capitulo 18 parte 2

Comenzar desde el principio
                                    

Era demasiado grande para un anillo. Demasiado pequeña para que fuera… otra cosa. Acepté la caja con manos temblorosas y levanté la tapa. Cuando vi lo que había dentro, solté una exclamación. Había una orquídea de cristal con pétalos azules sobre una base de espuma verde claro. Era lo más bonito que había visto nunca, delicada y digna de un sueño.

—No… , no sé qué decir. Me encanta.

—Pedí que la hicieran para ti.

Los delicados pétalos brillaban como perlas bajo la luz. Mis defensas se derrumbaron a toda velocidad. Tragué para deshacerme del nudo que tenía en la garganta y me obligué a mirarlo.

—Las invitaciones para la fiesta estarán a punto para ser enviadas de inmediato —dijo, volviendo a los negocios. Creo que estaba a punto de llorar.

Él me rodeó con los brazos, pero yo mantuve la caja entre nosotros, como escudo.

—Te has puesto pálida de repente. ¿Por qué?

—Yo… tengo que decirte algo —murmuré.

Algo frío y duro destelló en sus ojos, seguido por una mirada de determinación. Me quitó la caja y la dejó en la mesita de café. Un segundo después me tenía atrapada contra la pared y su lengua tomaba posesión de mi boca. No hizo falta más. Una caricia y lo deseaba con una urgencia incontrolable. Mis huesos empezaron a disolverse y permití que él me sujetara en pie. Que me besara y devorara.

—Harry —dije.

—Nada de hablar —ralentizó el beso, volviéndolo suave y gentil. Me apreté más contra él. Sabía cálido, como una mezcla de sol y lluvia.

—Harry, yo…

—Te amo —volvió a besarme lentamente, explorando cada rincón de mi boca.

Lo aparté.

—¿Qué va mal? —pregunto él, con expresión preocupada.

«¡Todo!», estuve a punto de gritar. Absolutamente todo. ¿Cómo podía decirle que me amenazaba como nunca lo había hecho ningún otro hombre? Me había metido en un buen lío y era hora de vivir o morir. Me había subido a una rama y yo tenía la sierra. Tenía dos opciones, cortar la rama o seguir allí colgada.

—Será mejor que nos pongamos cómodos —dijo él, llevándome al sofá. El fuego de sus ojos había desaparecido, dejando sólo un frío escudo azul.

Tomé aire. «¿Qué demonios iba a decirle? »

—Yo…

—Maldición, Miranda —no me dejó decir una palabra más—. No puedo creer que vayas a rechazarme —se levantó de un salto y paseó de un lado a otro—. Es lo que estás punto de decir, ¿no? Que hemos acabado.

Empezaron a sudarme las manos. Tenía la garganta tan seca que no podía emitir palabra. ¿Qué haría mi Tigresa interior? ¿Qué diría? Ella nunca permitiría que un hombre la domesticara, eso seguro.

«El matrimonio no tiene que ver con domesticación ni cambios», susurró mi mente. «Puede ser sencillamente amor. Algunos hombres son fieles. Déjale que intente demostrarlo».

—Nos pertenecemos —siguió Harry, sin mirarme—. Me quieres. Puede que no lo admitas, pero es así. Me quieres. No se besa así a un hombre si no te importa.

—Sí me importas —ya había dicho algo—. Me importas mucho.

—No puedo creer que estés dispuesta a renunciar a lo que tenemos por miedo —dijo, como si no me hubiera escuchado—. No puedo garantizarte el futuro. Nadie puede. Pero quiero intentarlo.

—Yo también —las palabras salieron de mi boca sin que pudiera evitarlo. Lo quería, y si tenía que casarme con él para conservarlo, me casaría.

¿Me arrepentiría después? Quizás. ¿Acabaría sintiéndome herida? Era probable.

¿Quería renunciar a él? No.

Las relaciones implicaban dar y recibir. No podía aceptarlo todo de él y no dar nada a cambio.

—Yo también —repetí.

—¿Qué has dicho? —giró en redondo, atónito.

—Estoy dispuesta a intentarlo —dije, haciendo acopio de todo mi valor.

—¿Qué estás dispuesta a intentar, Miranda? —en sus ojos había una mezcla de miedo y felicidad—. Dilo.

—El matrimonio —cerré los ojos y apreté las pestañas—. Casarme contigo.

—¿Estás segura de que es lo que quieres? —me miró sin acercarse—. ¿De que no lo haces porque es lo que yo deseo?

—Sí —no—. Estoy segura —lo estaba en cierto modo.

Por fin se acercó, se arrodilló entre mis piernas y deslizó las manos por mis muslos.

—¿Cuánto tiempo quieres estar prometida?

—¿Dos años?

—Era lo que temía que dijeses —rió él—. Tendremos que negociar, porque yo quiero que sea sólo un día.

—Ni hablar. No puedo organizar una boda en un día —sentí un cosquilleo de miedo y horror—. Necesito al menos un año —sí, un año sonaba bien. En doce meses superaría mis dudas, seguro.

—Una semana.

—Seis meses.

—Dos semanas.

—Cinco meses.

—Cariño —dijo él, acariciando mi estómago—. No quiero darte tiempo a cambiar de opinión.

Era una posibilidad muy real y no podía negarla.

—Nunca te haría daño ni te engañaría. Déjame demostrarlo. Quiero estar contigo, Miranda, sólo contigo.

Me besó y el calor de su boca fue como una llama. El pensamiento racional se detuvo. Me sentí transportada en una nube de deseo. Centímetro a centímetro, derrumbaba el muro que tanto me había costado levantar contra él.

—No puedo creerlo —dije, apartándome—. ****. Voy a casarme.

Él esbozó una sonrisa satisfecha y triunfal. Me sentía muy vulnerable, pero sabía que lo deseaba.

—De acuerdo —dije—. Lo haremos el día después de la fiesta de tu madre —sería mejor así.

Menos tiempo para preocuparme, menos tiempo para el pánico.

—No te arrepentirás. Te lo juro. Tengo que hacer un viaje la semana que viene, pero cuando vuelva…

—¿Vas a irte de viaje? —sentí un escalofrío.

Pronto había empezado la preocupación: «¿Qué hará mientras está fuera?». Intenté no llorar—. ¿Tan pronto?

—Tengo que ir a ver otro avión —besó mis manos—. Puedes venir conmigo.

—No —moví la cabeza—. Tengo que quedarme y planear el… evento.

Recé por poder llegar hasta el final cuando llegara el momento.

Beautiful mess (Harry Styles)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora