37. Zeta

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El lunes, ni bien llegué al colegio, busqué a la rectora para hablarle sobre "el accidente" que había tenido David. Le dejé el otro certificado y le comenté que quizá esa semana sería dado de alta, pero que no creía que pudiera volver tan pronto, por lo que era más que seguro que no se reincorporaría para ese ciclo lectivo, ya que apenas faltaba una semana y media para finalizar el año escolar.

—Por suerte, los exámenes finales ya han pasado —respondió, revisando un libro gigante que debía contener las calificaciones de todos—. Basinas es un buen alumno y no se ha llevado ninguna materia, más allá de Educación Física, y en el estado en que me dice que se encuentra, no creo que pueda rendirla este diciembre.

—¿Se llevó Gimnasia?

—El único alumno en toda la escuela —suspiró.

Pude notar el sarcasmo en la frase.

—Está bien, gracias. Hablaré hoy mismo con el profesor Morales, entonces.

Se quedó mirándome con curiosidad mientras me retiraba.

Durante el primer recreo fui a buscar al profesor de Educación Física a su oficina en el gimnasio del último piso.

—¿Qué hacés acá, campeón?

No sé por qué, pero así era como me llamaba desde que se incorporó al colegio a inicio de aquel año. Después de asistir al primer partido de fútbol, se me acercó y me dijo: "Vos sos el campeón que todo profesor sueña para los torneos interescolares". El mote me halagó. Aunque quizá era un poco exagerado, porque apenas conseguimos llegar a los cuartos de final.

—Vengo a hablarle de David.

—¿Qué David?

—David Basinas.

Frunció el ceño.

—Yo sé que no viene a las clases y que debería hacerlo, pero, de verdad, siempre ha tenido muchos problemas en su casa y tiene que trabajar a la tarde, que es el horario de la materia. Más temprano, me dijo la rectora que se llevaría la materia y quisiera ver si...

—Campeón —apoyó su mano en mi hombro—, no puedo cambiarle la calificación. No sería un buen profesor si lo hiciera. Y esto no tiene nada que ver con la cantidad de abdominales que sea capaz de hacer o si es o no un queso jugando al fútbol. Es una cuestión de responsabilidad.

—Sí, pero el trabajo...

—Decile que venga él a hablar conmigo.

—Está internado ahora. Está en el hospital Posadas, tuvo un accidente —mentir me molestaba, pero sabía que no había alternativa—, por eso se lo pido yo.

—Bueno, entonces decile que le deseo una pronta recuperación y que lo estaré esperando cuando pueda venir a hablarme.

Bajé la cabeza decepcionado.

—No te preocupes, campeón. Vamos a encontrarle una solución; pero tiene que venir él personalmente. Hay que aprender a enfrentar las consecuencias de nuestras acciones.

Esa tarde falté a la práctica en el club y me fui para el hospital apenas terminaron las clases. Al entrar a la habitación me encontré con el famoso Leandro parado junto a su cama. Le acariciaba el cabello y le sonreía. También tenía el rostro inflamado y con moretones, pero en su caso las consecuencias de la golpiza eran mucho menos evidentes.

Al verlo allí, me detuve de golpe. De inmediato me di cuenta de que ya era demasiado tarde para volver sobre mis pasos e inclusive para intentar disimular mi sorpresa.

TAMBIÉN LO RECUERDO TODODonde viven las historias. Descúbrelo ahora