10. Zeta

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Cumplí trece años un día lunes, quedando apenas dos semanas para que terminaran las clases y, por consiguiente, nuestra escuela primaria. Se nos avecinaba el enigmático y asustador mundo del colegio secundario, junto con todas las dudas que esa etapa nos despertaba. Era extraño crecer, porque lo deseábamos con ahínco y también le temíamos; acaso, una muestra de la contradicción que representa la propia vida.

Aquella mañana David llegó a la escuela a la hora de siempre y, como ya se había hecho costumbre, nos dispusimos a realizar el cambio de su calzado. Recuerdo que nos saludamos como de costumbre, con apenas un gesto, y que en silencio me siguió hasta el aula. No sé muy bien por qué estábamos tan callados, ya que era algo muy poco frecuente. En penumbras, saqué el calzado de mi mochila mientras él desataba los cordones del que llevaba puesto. Tomó las zapatillas que le alcanzaba y soltó un inaudible "gracias". "¿Qué le pasa?", pensé. Yo esperaba un saludo efusivo y una felicitación fervorosa, acompañada de un abrazo eterno. No pude más que sentirme defraudado. Sacudí la cabeza, dándome ánimo ya que quedaba el resto de la mañana para que recordase la fecha en que estábamos. Terminó de ajustarse los cordones y se puso de pie, encarándome con una mirada expectante, como si esperara que tomara la iniciativa de volver al patio. Resoplé y me encaminé hacia la puerta, él me siguió. Entonces, justo antes de salir, sentí que me tomaba de un hombro para que me detuviera . Me volví hacia él y lo vi hurgando en uno de los bolsillos de su pantalón.

—¿Creíste que me había olvidado? —preguntó riendo con picardía, extendiendo hacia mí una cajita con un casete.

—No, para nada...Ni lo tenía presente.

—Tenías una cara... —se burló.

Tomé lo que me entregaba y dándole varias vueltas para ver cada detalle. Se trataba de una cinta grabado por él, que tenía escrito en lapicera negra sobre la cubierta los nombres de las canciones que había escogido y sobre ese listado había dibujado en lápiz a un chico que se parecía mucho a mí y sobre él, en unas letras grandes al estilo Mazinger, escrito el apodo que me él había regalado: "ZETA".

—¿Este soy yo? —reí.

—Claro.

—Está muy bueno el dibujo, ¿lo hiciste vos?

—Sí —se avergonzó—. Gracias.

—Cindy Lauper, Madonna, Michael Jackson, Queen, Duran Duran, Bon Jovi, Europe... —fui leyendo los nombres de la tapa—. Tiene de todo este casete.

—Espero que te guste, me tomó todo el fin de semana terminarlo.

—¡Me encanta, no voy a dejar de escucharlo!

Titubeó antes de volver a hablar.

—Perdoná que no te pueda comprar nada mejor, gasté toda la plata que tenía la otra vez que me enfermé, pero pensé que estas canciones te podían gustar. Bah, no sé... creo que ya te conozco bastante como para no equivocarme.

—¿Estás loco? ¡Es el mejor regalo!

Sus ojos brillaron.

Realmente era un presente maravilloso. A los dos nos encantaba la música, habíamos conversado muchas veces sobre ello sentados en las escaleras de la escuela, mientras imaginábamos nuestras vidas más allá de los estudios, cuando fuéramos mayores. Saqué el casete de la cajita y vi que también había escrito en la etiqueta de ambos lados mi apodo con grandes letras remarcadas. Lo imaginé garabateando aquello, eligiendo cada canción, esperando a que las tocaran en la radio para poder grabarlas. Sonreí satisfecho, qué mejor agasajo podía pretender que eso que había sido hecho con sus propias manos, algo en lo que debía de haber estado pensado días cómo elaborarlo, cómo provocarme esa alegría que me estallaba en el pecho.

—El domingo vas a venir, ¿no? —quise saber.

—¿A tu fiesta?

—Claro, ¿adónde va a ser?

—No lo sé, Zeta. No me siento cómodo cuando hay mucha gente que no conozco.

—Pero vienen solo chicos de la escuela y unos pocos amigos del año pasado.

—Después te confirmo... Dejame pensarlo...

—Por favor, David. Lo organicé un domingo únicamente para que vos pudieras venir, porque sé que es el único día que tenés libre.

Se restregó el rostro con una mano y resopló.

—Te prometo que voy a tratar de ir.

Demás está decir que aquel regalo suyo giró una y otra vez en mi centro musical durante toda esa semana, durante muchas de las que le siguieron y una buena parte de las vacaciones de ese verano. Mi mamá y mi hermana me miraban con cara de "¿otra vez?" cada vez tocaba el casete en el auto o cuando, en las tardes de pileta en nuestra casa de la playa, comenzaban los acordes de Girls just wanna have fun, el primer tema de la lista. Creo que hasta mi padre llegó a aprenderse las canciones de memoria. 

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