra vez quieres terminar conmigo, mejor no lo intentes, porque no te voy a dejar.

—Estás cansado de mí —si era verdad lo iba a entender.

—No digas eso, Caramel, nunca lo voy a estar. Ni siquiera deberías pensar en eso.

—Porque no me dejas, Max, así terminas con todo esto. Yo no le hago bien a nadie, no te hago bien a ti ni a Cristal, por eso los dos deberían dejarme.

Max se acercó a mí, me abrazó y acarició mi cabello con cariño. Mi estado de ánimo descompuesto necesitaba de sus palabras amables para tranquilizarme. Cuando me sentía torpe, aprovechaba sus atenciones para ocultar mi rostro en sus brazos.

—Max, Cristal —traté de pronunciar sin ahogarme—, ella terminó conmigo.

Un escalofrió recorrió mi cuerpo. Max se mantuvo quieto, se alejó de mí para buscar mi mirada, quizá para esperar que desmintiera la noticia. Su rostro de sorpresa cambio a una hermosa sonrisa y sus ojos azules me mostraron la gran alegría que sentido en ese omento.

—Ella terminó conmigo —volví a repetir manteniendo mi mirada en su mirada profunda.

Max Apretujó su cuerpo con el mío con fuerza. Su entusiasmo se desbordó, pero a pesar de lo fácil que él había asimilado la noticia, yo no podía aceptar aquello. Todo había estado bien entre Cristal y yo, hasta que de repente decidió dar por terminada nuestra relación una noche cualquiera después de un día escolar nada especial.

—Caramel, ahora eres libre, cuánto lo deseé. No necesitas fingir delante de ella nunca más. Ya no tendrás que sonreírle como solo debes sonreírme a mí, ni caminar de su mano, porque soy el único a quien debes permitírselo.

—Max, no sé si esta está bien.

—Sí, Caramel, está muy bien —dijo tocándome el rostro.

—No sé, tengo miedo. Y si ella sabe algo, por eso...

—Saber qué —me interrumpió—. No compliques nada, Caramel, ella no tiene que saber nada, y si lo sabe, que importa; además, sería mejor si lo sabe. Todos deberían saberlo: Nuestros compañeros, Nuestros amigos, nuestros padres.

—Eso nunca —reclamé alterado.

—Qué tal si solo me dejas disfrutar de este momento —me volvió a abrazar—. Fue bueno que ella entendiera que nunca serías feliz a su lado. Ya no más mentiras para ti, para ella ni para mí. ¿Caramel, también estás feliz?

—Sí, lo estoy Max —respondí dejándome apretujar.

—Cuanto —preguntó dándome un beso en la frente.

—Muy feliz.

Fuimos un triángulo que Cristal quebró por nuestro bien sin saber que estaba envuelta en una mentira. Ella debía estar bien. Fue bueno, porque toda la culpa que sentía cuando Max me abrazaba desapareció. Sabía que nuestra situación estaba mal, pero Max me enseñó a solo pensar en él. En ese momento la sensación de angustia había desaparecido al fin.

AUN SIEMPRE SERAS TÚ |2DA PARTE|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora