42. Zeta

122 14 4
                                    


Apenas me desperté, las palabras de mi hermana volvieron a mi mente como un eco que se esparcía infinitamente por cada rincón de mí. Suspiré para tomar fuerza e intenté iniciar mi día como de costumbre. Aquella mañana debía pasar a buscar a Davo por lo de su profesor de teatro. El eco volvió ni bien lo vi salir del edificio; destrabé la puerta del acompañante e hice un esfuerzo por disiparlo. Él se asomó por la ventanilla baja y me sonrió con entusiasmo. Todavía tenía el rostro un poco marcado y caminaba con cierta inseguridad. Le devolví el gesto intentando reconfortarlo, no podía esperar a verlo recuperado por completo.

—¿Todo bien? —preguntó extrañado.

—Sí, sí... Subí que no puedo estacionarme acá, me van a hacer la boleta.

Abrió la puerta y, mientras se acomodaba, colocó en el asiento trasero un pequeño bolso que traía consigo.

—¿Qué tal dormiste? —pregunté, buscando normalidad.

—Bastante mejor.

—¿Estás seguro de que querés ir a lo de tu viejo ahora? —intenté hacerlo cambiar de idea.

Ya había tratado de disuadirlo antes, me parecía arriesgado que volviera a su casa tan pronto.

—Sí, Zeta. Necesito buscar algunas cosas para llevar al viaje. Él debería estar trabajando, así que no creo que haya problemas.

—Está bien. Como quieras —me resigné.

Coloqué la primera marcha y nos pusimos en camino. Después de circular algunas cuadras y de que no emitiera palabra, lo observé de soslayo. Parecía distraído.

—¿Te pasó algo? —indagué.

—No, nada.

—Estás muy serio.

—Pensaba.

Aproveché que nos detuvo un semáforo para volver a estudiarlo, me pregunté si acaso estaría así por mi causa. De ser cierto lo que afirmaba Mina, quizá estar cerca de mí le causaba daño. De inmediato desestimé la idea, no podía ser cierto. Tenía que ser una fantasía de ella. Davo y yo éramos amigos desde hacía demasiado tiempo. Nos queríamos, claro; pero como se quieren dos personas que han compartido buena parte de su vida.

Debía de estar loco para prestar oídos a tan ridículas especulaciones.

—¡Verde! —gritó.

—¿Eh?

—¡Abrió el semáforo!

Algunos bocinazos impacientes confirmaron lo que me decía. Aceleré y él volvió a perderse a través del hueco de su ventanilla baja.

—¿Es por Leandro que estás así? —pregunté.

—Un poco, sí; aunque me preocupa más la presentación de esta noche.

—No deberías cantar hoy.

—Esta presentación es importante, Zeta. Javi se volvió loco para conseguir que ese tipo nos vaya a ver. Es un representante muy groso. Ya le postergamos dos semanas por lo que me pasó, y mañana viajamos; no hay más remedio que hacerlo hoy.

—Sí, pero no podés ni caminar bien, ¿cómo vas a bailar?

Se detuvo un segundo para contemplarme con picardía, sonriendo a medias.

—¿Y vos cómo sabés que bailo en los shows? Nunca me fuiste a ver.

—Es lo que me contaron —me avergoncé.

—¿Quién fue el chusma? —seguía con un dejo de burla en los labios.

—Fue Bea —acepté.

—¡Qué terrible chismosa de barrio! —rio.

TAMBIÉN LO RECUERDO TODODonde viven las historias. Descúbrelo ahora