66. Zeta

88 17 7
                                    


Aún oscuro, el canto de los primeros pájaros me sorprendió cuando trataba de ordenar mis pensamientos. Lo observé dormido en el espacio curvado que le daba mi cuerpo, tomado de mis brazos como si no quisiera interrumpir el contacto en cuanto estaba ausente. Respiré profundo, intentando mantener a raya la ansiedad exasperante que me embargaba. ¿Qué era lo que había hecho? —me preguntaba—. ¿Cómo me había atrevido a llevar a cabo lo que debía haber permanecido como una fantasía? La imagen de mi familia vino una vez más a mi mente. Recordé los ineludibles domingos de misa matutina, las clases de catecismo, las bromas homofóbicas de mi hermano, cada expresión de desprecio con que mi padre había intentado denostar a mi tía Lilia. Como un eco, volvieron a mí las palabras que ella me había dicho:

"Yo nunca quise vivir mi vida escondida, así que decidí contar lo que me pasaba a la familia. Tu abuelo y tu mamá lo aceptaron bastante bien, pero tu abuela no. Y tu padre... me pidió que me mantuviera alejada de ustedes, dijo que no quería que fuese una mala influencia".

¿Podía vivir yo una vida de secretos? ¿Estaba preparado para que mi padre nunca más me dirigiera la palabra, como mi abuela había hecho con su hija?

De pronto, sentí nauseas.

El arrepentimiento había reemplazado a la pasión, que hasta hacía poco parecía desbordarme. Mi respiración comenzó a sentirse más pesada. No sabía qué hacer. LA sensación de descompostura fue en aumento. Necesitaba abandonar la cama. Reparé en él una vez más; no era a Davo a quien odiaba, sino lo que me hacía sentir. Me deshice de su agarre con sumo cuidado, no quería despertarlo, no deseaba tener que explicar lo que me estaba pasando. Me puse de pie, busqué una camiseta y caminé hasta la puerta. Antes de salir, me volví una última vez en su dirección. La boca le dibujaba un gesto parecido a una sonrisa. La serenidad de su expresión y su respiración calma me hablaban de una paz que yo no conseguía hallar.

Salí dejando la puerta abierta para no hacer ruido.

¿Qué hacer a continuación? Cualquier decisión que tomara sería desacertada. De una u otra manera terminaría decepcionando a gente que me importaba, a las personas que más amaba y que confiaban en mí. ¿Cómo miraría a mis padres de frente sabiendo que era el hijo que deseaban? Vivir inmerso en una mentira seguramente me devoraría poco a poco. ¿Y qué pasaba con los hijos que tanto deseaba? Aquella noche estaría destinada a convertirse en el mayor obstáculo. Ansiaba tanto un día convertirme en padre.

Fui hasta el baño para lavarme la cara. Traté de encontrar mi eje, de volver al estado mental que me había animado a besarlo, a hacerle el amor. Escudriñé mis ojos en el espejo. Descubrirlos vacíos, ensombrecidos. Tan diferentes a los suyos. No quería defraudarlo, pero tampoco sabía cómo permanecer a su lado. Sentí una punzada en el pecho, cuando la idea de que había cometido un error comenzó a carcomerme por dentro.

Regresé a la sala, me volví hacia el cuarto. Él continuaba durmiendo; tan ajeno a todo, protegido todavía por sus sueños.

Busqué en el exterior un poco de aire fresco que me facilitara respirar. ¡Qué fácil hubiera resultado en otro momento entregarme al sosiego de aquel paisaje virgen y fantástico que se extendía frente a mí!

Sentí el peso de un objeto en una mano y, al mirar, descubrí que llevaba las llaves de mi auto. Las había apretado tanto que al abrir la palma vi las marcas profundas en mi piel. ¿En qué momento las había tomado?

Me giré hacia la puerta de entrada intentando encontrar respuestas a preguntas que no sabía formular.

No sé por qué ni cómo, pero cuando volví en mí me encontraba estacionado frente a nuestra casa de verano, en Pinamar. No recordaba haber manejado. La luz del alba apenas comenzaba a despuntar y el húmedo frío costero me hizo notar de que ni siquiera me había vestido. Estaba descalzo, en bóxers y la vieja remera raída con que había intentado dormir. Me sentí decepcionado de mí mismo. Triste, sumamente avergonzado por haber huido.

Miré hacia la vieja puerta doble de madera, siendo consciente de que ni siquiera me atrevería a franquearla.

La imagen de él durmiendo entre mis brazos volvió para quemar mi mente. No estaba listo para para romperle el corazón a David.

Tampoco para el desprecio de mi familia..

Desesperado, sin vislumbrar una salida, dejé caer mi cabeza contra el volante y comencé a llorar.

Solo deseaba desaparecer; que todo acabara de una buena vez y que cada persona que me conocía se olvidara de que alguna vez había existido.

TAMBIÉN LO RECUERDO TODODonde viven las historias. Descúbrelo ahora