Por primera vez en mucho tiempo, aproveché la soltería transitoria para hacer lo que me viniera en gana. Visité cada día después del club a David. Su profesor resultó ser un tipo por demás atencioso y agradable, que se alegraba cada vez que me veía aparecer. El que no estaba para nada contento era el novio, que a mitad de la semana siguiente dejó de maquillar se antipatía por mí y comenzó a hacerla evidente. A mí tampoco me caía bien, de modo que si lo que pretendía era incomodarme o que desapareciera, no lo consiguió. Ninguno de los dos había hecho nada en particular para ofender al otro, pero nuestros pensamientos y opiniones parecían estar siempre en la vereda opuesta, lo que provocaba permanente tensión entre ambos. Por otro lado, de algún modo, parecía que competíamos por la atención de David.


El día que seguía sería el último en que los docentes asistirían al colegio antes de las vacaciones de verano. Davo aún tenía pendiente la charla con el profesor de Educación Física, de modo que le propuse pasar la noche en mi casa para poder llevarlo al instituto, ya que desde allí estábamos mucho más cerca.

—Aquí tenés tu propio cuarto, vas a estar más cómodo —intentó disuadirlo Leandro—, y tampoco es tan lejos San Justo como para que te estés moviendo un día antes.

Evité mirarlo para no dejar escapar la rabia. En cambio, continué animando con los ojos a mi amigo para que aceptara.

—Mina se quedará hoy en lo de su novio, me dijo que podías usar su cuarto sin problemas —sugerí— o podés dormir en el mío y yo voy al de ella.

—¿Qué va a decir tu vieja cuando me vea la cara? —indagó.

—Ya estás muchísimo mejor, Davo. No se nota casi. Aparte, ella ya sabe todo.

—¿Todo? —abrió los ojos enormes.

—Bueno, no; de eso no sabe. Solo le dije que te habías peleado, pero ya le advertí que no te podía preguntar nada. Le dije que no te hacía bien hablar del tema. Sabés que mi vieja es discreta.

—¿Tenés idea de lo que quiere decirme Morales?

—No lo sé... que debés la materia, supongo, y proponerte una manera de recuperarla.

Resopló con fastidio.

—Está bien, voy con vos; así lo veo mañana y me saco eso de encima de una buena vez —aceptó resignado.

—También tengo otra invitación para hacerte —me hice el interesante.

Davo dibujó esa sonrisa suya llena de ansiedad que le llenaba de brillo los ojos e hizo un gesto impaciente para que no diera vueltas.

—Mamá sugirió, y a mí me pareció increíble, que este año vinieras con nosotros a pasar el verano a la casa de la costa. Vamos a estar la mayor parte del tiempo los tres solos.

—¿De verdad? —se entusiasmó.

Asentí sonriendo.

—Pero, pará —pensaba en voz alta—. ¿Qué hago con el laburo?

—Claro, David; no podés dejar el trabajo —se apresuró Leandro.

—Pedite vacaciones —sugerí.

—¿Dos meses de vacaciones? —Davo rio.

Era más que evidente que le había encantado la idea.

—Bueno, no sé... pedite una licencia sin que te paguen, en mi casa no vas a tener que gastar un peso. Mamá no lo permitiría y yo tampoco.

—Podría ser. Nunca me tomé vacaciones.

—Podés decir en la remisería que por lo que te pasó precisás de un tiempo para recuperarte.

—Creo que podría funcionar... —seguía analizándolo.

—David, ¿podemos hablar? —alzó la voz el novio.

Le eché la mirada despectiva que venía conteniendo.

—Te dejo solo —suspiré.

Me levanté de la cama en donde estaba sentado y me dirigí hasta la cocina, donde Alberto preparaba la cena junto a una amiga suya que era actriz.

En aquel departamento había un ambiente que me hacía sentir a gusto. Había allí una presuntuosa, aunque a la vez afable y relajada atmósfera bohemia. Siempre encontraba actores desempleados de visita o escritores o algún tipo de artista; a ninguno de ellos parecía importarle demasiado el mundo en que vivíamos el resto de los mortales. Entendía por qué Davo había elegido rodearse de esa gente y, en cierta medida, lo envidiaba. Algo me decía que era un sitio donde se sentía más él. No había nada que deseara más que pudiera dejar atrás las presiones y los malos tratos que había recibido en casa de su padre.

Mientras conversaba con el dueño de casa y su invitada, Leandro cruzó hecho una furia la sala y salió sin saludar a nadie. Los tres nos miramos extrañados.

—Y a este, ¿qué bicho le picó? —me preguntó Alberto.

Aunque intuía lo que había ocurrido, me encogí de hombros. La actriz bajó la comisura de sus labios pintados de un rojo rabioso en un evidente gesto de intriga. El hombre sacudió la cabeza y caminó hasta el cuarto donde estaba David. Por inseguridad no lo seguí, estaba claro que había sido el causante de aquella pelea.

—Estos chicos... —suspiró el hombre al regresar.

—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó la señora.

—Discutieron.

Hice de cuenta que no tenía idea de nada. Me quedé un par de minutos más con ellos e inventé una excusa para volver con Davo.

—Lamento que pelearan por mi culpa —mentí, cerrando la puerta.

—Ya se le va a pasar.

Levanté las cejas y caminé hasta él.

—Entonces, ¿cuándo salimos para la playa? —preguntó risueño.

—El finde que viene —reí.

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