63. Zeta

81 15 6
                                    


Después del baño fuimos a caminar por la playa. Quizá por los nervios, ninguno de los dos tenía hambre. Anduvimos lado a lado por más de cuarenta minutos, siguiendo la luz del faro que iluminaba de a ratos el paisaje costero. De vez en cuando los ojos de uno buscaban al otro. Nos sonreíamos como dos niños traviesos, cómplices, que guardaban un secreto.

—¿Qué? —se avergonzó.

—Nada, te miro nomás.

Le guiñé un ojo con picardía.

—Me vas a ojear de tanto mirarme —se burló.

—Sí, boludo, estoy tratando de embrujarte.

Ambos reímos.

—¿Hasta dónde vamos a seguir? —pregunté, porque nos estábamos alejando mucho.

—No sé. Está linda la noche. ¿O ya querés volver?

—Es que ayer no dormí nada. Estoy hecho bosta.

—Es verdad, yo tampoco pegué un ojos. Culpa de no sé quién...

—Perdoname.

—Ya me las voy a cobrar.

Volvimos a reír mientras nos girábamos para emprender el regreso.

Pasé un brazo sobre sus hombros, ya que me pareció que estaba con frío. Me miró con curiosidad. Volví a sonreírle con autosuficiencia, me gustaba descolocarlo.

—Creo que sería más cómodo si yo te abrazo.

—¿Por?

—Porque soy más alto —soltó con picardía.

—Ja-ja. Qué chistoso.

—Debe ser por tus genes italianos. ¿Son petisos los tanos, no?

Cosa dici?

Digo, tengo entendido que no son muy altos.

—La differenza di altezza non si nota a letto.

Entrecerró los ojos y estudió mi gesto teatralmente.

—¿Dijiste lo que creo que entendí? "Letto" es cama, ¿no?

No pude evitar sonrojarme.

Non so cosa ho detto.

—Dale.

—È colpa tua —le susurré al oído.

Me empujó con el cuerpo y rió al ver que trastabillaba porque los pies se me enterraron en la arena suelta.

—Ya sé lo que estás haciendo —me advirtió.

—Cos'è che faccio?

—Querés aprovecharte de mí hablándome romántico para que caiga rendido a tus pies.

Non è necessario, con questo mio sguardo, posso farti bruciare di passione.

—No entendí nada, o mejor dicho no quiero entender, porque si seguís hablándome así, te juro que no llegamos a la casa.

Quella è l'idea.

Le di un pico en los labios.

En aquel punto, deseaba poseerlo más que nada. Y quería que él también lo hiciera. Era como si, una vez que había imaginado nuestros cuerpos aunados, no veía la hora de que sucediera. Anhelaba que me sintiera en él, poseerlo de una manera impensada. Quería que sucediese, antes de que las voces en mi cabeza continuaran sembrando dudas. El desasosiego me inundó de pronto. ¿Qué iba a suceder una vez que saciara ese nuevo deseo? ¿Podría continuar como si nada? ¿Iba a ser capaz de disfrutar lo que nos sucedía y que ambos queríamos experimentar? ¿O terminaría culpándolo por animarme a dar tan definitivo paso? ¿Qué pensaría mi familia cuando se enterara? ¿Sería capaz de enfrentar mi mirada en el espejo una vez que traicionara a todos los sueños que me habían traído al mundo, a cada uno de mis antepasados? ¿Y si estaba a punto de cometer un error, si las cosas no eran como las estaba imaginando y no me nacía repetirlo? ¿Cómo lo tomaría David? ¿Se sentiría también traicionado? Si lo decepcionaba de esa manera, no iba a perdonármelo jamás. Entonces sí, ya nunca volveríamos a ser los mismos. No lo seríamos igualmente cuando despertásemos la mañana siguiente.

—¿Estás bien? —preguntó cuando comenzábamos a subir por los médanos camino a la casa.

—Sí —mentí.

—Te habías ido.

—Suele suceder. A veces viajo, pero siempre vuelvo. No te preocupes.

TAMBIÉN LO RECUERDO TODODonde viven las historias. Descúbrelo ahora