79. Davo

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Mi estadía en Buenos Aires comenzó a sentirse diferente luego de haber tomado la decisión de llevar a cabo aquel concierto. Me sentía más animado, con un objetivo claro en vista, aunque también sabía a lo que me exponía. Apenas anunciada la notica a la prensa, comenzaron a notarse nuevas guardias en la puerta de mi edificio, más acecho de parte de periodistas recién llegados desde latitudes desconocidas y también una decena de improvisados paparazzi que buscaban la oportunidad de hacerse de alguna primicia que les llenara los bolsillos al venderla a los mismos portales y folletines amarillistas que me habían elegido como blanco de críticas y mentiras desde el instante mismo en que mi cara apareció por primera vez en una entrevista televisiva. Pero no todo era negativo, por el contrario: me resultaba vigorizante saber que era el pilar fundamental de algo tan anhelado por Fabrizio, lo que me ilusionaba de una manera que hacía mucho tiempo no me sucedía.

Por primera vez en años los miedos no me paralizaban.

Por primera vez desde el inicio de mi carrera volvía a sentir ese cosquilleo interno, mezcla de inseguridad, nervios y ansiedad, que llena a la mayoría de los artistas cuando se aproxima el momento de volver a pisar un escenario.

Con la ayuda de Malena comenzamos a darle forma a aquella presentación. Cómo y cuándo sería, con qué músicos o si era mejor cantar sobre una pista grabada, bailarines sí o bailarines no, si debía ser realizado en un arena, un teatro o en algún predio en cercanías del lugar al que queríamos ayudar. Fabrizio, mi asistente y yo nos rompíamos la cabeza intentando encontrar la manera de materializar aquel inusual recital lo mejor posible. Nos reuníamos prácticamente a diario en el departamento entonces alquilado de Puerto Madero, un lugar que comenzaba a percibir como un hogar, un sitio de pertenencia en el que cada vez estaba más cómodo. Finalmente, consensuamos en que lo mejor era llevar cada detalle de la organización del evento a la máxima simpleza posible.

Aunque estaba de acuerdo con ello, también sentía que no podía pararme frente al público sin ofrecerles nada más. Creía que nadie querría verme solo a mí, ¿quién podía tener interés en ello? Aquel era un temor que me perseguía desde el principio de mi carrera. Al iniciar la organización de cada gira o presentación en vivo, me embargaba la presión extrema de tener que alcanzar cierto estándar, siempre demasiado alto, que yo mismo me había impuesto; sospechando toda vez que no conseguiría cubrir la expectativa.

Hacía ya mucho que no salía en tour y más aún que no me presentaba en mi país, lo que agregaba un ingrediente de zozobra a mi atormentada mente.

Durante más de veinte años había llenado estadios en todo el mundo, ofreciendo la vanguardia tecnológica en cuanto a escenario, imagen y sonido; siempre había buscado tener una imagen innovadora, lo que ya se había convertido en un distintivo de mis presentaciones, algo esperado por los fans.

Pero aquel despliegue escondía un secreto.

De algún modo, siempre había estado convenciendo de que el público que asistía a mis espectáculos saldría decepcionado de mí y mi performance. Lo que, en esa oportunidad, me hacía pensar que no les interesaría verme sentado en una banqueta, solo frente a un micrófono, por más que se tratara de una obra benéfica.

—Hay algo que no te convence —observó Fabrizio una tarde, mientras lo acompañaba en uno de los balcones que miraba a la ciudad para que pudiera fumar.

—Tengo miedo de que no sea suficiente esto como lo estamos planeando.

—¿Suficiente? —se extrañó.

—No creo poder hacerlo así... —confesé.

—¿Hacer el concierto?

Su rostro mudó y sentí que debía ser honesto con él.

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