71. Davo

57 11 5
                                    


—Gracias por decirlo —fue mi única respuesta a aquel «también lo recuerdo todo».

Me resultó difícil soltar esa frase, lo hice con una voz débil, casi inaudible.

—Quería que lo supieras —contestó.

Asentí, mientras retorcía mis dedos intentado disipar la congoja, los nervios. Me volví hacia los ventanales y vi que el día había comenzado a tornarse plomizo. Densos nubarrones llegaban desde el este para cubrir el cielo.

—Espero que hayas traído paraguas —dije por decir.

No sabía sobre qué conversar.

Mi mayor temor era que comenzáramos a indagar en el pasado.

De pronto volví a sentirme con quince años, invadido por el miedo a mis propios sentimientos, aterrado por cómo podía reaccionar ante ellos el hombre que yo amaba.

Porque amaba a Fabrizio.

Lo sentía.

Lo sabía.

Jamás había dejado de hacerlo.

—Vine en auto —respondió—. Aunque quizá deba dejar un riñón cuando quiera pagar el estacionamiento.

Nos sonreímos con timidez.

—Tal vez si me firmás un autógrafo para que lo venda online, no solo pueda cubrir ese maldito garaje de ricachones típico de Puerto Madero, sino también la carrera universitaria de mi hija.

Otra vez la realidad.

Así, estampada en mi cara como si nada. Su nueva vida, la presente, siempre iba a estar entre nosotros. Era inevitable. Todavía no había decidido si estaba dispuesto, si podía aceptarla.

—¿Marina se llama tu hija, verdad?

—Sí... Tendrías que verla, se parece mucho a mi hermana a su edad, ¿te acordás?

Cómo podía olvidarlo.

«Claro que me acuerdo», la frase bregaba por escapar de mi boca.

En cambio, volví a afirmar con un leve descenso de cabeza.

Quizá debería haberle preguntado por Mina, indagar sobre el resto de su familia; intentar saber qué era de la vida de Lilia, la recordaba con tanto cariño. Pero algo me impedía hablar de ese otro tiempo. Creo que temía que si lo removía, la fantasía entorno a él se desharía como ocurre con los objetos desgastados por el paso de los años.

—¿De verdad no te vas a quedar en Buenos Aires? —cambió de tema.

—No lo creo.

Esa vez fue él quien asintió pensativo.

Había tanto por decir y a los dos nos faltaban las palabras.

—¿Cuándo te pensás ir?

—No lo he decidido aún.

Hizo un mohín indicando que no me creía.

—No lo sé, en serio —remarqué.

—Leí en algún lado que habías venido para quedarte.

Mis ojos lo buscaron por voluntad propia. ¿Acaso era frecuente que leyera sobre mí? ¿Le interesaba saber lo que ocurría conmigo? Intuirlo, se sintió como un gesto de cariño de su parte. Quería creer que todavía le importaba.

—No creas en... —comencé a decir.

—...todo lo que dice la prensa —completó mi frase.

Volvimos a sonreírnos.

TAMBIÉN LO RECUERDO TODODonde viven las historias. Descúbrelo ahora