26. Zeta

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Después de la fiesta de cumpleaños de Beatriz, una suerte de cortina se levantó entre David y yo. Sin razón aparente, nos fuimos distanciando. Cuando alguien me preguntaba en el colegio por qué ya no compartíamos tantas cosas, le echaba la culpa a la falta de tiempo, aludiendo a las horas que me ocupaban el club, los estudios o mi nueva relación con Carolina. En realidad no mentía; ella se pasaba todo su tiempo libre en mi casa, para dolor de cabeza de mi madre y molestia de mi hermana. De algún modo, yo sentía que me sentaba bien su compañía. La relación me resultaba fácil, de cierta manera simplificaba y alegraba mis turbulencias mentales.

Me ayudaba a asomarme a un mundo nuevo para mí..

Ese tercer año del secundario fue un tiempo de cambios. Muchos de los chicos del grupo de fútbol nos pusimos de novio, lo que dio lugar a divertidas salidas grupales, que llegaron a mi adolescencia como una bocanada de libertad, de cierta sensación de adultez que hasta entonces nunca había podido disfrutar.

Respecto a David, había pasado a ser casi otro compañero del colegio, nada más. Nos veíamos en el aula, pero el simple hecho de cruzar palabras se fue tornando cada vez más infrecuente. Supongo que en un principio fui yo el que enfrió nuestra relación, pero luego él también dejó de mostrarse interesado en acercarse. No demoró mucho en desistir de lo que fuera que nos unía. En aquel momento, preferí no pensar en el asunto, obviar la grieta insalvable que se abría entre ambos.

Estaba escapando de algo y no me daba cuenta.

Sin dudas, era una situación que parecía cómoda para los dos.

No se sentía como lo mejor, pero sí lo correcto.


El tiempo pasa rápido cuando uno trata de mantenerse ocupado, fue así que las semanas corrieron llevándonos por caminos casi paralelos. Aunque, pensándolo hoy, resulta gracioso cómo algunas personas parecen empeñarse mantener vivas relaciones de las que uno intenta distanciarse. Beatriz era una de esas personas. Todo el tiempo me hablaba de él; aunque intentara dejar claro mi desinterés, parecía no importarle. Mi hermana era otra que se empeñaba en traerlo a colación en cada conversación. Se habían vuelto muy cercanos gracias a que tomaban la misma clase de arte dramático y habían empezado a compartir mucho tiempo juntos. Por lo que parecía, el que había sido alguna vez mi mejor amigo estaba completamente enfocado en sus estudios y futuro artístico.

Un caso particular fue Javier, que siempre había sido más próximo a David, pero por el que yo sentía una gran simpatía. A través de él me enteré que juntos habían armado una banda de pop-rock, de la que también participaban otros dos chicos del curso y alguien más que no conocía.

Cada lunes, el sector del aula en donde se sentaban se llenaba de comentarios sobre cómo les había ido en el bar en que se habían presentado. Yo hacía de cuenta que no me daba por enterado.


—Deberías venir un día —me insistió Beatriz cierta mañana.

—¿Ir adonde nunca me invitaron? —me excusé.

—Te estoy invitando yo ahora.

—Creo que eso le corresponde a alguno de los que integra la banda. Es más, el cantante hace de cuenta que no me conoce cuando me cruza en los pasillos, así que no creo que esté muy interesado en que vaya a verlo.

—No entiendo qué pudo haber pasado entre ustedes dos.

—No pasó nada —la evadí—. Es normal que cada uno haga su vida. Yo me puse de novio; por lo que sé ustedes también están saliendo. Yo vivo en el club, él tiene sus propias actividades. Cada uno en la suya.

—¿De dónde sacaste que estamos saliendo?

—Están todo el día juntos, es lo que se comenta en el colegio.

—¿Nos viste alguna vez besándonos o algo así? —rio.

—No, pero bueno, en la escuela no se puede.

—Eso no impide que vos y Carolina se estén manoseando todo el día —se burló—. David y yo somos buenos amigos, nada más. Después de lo que pasó en mi cumpleaños, hemos hablado bastante y está todo bien.

Sentí la tentación de preguntar en qué habían consistido tales conversaciones, pero no me pareció adecuado.

—¿Y qué canta? —cambié de tema.

—¿David?

—Claro...

—Mayormente canciones de moda, en un tono un poco más roquero. Mucho Madonna, ya sabés que él es fanático —volvió a reír.

—No me digas que canta canciones de Madonna —reí, imaginándolo.

—No todo, pero cosas por el estilo, aunque buscan darle algo propio de la banda.

Ambos cruzamos miradas cómplices.

—¡Tenés que venir, tano!

—Bueno. Quién sabe algún día vaya a verlos, me da curiosidad. Igual no creo que Caro se cope.

—Ah... Caro... Caro... —suspiró con sarcasmo, mientras buscaba algo dentro de mis ojos—. Y decime, ¿sos feliz con ella?

Me sorprendió la pregunta.

—Por supuesto —tartamudeé—, súper feliz.

—Hum. Si vos lo decís...

Conocía su ironía. Me hizo sentir incómodo. La expresión de sus ojos había mutado hacia un gesto de juicio, que no entendía ni me agradaba.

Justo cuando estaba a punto de poner una excusa para alejarme, unas manos llegaron por detrás, cubriéndome los ojos.

—Hablando de la reina de Roma —dije riendo.

—¿Ah sí? ¿De qué hablaban? —preguntó intrigada mi novia, mirando a uno y otro reiteradas veces.

—Hablábamos de lo bien que te está yendo últimamente en matemáticas —soltó Bea.

—Sí y de que yo capaz que me la lleve a diciembre —la secundé.

—Te dije que en vez de salir el final de semana tendríamos que haber estudiado —me reprendió.

—Como si fuéramos a estudiar quedándonos en mi cuarto —intenté una broma.

Beatriz forzó una sonrisa y aseguró tener algo para hacer antes de que comenzara la próxima clase. Se despidió y nos dejó solos.

—¿Te habló de su novio? —tanteó Carolina.

—Hablábamos de cosas del colegio y nada más —la corté, acercándome para darle un beso en los labios.

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