25. Davo

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El cielo de Buenos Aires amaneció gris y completamente nublado, la verdad era que no extrañaba el calor permanente de Miami ni tampoco su sol abrazador. Sin embargo, hacía ya más de un mes que había vuelto a la ciudad donde crecí y todavía no sabía para qué lo había hecho, o quería convencerme de que así era. Por momentos me embargaba la sensación de haber corrido atrás de un espejismo, creyendo que con mi regreso conseguiría enmendar viejas heridas como por arte de magia. Nada más lejano a lo que sentía aquella mañana, en la que tampoco tenía la mínima voluntad para abandonar la cama. Llevaba casi una semana allí tirado, escuchando en mis auriculares una y otra vez canciones tristes, sintiendo la necesidad de lamentarme y de estar autocompadeciéndome por antiquísimas penas que quizá muchos ya hubieran superado. A mí me dolían como el primer día.

Repasé sin cesar todos los caminos que había recorrido para llegar hasta el lugar en que me encontraba. Reviví los hechos que había vivido desde aquella maldita noche en que nos separamos. Cada uno de los instantes, hasta ese preciso momento.

¿Dónde me había equivocado?

¿Por qué nunca había podido rehacer del todo mi vida?

¿En qué recodo me había perdido?

Recordé la felicidad inmensa que sentí al recibir el cachet de la campaña publicitaria que me permitió costearme finalmente el pasaje a Estados Unidos. El sacrificado inicio en un lugar diametralmente opuesto a lo que conocía, sin conocer a nadie, sin saber dónde estaba parado. Pensé en las cosas que había tenido que ceder para hacerme un lugar: los abusos, los malos tratos; a todos los que había permitido pasar por arriba de integridad, hasta rebajarme a entregarme a cambio de una oportunidad para poder avanzar. Volví a ver esos rostros que tanto aborrecía, a sentir sus manoseos inmundos, que me asquearon entonces y que jamás dejarán de hacerlo. Fue así como conseguí mi primer trabajo fijo como bailarín en aquel club gay de Lincoln Road, un año y medio después de haber llegado. Bailaba casi desnudo la noche en que Andrew me descubrió en ese escenario. Otra vez ceder un poco de mí mismo a cambio de sus influencias, solo que esa vez sí valió la pena y todo fue cambiando demasiado a prisa. Las primeras fotos profesionales, la primera telenovela, el día en que salió a la venta mi primer CD; parecía que tocaba el cielo con las manos. Por primera vez volví a sentirme con un propósito en la vida. Volví a ser feliz, me creía capaz de comerme el mundo. Pero ¿cuánto me duró esa sensación? ¿Por qué nunca había conseguido sentirme de verdad entero? ¿Por qué era incapaz de llenar semejante vacío que me carcomía por dentro y para el que nada parecía ser suficiente?

Vino a mi cabeza la primera vez que probé la cocaína, el recuerdo nítido del sitio en que fue y de quién me la ofreció. La sensación imborrable de lo que me provocó y el saber, al mismo tiempo, que me hundiría irremediablemente en un pozo del que jamás conseguiría salir. ¿De qué me sirvieron tantas noches desmesuradas, tanto descontrol? Tantas compañías pasajeras, interesadas en robar algo del brillo de mi carrera. El tener uno, dos, cinco, veinte; a tantos amantes como fui deseando. El ser consciente de que a medida que me iba haciendo más y más famoso, más me iba perdiendo. Las excusas siempre vigentes para el vicio. Pensar solo en el trabajo, la próxima gira, el próximo disco, la película para la que no había sido elegido; el estar dispuesto a pagar cualquier precio para conseguir cada cosa que me proponía. Las innumerables relaciones tóxicas, la violencia física y emocional: los golpes, los gritos. La historia de mi infancia repitiéndose en mis parejas. La prensa, su acecho constante. Las mentiras guionadas, la verdad manipulada por el bien de los demás, el tener que ocultar mi verdadera esencia, algún dejo momentáneo de felicidad que me regalaba el amor. El sentirme cada vez más inseguro a causa de todas y cada una de esas mentiras. Mis provocaciones innecesarias, los escándalos.

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