29. Zeta

38 6 0
                                    


Pasó el verano, comenzó el cuarto año del secundario y las cosas no habían variado demasiado para mí. Con Carolina seguíamos bien, aunque habíamos estado separados durante los casi tres meses de vacaciones. En diciembre yo había viajado a Italia a visitar a mi hermano y al volver, me uní al resto de la familia que veraneaba como cada año en Pinamar. Ella no se tomó vacaciones, por lo que podría haberla invitado a visitarnos algunos días o haber vuelto con mi padre en alguno de sus viajes de trabajo para visitarla, pero ninguna de las dos cosas ocurrió. Hablábamos de vez en cuando por teléfono, aunque no con demasiada frecuencia; yo aseguraba que era porque tenía que caminar cinco kilómetros hasta el centro para encontrar un locutorio.

Al regresar a San Justo, con unos ahorros que tenía y la ayuda de mi madre, me compré mi primer auto, un Fiat 147, que por entonces estaba muy de moda entre la gente de mi edad. Me lo entregaron justo unos días antes del inicio de clases. Estallaba de orgullo y de alegría por tamaña adquisición. Había estado tan ansioso por tener mi propia movilidad, que había sacado la licencia un día después de cumplir los dieciséis años; aunque pocas veces había conseguido que me prestaran el auto familiar.

El primer día de clases pasé a buscar a Caro por su casa para ir juntos al instituto. Mientras estacionaba junto a la vereda de enfrente, vi a David llegando en una bicicleta. Se bajó justo a nuestro lado sin percatarse de nuestra presencia y comenzó a encadenarla a un poste. De inmediato aparecieron los nervios; aunque hice lo posible por disimularlo. Cuando mi novia vio de quién se trataba, se volteó hacia mí para estudiar mi reacción. Apagué el motor fingiendo tener control absoluto de la situación.

Al bajarme del auto, David se giró y me reconoció. Ambos dudamos durante un segundo que pareció una hora. Dio para percibir el titubeo en su mirada, el leve movimiento de su cabeza buscando refugio en otra parte. Le sonreí, no por quedar bien o por educación, sino porque me alegraba verlo. Sus ojos cambiaron en ese momento y también me sonrió.

—¿Te compraste un coche? —preguntó cohibido.

—Ya era hora, ¿no? —respondí riendo, sin saber qué más agregar.

Estaba mucho más alto que la última vez que lo había visto, más fornido.

Me intimidaba.

—Te felicito —respondió.

—Gracias. Por lo que veo vos también andás motorizado.

—Sí —rio, volteándose hacia la bicicleta—, me la regaló un amigo para que no volviera a casa a pata. Es que los ensayos terminan muy tarde y casi nunca hay colectivos.

—Ah... ¿Los ensayos de teatro?

—Sí.

—Qué bien... ¿Y tu viejo no te dijo nada? —solté sin pensar.

Su rostro se ensombreció, lo que provocó que me sintiera pésimo.

—Perdón. No quise... —intenté disculparme.

—No te preocupes. Debe pensar que me la compré yo, no nos hablamos mucho últimamente.

—Lo siento. De verdad...

—Tranqui.

Apenado, miré hacia el interior del 147. Carolina seguía sentada en su asiento, no parecía dispuesta a salir hasta que David se marchara.

—También en los ensayos de la banda terminamos tardísimo —agregó David, intentando volver al momento previo a mi desatino.

—¿Estás en una banda? —disimulé.

Largó una carcajada. Supongo que estaba enterado que ya sabía.

—¿Vamos? —interrumpió mi chica, bajándose al fin.

TAMBIÉN LO RECUERDO TODODonde viven las historias. Descúbrelo ahora