58. Zeta

84 15 10
                                    


A la mañana siguiente mi tía debía viajar a Mar del Plata para encontrarse con Natalia. Ambas tenían una pequeña empresa de venta mayorista y realizaban viajes a varias ciudades del área costera para visitar a sus clientes y recoger pedidos. Sin embargo, su viejo Renault 4L no parecía dispuesto a colaborar y, a pesar de la insistencia y maldiciones de su dueña, no se dignaba a arrancar.

—Se debe haber ahogado —le advertí, saliendo de la casa.

—Decime, por favor, que entendés de mecánica y que sabés cómo arreglarlo.

—No tengo idea —reí.

—Ay, ¡Dios! Naty me mata si tiene que viajar sola otra vez.

—Si querés te llevo.

—¿Estás seguro? Son como ciento sesenta kilómetros.

Me encogí de hombros.

—¿Qué hora es? —quiso saber.

—Son las diez y media.

—¡Mierda! No llego ni a tomar el micro en Pinamar.

—Vamos, dale que te llevo. Nos va a venir bien un paseo.

—¿A dónde vamos? —Davo apareció en el patio con la peor cara de dormido.

—Se te pegó la cama, Alain Delon —bromeó Lilia.

—Perdón, no sé qué me pasa en este lugar. Duermo tan profundo y no me puedo levantar por nada del mundo —se sonrojó.

—Si me vas a llevar, tendría que salir ya —se avergonzó ella.

—Preparemos unos mates y compramos facturas en el camino para desayunar —sugerí.

—Medialunas con dulce de leche —se relamió Davo.

—Dale, lavate la cara y vamos, gordito —lo empujé riendo.

En algún momento de la madrugada había dejado de llover. El día se presentaba con nubes, húmedo y algo caluroso, pero no tanto como para que el largo camino abordo de mi querido 147 sin aire acondicionado resultara insoportable. Diría que fue un viaje entretenido.

Manejar me distraída y si había algo que no quería era tener que pensar en la conversación con mi tía de la noche anterior.

Davo se había sentado en el lugar del acompañante. Lilia prefería el asiento trasero por ser más amplio; desde allí nos iba cebando mates y relatando anécdotas de las primeras veces que había hecho ese mismo trayecto para encontrarse con su novia. La animamos para que también nos contara cómo se habían conocido.

—Uf... yo tenía una terrible borrachera. Algo me dijo que tenía que mirar hacia ese lado. Lo hice y la vi. Sola, apoyada en esa pared mal pintada de esa disco de Mardel. Llevaba un vestido floreado, el pelo suelto y un trago en la mano del que nunca bebía. Fue hace cinco años y parece que la estuviera viendo. Me acerqué, le hablé. Estaba tan nerviosa, que seguí tomando. Terminé tan mal, tan perdida, que si no hubiera sido por ella andá a saber adónde hubiera ido a parar. Me cuidó sin conocerme, eso dice mucho de una persona.

David y yo cruzamos miradas divertidas.

—¿Qué había pasado con Lili? —quise saber.

—Liliana se cansó de vivir en el medio de la nada, se volvió después de un tiempo a Buenos Aires. Se casó algún tiempo después y hoy tiene dos hijos.

Davo se giró buscando la expresión de mi tía.

—¿La extrañás? —pregunté.

—En un principio sí, había dejado todo para que pudiéramos estar juntas, pero ella sintió que no era suficiente. Ya no. Ahora solo le deseo que sea tan feliz como lo soy yo con Natalia.

TAMBIÉN LO RECUERDO TODODonde viven las historias. Descúbrelo ahora