44. Zeta

84 13 15
                                    


—¿Quién sos? —le dije mientras se desperezaba en el asiento del acompañante de mi auto.

—¿Qué? —farfulló.

—Que quién sos: el chico que va conmigo a la escuela desde séptimo grado o la estrella del under porteño con una cola de seguidores y fans.

Dibujó una sonrisa adormilada y me apartó con una mano, fingiendo fastidio.

—No me molestes —balbuceó.

—Bueno, dale; despertate, que ya dormiste bastante mientras yo manejaba.

—¿Quién te manda a querer salir a las 5 de la mañana?

—Para evitar el tránsito...

—Bueno, está bien; pero sabrás que las estrellas nos despertamos siempre tarde —se incorporó en el asiento, impostando una actitud sobradora. Luego miró hacia el paisaje campestre, que se sucedía fugaz al otro lado de la ventanilla—. ¿Dónde estamos?

—Hace un rato pasamos Dolores, todavía nos falta bastante.

Volvió a desperezarse con exageración.

—¿Qué? —se incomodó porque no le quitaba los ojos de encima—. Mirá para adelante, que vamos a chocar.

—Estoy tratando de darme cuenta cuál de los dos Davos me acompaña hoy —me burlé.

—¿Qué es eso nuevo de los dos Davos? Si sabía que me ibas a empezar a gastar, ni te invitaba al show.

—Aunque no me invites, a partir de ahora, voy a estar ahí cada vez que cantes.

—¿Ah, sí? ¿Siempre?

—Todas las veces.

—¿Tipo presidente del club de fans?

—Voy a hacerme una bincha con tu nombre y una remera con tu cara de dormido —bromeé.

—¡Qué idiota que sos! —rio—. Entonces, ¿te gustó?

—Soy del club de fans, ya te dije.

—¡Dale, nabo! Hablo en serio.

—Yo también.

Refunfuñó y sacudió la cabeza.

—¿Trajiste mate por lo menos?

—Atrás de tu asiento —señalé.

Se giró y trajo frente a sí los elementos para prepararlo. Mientras lo hacía, volví a observarlo de soslayo, risueño.

—¿Va a estar tu papá? —preguntó sin quitar la vista de lo que estaba haciendo.

—¿Dónde?

—Cuando lleguemos a Pinamar. Últimamente me mira con cara rara, no sé por qué.

—No le hagas caso. No estamos pasando un buen momento, capaz que por eso está tan rompepelotas.

—Me hubieses avisado antes. Ahora pienso que voy a estar molestando metido en el medio.

—No te preocupes, la mayor parte del tiempo no vamos a estar en lo de mis viejos.

—¿Y dónde vamos a estar?

—En lo de mi tía.

—¿La solterona? —me alcanzó el primer mate.

—¡No le digas así! Mi tía, la buena onda —lo corregí.

Blanqueó los ojos.

—No te asustes —lo animé—, seguro que le caés bien.

TAMBIÉN LO RECUERDO TODODonde viven las historias. Descúbrelo ahora