21. Zeta

106 20 0
                                    


Ese verano viajé con toda mi familia a Italia para visitar a mi hermano, por lo que me perdí la muestra de danza que organizó el Centro Cultural donde cursaba Davo, cerca del final del año. Quería haber estado presente para apoyar a mi amigo, aunque me conformé pensando en que no faltarían oportunidades futuras para hacerlo. Él parecía por demás entusiasmado con los estudios artísticos. Planeaba y no paraba de hablar sobre todo un futuro alrededor de esa y de otras actividades que le permitieran expresarse y que parecían prometerle una vida promisora lejos de sus padecimientos familiares.


El tercer año en el instituto secundario se caracterizó por las continuas fiestas de cumpleaños de quince de nuestras compañeras y de las chicas de la otra división, podíamos ser dos grupos distintos pero nos conocíamos todos.

No sé de qué manera Beatriz consiguió convencer a David para que asistiese a su fiesta. Hacía tiempo que yo sabía que ella se sentía atraída por él, de modo que supuse que habría intentado hasta lo imposible para que no faltara.

Ese sábado, mi amigo llegó a casa cerca de las seis de la tarde. Habíamos combinado que le prestaría ropa para la ocasión y que luego mi madre nos llevaría en auto hasta el salón donde se realizaría la celebración, para evitar el frío terrible que hacía por esos días.

—¿Listo para tu primera fiesta de quince? —metí pulla.

—No me lo recuerdes, porque me levanto y me las tomo.

—No seas aburrido, querés.

—Sí, sí... Cambiemos de tema mejor: ¿ya pensaste en lo que me vas a prestar para que me ponga? —preguntó sin demasiado ánimo, recostado en mi cama, mientras yo estudiaba las prendas en el interior del armario con la minuciosidad que la ocasión demandaba.

—Es lo que estoy tratando de decidir —saqué un pantalón de vestir y se lo arrojé—. Tomá, probate esto.

—¿Me cambio acá? —parecía avergonzado.

—Sí, boludo; ¿adónde querés ir? Si vinieras a las clases de Educación Física, te tendrías que cambiar adelante de todos los pibes.

—Callate, que me parece que voy a tener que empezar a ir nomás —se lamentó, poniéndose de pie desabrochando los pantalones de jeans.

—¿Por qué decís eso?

—Porque el nuevo profesor me pidió un certificado médico actualizado y hace rato que no tengo más ataques de asma. No creo que pueda seguir zafando.

—No sé qué tanto te cuesta venir a las clases. Son divertidas. Para mí, lo mejor del secundario.

—Si hiciéramos gimnasia, todavía; pero lo único que nos hacen hacer es jugar a la pelota, y yo odio el fútbol —se terminó de colocar la prenda y se observó en el espejo—. Me queda chico, Zeta.

—¿De dónde sacaste esas patas?

—Hago danza, boludo. ¿Qué querés que haga?

—Sí, ya sé; y yo hago deportes todo el día y el pantalón me queda perfecto.

—No llores, Zeta. Aceptalo, sos más menudito. Además, todavía no pudiste pasarme en altura. Y no creo que cambie.

—Quiero que sepas que te odio por eso —bromeé, volviendo en búsqueda de otra prenda para ofrecerle.

Al final, después de varios intentos, encontramos lo que vestiría. Comenzó a prepararse en cuanto yo me fui a dar un baño. Cuando regresé al cuarto, ya estaba arreglado; aunque otra vez descansaba recostado en mi cama. Me paré cerca y sacudí sobre él mi melena mojada. Me divertía molestarlo.

TAMBIÉN LO RECUERDO TODODonde viven las historias. Descúbrelo ahora