47. Davo

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Mi vida parecía cada vez más enredada. Problemas por todas partes. Mentiría si dijera que no me preocupaba no encontrar una salida sencilla para tanto que me arremetía, pero no tenía cabeza para ello. Marrero había arribado a Buenos Aires el día anterior para tratar de convencerme de que retomara los compromisos asumidos. A pesar de su insistencia, de su acoso, no tenía ganas de recibirlo o de reunirme con él pata hablar de trabajo, ya sea en su hotel o en mi departamento. Me estaba resultando imposible mejor mi estado de ánimo; ni siquiera había abandonado mi cuarto en las últimas veinticuatro horas. En la tempestad en que mi mente estaba sumergida, era como si el hecho de no levantarme de la cama equivaliese a detener el correr de las horas. Pero si hay algo que no responde a voluntad alguna es el tiempo, que se empeña siempre en arrastrarnos hacia lo inexorable.

Finalmente el día, tan temido como esperado, había llegado. Aunque aún no decidía lo que quería hacer. Esa noche, a partir de las veinte, mis excompañeros del secundario se reunirían para celebrar los veinticinco años del fin de curso. ¿Era realmente conveniente para mí presentarme? ¿Cómo podía estar más preocupado en esa tontería nostálgica que en el futuro de mi propia carrera, en la que había invertido toda mi vida? ¿O podía ese encuentro influir de alguna manera en mi porvenir, mejorarlo? Eso esperaba. Eso era lo que más deseaba. De alguna manera, anhelaba borrar los últimos treinta años y volver a empezar. Aunque, a esa altura, me costaba creer que pudiera haber algún dejo de felicidad aguardándome.

Consulté el reloj, eran las cinco de la tarde.

Un par de meses atrás, mi dormitorio hubiese estado a punto de llenarse de gente que me ayudaría a alistarme para el compromiso. Mi pensamiento se llenó de recuerdos de entregas de premios, estrenos, eventos a beneficio e incontables fiestas. Todo parecía tan lejano, tan carente de importancia. Las escenas se sucedían como una película sin sentido ni cronología de la que era espectador, pero como si nunca hubiese formado parte.

Escuché movimientos del otro lado de la puerta de mi cuarto, me pregunté si sería Malena regresando de la reunión con los abogados norteamericanos que habíamos contratado o si la señora que había comenzado a ocuparse de los quehaceres domésticos se había retrasado y todavía no se había retirado. Sonó un celular y reconocí la voz de mi asistente quitándose de encima a algún reportero o productor que solicitaba una entrevista.

Decidí levantarme, todavía buscando mentalmente una excusa para no tener que salir esa noche. Fui hasta el baño, me cambié y, antes de abandonar la oscuridad de mi dormitorio, tomé un par de calmantes para intentar mantener mi ansiedad a raya.

—Pensé que volvería más tarde —le dije a Malena, mientras ella buscaba algo en la pantalla de su laptop.

—Estábamos dando vueltas siempre sobre lo mismo y no íbamos a llegar a ponernos de acuerdo, así que volveré a reunirme con ellos en dos días, cuando tengan más clara la estrategia que llevarán en la demanda.

—¿Hay algo para que firme? —pregunté.

—Todavía no, señor.

Tenía la expresión contraída y cierta intranquilidad en la mirada. Me pregunté si le preocupaba tanto el tema judicial o si acaso había algo más que no se animaba a decirme.

—A las 20 horas va a llegar el auto que solicitó —parecía estar corroborándolo en la agenda de su celular.

—Gracias Malena.

—¿Comió algo señor?

—Tomé un té que me alcanzó más temprano la señora... no recuerdo el nombre.

—Mabel.

—La señora Mabel. ¿Parece eficiente, verdad? —pregunté, solo por buscar un tema de conversación; mientras me sentaba en el sofá de la oficina que jamás utilizado.

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