36. Zeta

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Me quedé con él hasta la mañana siguiente, dormitando en una de las camas vacías de aquella fría habitación. A primera hora del día le administraron unos calmantes que lo indujeron a un sueño profundo. El enfermero que lo hizo me pidió que por favor me retirara porque lo comprometía quedándome. Aún dormía cuando me marché. Le dejé una nota sobre la mesa de luz indicándole que volvería más tarde. También una botella de agua mineral y un par de sus alfajores favoritos que compré en el comedor del hospital.

Lo primero que hice fue volver a mi casa, estaba seguro de que mi madre no había pegado un ojo y que no lo haría hasta verme llegar sano y salvo. Lo que no había anticipado era que encontraría a Mina en la misma situación. Por suerte, mi padre estaba en otro de sus viajes, sino hubiese tenido que escucharlo por pasar la noche fuera y no haberme reportado con ellos.

Después de contarles buena parte de lo sucedido y de tranquilizarlas respecto al estado de Davo, decidí descansar un rato. Me di una ducha y me acosté. Eran las dos de la tarde cuando volví a levantarme. Quería ir lo antes posible hasta el trabajo de mi amigo. Debía darles una explicación de por qué no se estaba presentando y alcanzarles uno de los dos certificados médicos que me había conseguido Teresa, la enfermera que me había permitido ingresar a la habitación. Resultó que en la remisería estaban muy preocupados por él; les aseguré que pronto se recuperaría y entonces regresaría. Me rogaron que los mantuviera informados por cualquier problema.

Volví al hospital para el horario de la visita vespertina, a las cuatro. Lo encontré sentado en su cama, mirando televisión. Se lo veía de mejor ánimo. Reparé en los objetos que había sobre la mesa auxiliar y vi que la botella aún contenía la mitad del agua y que la nota que había dejado continuaba aprisionada por su peso, pero no había señal de los alfajores.

—¿Te comiste los dos?

—Sabés que lo dulce es mi debilidad.

Sonreí y me senté a su lado.

—¿Comiste algo más?

—Sí, el almuerzo espantoso del hospital.

—¿Querés que te compre otra cosa en el comedor?

Negó con la cabeza.

—Con que estés acá es suficiente. No pensé que volverí a verte hoy.

—¿Cómo que no? Si te dejé escrito que vendría.

—Supuse que ibas a pasar el domingo Carolina.

Blanqueé los ojos.

—No, no la veo desde ayer cuando me fui de la reunión por mi cumpleaños.

—Te arruiné el festejo...

—No seas bobo, Davo. No lo estaba disfrutando de cualquier manera. Hacía tres días que no teníamos noticias de vos.

—Lo siento.

—Ni que lo hubieras hecho a propósito.

—Lo sé, pero no quiero poner tus cosas patas para arriba. Ni que discutas con tu novia por mi culpa.

—No te preocupes, que no precisamos excusas para eso.

—¿No van bien las cosas?

Me recosté en la silla, negando con la cabeza.

Me agotaba el solo hecho de pensar en el asunto.

—Hace rato que nos llevamos como perro y gato. En octubre le pedí un tiempo; después nos reconciliamos y se suponía que las cosas cambiarían, pero se nos termina el año y seguimos en la misma.

TAMBIÉN LO RECUERDO TODODonde viven las historias. Descúbrelo ahora