30. Zeta

90 17 4
                                    


A la semana siguiente, jueves por la tarde, tuvimos la primera clase de Educación Física. A partir de ese año los deportes escolares se practicarían en el mismo club donde yo entrenaba fútbol y no en el último piso de la escuela como había sido hasta entonces. Dejé el auto en el estacionamiento y caminé los doscientos metros hasta los vestuarios masculinos atravesando las canchas de césped sintético, que estaban todavía vacías. Entré a aquel cuarto inmenso buscando con la mirada a David, estaba seguro de que lo encontraría allí, pero no lo vi. Lo mismo ocurrió la semana siguiente y la que le siguió; al igual que los cinco años que habíamos cursado juntos, seguía escapándole a la materia. Ese último día, parecía que el profesor también lo esperaba, porque cuando terminamos el partido y estábamos en el vestuario a punto de bañarnos, preguntó por él, mientras chequeaba algo en una carpeta.

—¿Alguien sabe algo de Basinas?

Nos miramos entre todos.

—¿Nadie tiene idea de por qué no está viniendo? —insistió.

La negativa fue generalizada.

Soltó la carpeta sobre un banco con un gesto de fastidio.

Me encaminé hacia las duchas pensando que debía hablar con él para convencerlo de asistir antes de que fuera sancionado; inclusive, podía venir conmigo en el auto.

Cuando volvía hacia mi locker, escuché algo que prefería no haber tenido que oír.

—Mejor que no venga —dijo alguno de los chicos—, lo único que falta es que tengamos a un puto acá, para que nos esté mirando mientras estamos en pelotas.

Los demás rieron.

—No le digas así, che, que es buen pibe —reconocí la voz de Javier.

Me había detenido justo antes de ingresar a la zona donde estaban todos, podía escuchar lo que se decía sin que advirtieran mi presencia.

—Ay él, defendiendo a su novia que estudia danzas —gritó uno.

—Tené cuidado a ver si te contagia de SIDA y te cagás muriendo —saltó otro más, también riendo.

—¡¿De quién mierda están hablando?! —los enfrenté enfurecido.

—Parece que Basinas es trolo, ¿no escuchaste que hace ballet?

Me le fui encima, desbordado por la ira. Enceguecido. Envestí a aquel pobre diablo con todo el peso de mi cuerpo y la totalidad de mis fuerzas. Lo arrastré hasta la pared, donde su espalda golpeó con violencia.

—¡¿Qué carajos estás diciendo?! —le escupí en la cara.

—¡¿Qué te pasa?! ¡No es para tanto! ¡Ya ni siquiera son amigos!

Volví a empujarlo contra el muro, aún más enojado; queriendo liquidarlo con la mirada. Sentía ganas de estrangularlo. Hacer que se callara de una buena vez.

Nunca me había sentido así, estaba fuera de mí.

Aun arrinconando al que tenía en mis manos, me volteé increpando al resto, fijando mis ojos en cada uno de ellos.

—¡Al que vuelva a escuchar hablando mal de David, le voy a romper la cara! ¡Y si me entero de que alguien le dice algo de esto a él o se burla, les juro que se van a arrepentir de haber nacido!

Las expresiones de desconcierto se tornaron en un ambiente tenso. Las miradas se cruzaban inciertas, nerviosas. Decidieron hacer de cuenta que nada había ocurrido, bajaron las cabezas y continuaron con lo que habían estado haciendo. Solté al idiota que tenía sujeto contra la pared, golpeándolo en el pecho con el puño a modo de advertencia.

TAMBIÉN LO RECUERDO TODODonde viven las historias. Descúbrelo ahora