75. Davo

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Uno podría dejarse llevar. Encomendarse al destino, poner nuestra vida en sus manos, pero eso no parecía posible para mí. La inseguridad y la incertidumbre eran una constante que me limitaba, me perturbaba, me impedía delegar lo que creía era el control de lo que ocurría a mi alrededor.

Una de las primeras cosas que debería aprenderse en cuanto iniciamos nuestro recorrido en la vida, es que toda decisión que tomemos tendrá sus consecuencias. Pocos meses atrás yo había optado por hacer un quiebre en lo que estaba viviendo. La desesperación o la cobardía me había obligado a detenerlo todo, a parar el juego en que venía perdiendo para dar de nuevo. Lo más arriesgado en esos casos es que las cartas que nos toquen después sean peores que las que teníamos, pero ¿qué se hace entonces? ¿Uno debería quedarse en lo seguro sabiéndose casi derrotado, solo por miedo a un final aún peor? Resulta imposible ese proceder cuando en algún punto ya te habías dado por vencido. Si lo que queda es seguir, el único paso posible es el de saltar al vacío, rogando que por una vez haya algo que amortigüe la caída. No puede paralizarnos el temor, hay que arriesgarse, porque también existe la posibilidad de encontrar algo mejor.

Últimamente, había estado dándole suficientes vueltas al asunto de mi viaje, como para concluir que tal vez no eran mis decisiones las que podían estar erradas, sino que debía estar preparado para enfrentar las consecuencias que las mismas pudieran conllevar.

Hasta ese momento las más graves parecían ser materiales, dado que las demandas que enfrentábamos en Estados Unidos no estaban yendo a mi favor y, como iban encaminadas las cosas, no podía darme el lujo de perderlo todo.

—¿Qué opciones tenemos para no quedarnos en la calle? —le pregunté a mi asistente, que había estado ocupándose de esas cuestiones.

—No creo que llegue hasta ese punto, señor. Aunque es cierto que los abogados aseguran que los jueces amenazan con congelarle las cuentas bancarias y también los bienes más importantes; por lo menos hasta que se dicten las sentencias definitivas. Eso implicaría que no podría volver a su casa, si así lo deseara, o disponer de efectivo para cubrir los gastos corrientes. Son tres causas paralelas en distintos juzgados y cada uno de ellos podría imponer diferentes medidas, ese es el mayor riesgo.

Resoplé por la nariz.

—¿Entonces, qué salida nos queda?

—La discográfica ofrece desistir de la demanda si usted empieza a trabajar en los meses siguientes en un nuevo disco.

Impaciente, llevé una mano hasta mi frente y la restregué.

Eso era, justamente, lo que había estado tratando de evitar: la presión del trabajo y de los que buscaban exprimirme a través de él.

—¿Y Marrero? ¿La agencia? —continué.

—Ellos no han ofrecido nada hasta ahora, parecería que no quieren negociar; pero yo lo conozco a Carlos y sé que si retomamos los compromisos y usted manifiesta voluntad de seguir siendo representado por ellos, no avanzarán.

—No sé si estoy preparado, Malena. ¿Cómo pueden exigirme tanto sabiendo lo que ocurrió aquella noche?

—Incomprensible que lo vean solo como un negocio —pensó en voz alta.

Ese es el mayor problema de la industria del entretenimiento: los que somos la cara visible ante el público pasamos a ser solo números en vez de seres humanos. Nos convierten en cifras, en apenas una ganancia que debe ser mejorada. Después se preguntan por qué tantos artistas mueren jóvenes, se pierden, terminan de la peor manera. Es que a los directivos de las corporaciones ni siquiera les importa que seamos los que les damos de comer, porque detrás de una carrera que se termina existen cientos de miles queriendo comenzar. En mi caso, esos todopoderosos no iban a dejar que me escapara tan fácilmente. Se habían dispuesto a luchar, a desatar sobre mí todos los recursos que tuvieran a su alcance y tratar así de sacarme cuanto les fuera posible. Querían vaciarme, como se hace con el fruto del que se ha bebido durante demasiado tiempo y cuya cáscara luego se tira como una más entre tantas otras previamente descartadas.

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