Una vez en el avión, Harry me hizo una visita guiada. El lujo me dejó atónita. En la entrada había un suave sofá color marfil, y una televisión colgada, perfecta para verla recostado.
Había un despacho equipado con sillas, mesa y pizarra. Después me enseñó un cuarto de baño mayor que el de mi casa. Y por fin… me dio un vuelco el estómago al ver el dormitorio. Tenía un colchón pequeño y de aspecto cómodo, sábanas de seda y un edredón. Estaba segura de que la habitación se utilizaba para sestear, pero a mi cerebro le dio igual.
Me imaginé a Harry allí tumbado, desnudo y llamándome con un dedo. Estaba segura de que dedicaba más tiempo a pensar en Harry desnudo que a cualquier otra cosa. Si alguien me pagara por fantasear con él… En fin. Seguí con la fantasía: su piel blanca contrastaba con las sábanas. Todo su cuerpo estaba duro. Ardiente. Dispuesto. Seguía llamándome con el dedo y una mirada seductora.
Tragué saliva.
—Vamos a prepararnos para el despegue —el Harry real puso una mano en mi cintura y el contacto me provocó escalofríos de deseo.
No me moví. No podía. ¿Cómo podía excitarme tan rápidamente? Lo miré a los ojos.
—O si prefieres esperar y hacer otras cosas —tragó aire—, me parecería muy bien.
Nos quedamos inmóviles, inmersos en pensamientos demasiado libidinosos para expresarlos. Por fortuna, recuperé el sentido común. Ése no era el momento ni el lugar. Necesitaba distancia. Di un paso atrás y simulé estar molesta, aunque me tentaba mucho su ofrecimiento.
—Ni lo sueñes —conseguí decir.
—Lástima —miró mis labios—. Puede que la próxima vez.
De la mano, me llevó al sofá y me puso el cinturón de seguridad. Empecé a temblar. Procuré mantener una expresión impasible, serena, para que no cancelara el vuelo. Tenía que demostrarme que podía hacerlo. Que el miedo no me dominaba.
—Hace falta coraje para enfrentarse al miedo. Me siento orgulloso de ti.
—Gracias —yo también estaba orgullosa.
Unos minutos después los motores rugieron y el avión empezó a moverse. El piloto dijo algo por los altavoces, pero me pitaban los oídos y no lo entendí.
—Si el avión se estrella contra el océano, es probable que los tiburones me coman viva.
—No volaremos sobre el océano, sino sobre las montañas.
—¡Peor aún! En las montañas hay osos —aferré la mano de Harry. Estaba segura de que mi rostro estaba verdoso. Al menos era el color favorito de Harry, debía parecerle la diosa de la belleza—. ¿Y si el piloto no ve una porque confunde la nieve con una nube?
—Entonces, juro por Dios que lo despediré —Harry agarró mi barbilla y bajó la cabeza. Sus labios encontraron los míos e invadió mi boca con la lengua sin pedir permiso.
Delicioso. Mi miedo disminuyó mientras pensaba en cuerpos sudorosos, piernas revueltas y placer desbocado. Harry sabía a puro pecado. Caliente, viril y prohibido. Su boca era como una droga.
Minutos después surcábamos el aire. Ni siquiera noté el despegue. Si moría ese día, sería con una sonrisa en la cara. Harry sabía besar. Era innegable.
Besaba con todo el cuerpo. Con manos, pecho, piernas. Su masculinidad me consumía. Era un cambio refrescante con respecto a los besos de Richard, que seguían la pauta: «meter la lengua hasta tu garganta antes de meterme en tus bragas».
Él llevó una mano a mi pecho y lo acarició.
Gruñó. Yo gemí. Me excité aún más. Pensé en lo fácil que seria para él bajarme los pantalones y ….
Fácil… y maravilloso.
Él se apartó de repente. Cerró los puños. Respiraba con agitación, igual que yo.
—Un día, pronto, Miranda, voy a enseñarte exactamente cuánto placer puedo darte. Y ninguno de los dos podremos andar durante una semana.