22. Zeta

94 19 5
                                    


Como habíamos combinado, mi madre nos llevó hasta la fiesta en el auto de la familia. Ocupé el asiento del acompañante, mientras que David y Carolina viajaban en el trasero. Como iban en el más absoluto silencio, los observé por el espejo retrovisor. Estaban ambos mirando hacia la calle desde su propia ventanilla, ignorando la presencia del otro. Siempre era el mismo fastidio cuando estábamos los tres juntos. Traté de iniciar una conversación, pero resultó inútil. Noté que mamá también echó una mirada rápida hacia ellos a través del espejo, pasando por mí antes de volver al camino. Me sentí incómodo. Y así seguí hasta que finalmente llegamos al salón. Quince minutos que parecieron horas. De alguna manera, y no sé por qué, la chica que me gustaba y mi mejor amigo se detestaban desde la primera vez que se miraron a la cara.

Carolina había ido acercándose paulatinamente a mí desde que comenzamos a cursar juntos. Durante años había estado visitando mi casa para encontrarse con Mina, pero solo desde que nos encontramos en el secundario es que comenzamos a hablarnos por cuenta propia. A mi hermana no le caía del todo bien la idea de que ese vínculo pudiera convertirse en algo más, pero me tenía sin cuidado. Yo no me metía con los personajes nefastos que ella elegía como novios, por lo que tampoco iba a permitir que ella lo hiciera con quien me interesara, por más amigas cercanas que fueran.

Ya en plena fiesta, David se las arregló para irse de la mesa en que nos habían ubicado y sentarse en otra. Me molestó un poco que decidiera pasar la mayor parte de la velada junto a Javier, Claudio, Leo y su otro grupo de amigos. Me costó disimular la decepción en un principio, pero no iba a dejar que me arruinara la noche. Tampoco le iba a andar atrás.

Pero los pensamientos suelen tener vida propia y se empeñaban en recordarme a cada rato que se suponía que aquella sería una divertida salida de amigos. La primera para nosotros dos.

Lo observé desde la distancia que nos separaba. Se reía con sus amigos.

"Es tan idiota", pensé.

No podía controlarlo: me irritaba.

La situación me sacaba de mis casillas.

Como si presintiera que lo estaba mirado, se volvió hacia donde me encontraba. No estaba dispuesto a que percibiera mi malestar. Le sonreí y levanté hacia él, a modo de brindis, el vaso que estaba bebiendo. Repitió mi gesto.

—Andate a cagar —solté entre dientes.

Carolina me codeó.

—¿Qué pasó? —preguntó.

—Nada —me desentendí.

—¿Vamos a bailar?

Odiaba hacerlo, pero quería que David viera cuán dispuesto estaba a divertirme a pesar de él.

—Por supuesto —respondí, apoyando el vaso sobre la mesa y poniéndome de pie.

Había ido a pasarla bien, con amigo o sin él.

Si David no quería formar parte, no me importaba. Allí también estaban mis colegas del club y mis amigos de siempre.

Desde la pista, los ojos se me escapaban desde mi acompañante hacia aquella maldita mesa en el fondo del salón. Fue así que vi a Beatriz acercarse a ellos e inclinarse para decirle algo al oído a David. Sonreí con sorna al ver que él sacudía la cabeza respondiendo negativamente a algo que ella le pedía.

"Quiere que baile", reí.

Él volvió a negar algunas veces más, pero ella lo tomó de una mano y lo arrastró hasta el centro del salón, a dos metros de donde Carolina y yo estábamos bailando. Nuestros ojos se cruzaron entonces y en un par de oportunidades más, pero decidimos ignorarnos. Siempre era igual: cuando yo hacía algo que le molestaba, él procedía a evitarme, a hacer de cuenta que mi presencia no le interesaba en lo más mínimo. Lo que no entendía era qué había sucedido esa noche como para molestarse tanto.

TAMBIÉN LO RECUERDO TODODonde viven las historias. Descúbrelo ahora