Carta

65 12 7
                                    




Buenos Aires, 3 de junio de 2019


Querido David:

Quizá te resulte extraño que haya decidido contactarte después de tanto tiempo, es que el corazón de una madre nunca olvida, aunque el destino la haya forzado a abandonar aquello que más ha amado.

Y eso sos vos, hijo mío, fruto de mis entrañas.

He viajado desde lejos para poder mirarte a los ojos por primera vez en más de cuarenta años y, ahora, he estado un par de días dando vueltas a la manzana de la torre en que vivís, tratando de juntar coraje para pedir verte. Sin embargo, otra vez la cobardía me ha ganado y creo que me volveré a marchar sin atreverme a enfrentarte. Por eso he decidido comprar este papel y un sobre, para hacerte saber lo que hace mucho tiempo debí haberte dicho: que te amo, que siempre lo he hecho y que separarme de vos fue lo más doloroso que me tocó vivir. En ese momento, sentí que no me quedaba más remedio; aunque a lo largo de los años me lo he reprochado tantas veces, que llegué a pensar que debería haber enfrentado a mis miedos y a tu padre; y que debería haber luchado por llevarte conmigo. Al mismo tiempo, cuando veo todo lo que has logrado, hasta donde has llegado, la vida que te has sabido forjar, siento que mi sacrificio ha valido la pena. Porque yo nunca hubiera podido darte nada cercano a lo que tenés hoy. Trato de pensar en eso cuando la culpa me pesa o cuando me invaden las mismas dudas que me persiguen desde aquella tarde en que te vi por última vez: ¿Me querrá mi pequeño? ¿Podrá algún día perdonarme?

Los años transcurren y cada vez tengo más miedo de morir sin que sepas cuánto te he amado. Aún en la distancia y en silencio, has sido mi hijo favorito, el primero, el que me hizo conocer el más grande sentimiento que una mujer puede tener: el amor incondicional hacia el fruto de su propio cuerpo. Un amor tan inexplicable, que cuando te vi por primera vez en la televisión, sin conocer tu verdadero nombre o cuál era tu pasado, supe de inmediato que eras vos, mi primogénito, el hijo que me vi forzada a dejar atrás para que nada peor pudiera pasarnos a cualquiera de los dos.

No sé lo que tu padre te habrá dicho entonces o después, pero puedo asegurarte que no era mi intención que nos separáramos y mucho menos que no hayamos podido volver a vernos hasta hoy.

El tiempo pasa más rápido de lo que uno llega a percibir y, cuando me quise dar cuenta, sentí que ya no había manera de volver atrás o de que me perdonaras e intuí que ya no querrías verme. Sin embargo, el dolor es mayor a medida que uno se hace más viejo y la misma pregunta de siempre se repite cada vez con mayor frecuencia: ¿te gustaría que nos encontremos, hijo mío?

No quisiera morirme sin poder hacerlo, aunque no sé si sea capaz de reunir la suficiente valentía para ello o siquiera para decirle a mis otros hijos que tienen un hermano y que ese hermano no es nada más ni nada menos que Davo, el famoso Davo.

Se me termina el papel y siento que todavía quedan mil cosas por contarte, tanto por explicar.

¿Me has extrañado?

¿Has pensado en mí alguna vez en todos estos años?

¿Podrás perdonarme algún día?

¿Volverás a llamarme "mamu" y a mirarme con esos ojos miel llenos de amor como lo hacías cuando eras tan chiquito?

Te amo David, lo vuelvo a escribir porque preciso que lo sepas. Te amo desde que te vi por primera vez en el hospital donde te traje al mundo. Lo que sentí en aquel momento en lo profundo de mi pecho fue tan grande, que supe que no existiría nada capaz de modificarlo y no lo ha habido, ni jamás lo habrá. Hoy, a mis 74 años estoy más segura que nunca de ello.

Ojalá antes de que sea demasiado tarde me atreva a decir en voz alta mi verdad y más aún a enfrentar tu juicio, tu ira o aquello que guarde tu corazoncito para mí; mientras tanto, seguiré admirándote a través de una pantalla y repitiéndome en silencio cuánto te amo y cuánto quisiera abrazarte.

Te amará por siempre,

tu mamu Silvia.

TAMBIÉN LO RECUERDO TODODonde viven las historias. Descúbrelo ahora