capitulo 10

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Igual que un Tigre busca y utiliza tus debilidades en contra tuya, debes encontrar y utilizar las suyas en su contra. Aprovecharse de una debilidad puede marcar la diferencia entre victoria y derrota.

Pasé el día siguiente, viernes, al teléfono.

Harry me llamó. Richard también.

Le dije a Richard que se muriera y se fuera al infierno. A Harry le colgué sin decir una palabra.

—Bonita tu foto con Caroline. Tu no-novia. ¿También le has pedido que se case contigo? —dije cuando llamó por segunda vez. El se rió. Y mucho.

—Es una amiga. Nada más. Hacemos juntos el circuito de actos benéficos. Me encantaría que a partir de ahora me acompañases tú. ¿Te interesa?

Sonó muy sincero, pero lo mismo había pasado con Richard.

—No, gracias —respondí y colgué. No sabía qué pensar. ¿Debería creerlo? ¿Y por qué diablos me importaba tanto? No teníamos una relación, de eso ya me había ocupado yo a conciencia.

Ignore la llamada «¿encontraste algo?» de mi madre y la de «¿cómo estás?» de Jonathan. Sí contesté a la de «¿te gustaría salir conmigo?» de Jennifer: le expliqué la razón del beso y se lo tomó bien.

En todo ese tiempo, mi PDA no dejó de sonar.

Pitaba y pitaba sin descanso.

Finalmente tiré el asqueroso aparato por la ventana y me satisfizo mucho oír cómo se estrellaba. Sintiéndome mejor, llamé a todos los números de la factura telefónica de Jonathan, siempre con la misma excusa: «Tenía una llamada perdida suya. ¿Quién es y por qué llamó a este número?»

Las respuestas fueron variopintas. Sólo dos me inquietaron. Jonathan había llamado a Nora Hallsbrook, su secretaria, varias veces en mitad de la noche. También había llamado seis veces a un salón de belleza: Body Electric. Eso sólo podía significar una cosa: el desalmado practicaba el sexo telefónico con su secretaria y pagaba sus tratamientos de belleza.

Era tópico y repugnante. Sabía que no había llamado al salón para concertar una cita para mi madre. Ella no habría hablado de otra cosa durante días.

Por muy enfadada que estuviera con mi padrastro, también me sentía muy dolida e increíblemente traicionada. Se suponía que él no era como mi padre. Se suponía que cuidaba de la unidad familiar. Que amaba a mi madre, que la adoraba. Que me quería a mí.

Me apreté el puente de la nariz. Me habría gustado ver la factura de la tarjeta de crédito de Jonatito para ver qué le había pagado a Nora. ¿Un bronceado? ¿Depilación por láser? ¿Un masaje completo para que olvidara sus remordimientos por destrozar un matrimonio?

Había visto a Nora muchas veces. Era una mujer de atractivo medio, de cuarenta y pocos años, con mucho pelo y montones de maquillaje; no era la que había visto en las fotos, la joven con el bebé. ¿Podía estar Jonathan viendo a dos mujeres? No era imposible. Richard, que ojalá cayera al océano y fuera devorado por los tiburones, había tenido una mujer en cada edificio de cada ciudad de Estados Unidos.

Dios, ¿qué iba a decirle a mi madre? Decidí que nada, de momento. No debía hablar sin pruebas concretas o ella podría excusar a Jonathan, dejándose llevar por la incredulidad.

Igual que había hecho yo muchos años. Y ella con su anterior marido.

Me levanté de un salto y fui a la cocina a por la guía telefónica. Buscaría pruebas.

Busqué la dirección de Nora y la del salón de belleza. Acababa de apuntarlas cuando sonó mi teléfono. El identificador de llamada decía que era Styles, Harry.

—¿Qué? —ladré.

—He decidido que quieras o no acompañarme, no iré a más eventos con Caroline. Sólo quiero ir contigo.

Me cosquilleó la piel al oír esa voz grave y llena de promesas. No deberían importarme sus palabras, pero me importaban. Tal vez fuera ****a; otra vez, pero en cierto modo lo creía.

«Boba», dijo mi Tigresa. ¿Sería yo igual que mi madre?

—¿Tienes hambre? —preguntó.

—No, lo siento —dije, a mi pesar—. Estoy ocupada.

—¿Haciendo qué? ¿Trabajando en la fiesta de mi madre?

—La verdad es que no. No es buen momento para hablar. Iba a salir.

—¿Dónde está tu PDA? Programé una reunión para hoy y debería haber estado pitando toda la mañana. Deberías estar de camino al despacho.

—Huy, pues no he oído nada —llamaron a la puerta. Suspiré con frustración, odiando colgar pero sabiendo que debía hacerlo—. Hablaré contigo más tarde. Tenemos que hablar del viaje a Colorado mañana, y de que sigo sin querer ir —colgué antes de que pudiera protestar. Fui al salón y tiré el teléfono sobre el sofá.

Agarré las llaves y el bolso, uno viejo, feo y blanco, porque aún no había reemplazado el robado. Llevaba puestos pantalones marrones y blusa blanca. Sandalias marrones, perfectas para un paseo de tres kilómetros. El pelo recogido de la forma habitual. Pretendía pasar desapercibida.

Sin detenerme a comprobar quién llamaba, abrí la puerta, dispuesta a librarme de quien fuera.

Me quedé parada en el sitio.

Beautiful mess (Harry Styles)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora