54. Zeta

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Ambos permanecimos en silencio al iniciar el viaje de regreso. Davo parecía perdido en sus pensamientos o recuerdos, mientras yo lo observaba de soslayo, todavía movilizado por su preocupación por aquel niño. Volví a repetirme que su calidad humana no se comparaba con ninguna otra que hubiera conocido. Los rostros desbordantes de felicidad de esa madre y de su hijo volvían a mí como un eco gratificante que me obligaba a replantearme algunas cosas que hasta entonces había dado por sentado. La satisfacción que me llenaba era tal, que me pregunté por qué no había hecho antes algo semejante. Volví a David, que había apoyado su frente en la ventanilla y tenía la mirada perdida en los bosques que bordeaban la ruta. Sentí que me convertía en una mejor persona cuando él estaba cerca.

—¿Estás bien? —le pregunté.

—Sí... —sonrió.

—¿Pongo algo de música?

—Dale.

Se separó del vidrio y me estudió por un segundo. Lo miré con los ojos llenos de complacencia.

El sol caía hacia el oeste, de mi lado del camino. La luz anaranjada llegaba perpendicular a través de los cristales, recortando su perfil como con una suerte de halo. Parecía un ángel, tal como había dicho esa señora. La belleza emanaba de su piel más nunca, su semblante resplandecía como el mismísimo atardecer.

—¿Puedo cambiar de casete? —soltó como una queja.

Me causó gracia el tono aniñado.

—¿Todavía no te gustan los Guns n' Roses? —chicaneé.

—La verdad que no —contestó riendo.

Tomó de dentro de la guantera el estuche que contenía mis cintas.

—Pará, pará —lo detuve.

—¿Qué pasa?

—Pasame la caja.

—Vos manejá, que vamos a chocar —intentó disuadirme.

—¿Con qué? ¿Con el aire? Si no viene nadie.

Negó con la cabeza como protesta y depositó el estuche plástico en mi regazo.

—Vos mirá para adelante mientras yo busco —mandoneé.

—Dios mío, voy a morir antes de ser famoso...

No tenía que distraerme mucho, sabía exactamente en dónde había guardado lo que buscaba.

—¿Qué vas a poner? —bajó la mirada para seguir mis manos.

—¡No espiés!

Volvió sus ojos a la ruta, refunfuñando.

—Debería haber traído algunos de mis casetes —protestó.

—Estaríamos todo el santo día escuchando a Madonna.

—Amén —contestó, haciéndose la señal de la cruz.

Me reí de su estupidez, parecía que nunca maduraríamos. Mientras él payaseaba, yo saqué del estéreo la cinta de los Guns y coloqué la que había elegido. Apenas unos segundos después, comenzó la melodía de Girls just wanna have fun.

Observé de reojo esperando su reacción.

—No está mal, podría haber sido peor.

Terminó esa canción y empezó Material Girl.

Se volvió hacia mí con la boca exageradamente abierta y destellos escapando de sus ojos.

—¿No me digas que es...?

Asentí.

—¡¿Todavía lo tenés?! —se entusiasmó.

—Por supuesto.

—Pensé que lo habías tirado o perdido.

—¿Cómo voy a tirar tu primer regalo?

Una sonrisa amplia, de satisfacción y complicidad, nos iluminó el rostro a ambos.

—También tengo tus zapatillas guardadas en algún lugar del clóset.

—¡Me estás jodiendo!

—Cuando volvamos, las busco y te las muestro.

—Zeta —suspiró—, ¿qué voy a hacer con vos?

—Adorarme, porque soy adorable —intenté sonar gracioso.

—Más de lo que te adoro... imposible.

Me tomó la mano, que yacía sobre la palanca de cambios y jugueteó con mis dedos. Volvió a contemplarme sonriendo, se acercó para darme un beso en la mejilla y reposó la sien sobre mi hombro.

—Te quiero más que a nada en el mundo —dijo.

Le besé la frente y él volvió a buscar mis ojos. Nuestras miradas se encontraron de una manera nueva. Se tendió entre nosotros un hilo luminoso que nunca había percibido.

El pulso se me aceleró.

Tragué saliva, mientras reparaba en su boca y me humedecía los labios.

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