69. Davo

169 19 12
                                    


Cuando al fin abandoné mi dormitorio, Malena se encontraba trabajando en su escritorio. Me asomé a la puerta para saludarla, aunque hubiese preferido continuar todo el día escondido. Me miró por encima del marco de sus anteojos y de inmediato supe que estaba estudiando mi semblante demacrado. Decidí sonreírle para no tener que dar explicaciones. Esa madrugada, cuando regresé de la reunión, decidí tomar cuanto sedante pude encontrar para poder dormirme y eso siempre dejaba consecuencias que arrastraba durante toda la jornada siguiente, pero no quería que lo sucedido la noche previa fuera mi primer tema de conversación.

—Mabel le dejó el desayuno en la puerta de la habitación, no sé si lo vio —soltó con cierta duda, lo que hizo notar que había cambiado la frase que quería decir.

—Lo vi, Malena. Gracias —me desentendí.

—¿Desea que se lo caliente o prefiere almorzar?

Aún un poco mareado, me adentré en la habitación, corrí una de las sillas y me senté frente a mi asistente, que fingía estar absorbida por el trabajo.

—¿Qué hora es? —pregunté.

Dejó lo que estaba haciendo y consultó su celular.

—Son las catorce treinta y dos, señor.

—Dígame Davo, por favor, y hábleme de vos.

—De «tú» querrá decir. —me sonrió con picardía.

—Eso, dígalo con ese acento cubano tan lindo que tiene.

—Hablando de cubano... —suspiró con cierta rabia y resignación.

—¿Qué pasó ahora?

—El señor Duval, otra vez abriendo su bocota.

Giró la laptop hacia mí y me mostró la nota de un portal.

«¿El amor secreto de Davo?». Rezaba el titular, ilustrado por una foto en la que Cristian Duval y yo sonreíamos mientras tomábamos un café en un descanso de las grabaciones de la telenovela en que nos conocimos.

Resoplé frustrado.

Nunca en mi vida me arrepentiría tanto de algo como de haberme relacionado con ese tipo.

—Me han vuelto loca toda la mañana con los llamados y los correos electrónicos solicitando entrevistas o declaraciones al respecto.

—No conteste. Ya se les va a pasar.

Fijó sus ojos en mí de la manera en que siempre hacía cuando deseaba decirme algo, pero no se atrevía.

—¿Qué sucede, Malena? Dígame —la animé.

—¿Por qué nunca lo has hecho público?

Busqué tras los ventanales las palabras adecuadas para esa respuesta sin estar seguro de que existieran. Solté por la boca todo el aire que contenían mis pulmones tratando de alivianar la desilusión que me provocaba aquel secreto. Justificar en voz alta el mantener oculto una parte tan importante de mí no resultaba sencillo.

—Cuando empecé mi carrera, no era como ahora. En los años noventa, era impensado que un galán o un cantante popular dijera que le atraía alguien de su mismo género. Nuestra mayor audiencia son las mujeres, que consumen todo lo que hacemos porque nos piensan como un objeto sexual o algo así. Era imposible. De haberlo hecho, todo el negocio se hubiera ido al demonio —Me detuve unos segundos, mientras una aluvión de recuerdos se sucedía en mi mente—. Mi primer representante era el gay más reconocido de South Beach en aquella época; de hecho, me descubrió bailando por unos míseros dólares en un bar de la comunidad gay en Lincoln Road. Pero Andrew también era el empresario más hábil y lo primero que me dijo fue que no podía hacer públicas mis «preferencias» y me aconsejó alejarme lo más posible de todo lo que me relacionara al mundo gay. Aseguraba que ninguna discográfica o cadena televisiva me querría contratar. Imagínese que, después de lo de Rock Hudson y Freddie Mercury, todavía existía el estigma del SIDA sobre las personas homosexuales. Él se encargó de hacer desaparecer cualquier rastro de mi pasado como bailarín y modelo que pudiera levantar sospechas. Luego, cuando comencé a tener éxito, se encargó de montar incontables operaciones de prensa con mentiras sobre diferentes novias o conquistas, sobre supuestas bodas canceladas y otros tantos escándalos amorosos inventados. Se escribieron kilómetros y kilómetros de tinta al respecto. Al principio parecía un juego, pero cuando quise darme cuenta, aquello se había convertido en una bola de nieve que se había escapado completamente de mi control y que no sabía cómo parar. Ahora, tantos años después, aún me siento incapaz de desdecir todo lo que siempre he afirmado con la mayor cara de póker en entrevistas o en sesiones fotográficas montadas para las revistas. ¿Con qué tupé le explico a la gente que la he engañado solo para seguir ganando dinero? No sabría cómo hacerlo. No puedo. Es una maraña que no sé cómo desatar.

TAMBIÉN LO RECUERDO TODODonde viven las historias. Descúbrelo ahora