El hombre era cien por cien comestible.

Después de años y años de tratar con Richard, Perro del Infierno, me gustaba pensar que era inmune a la testosterona. Pero ese hombre irradiaba sexo como un anuncio de neón que dijera: «Ven a por un pedazo de esto». Me sentía como un enorme aperitivo sexual que clamaba un poco de atención, directa y sucia. Me habría enroscado a una barra de striptease. O le habría dedicado una danza del vientre.

No podía ser más patética.

Harry Styles debía rondar los 24. Su piel era color crema y sus eléctricos ojos azules (¿o verdes?) me observaban con intensidad. Se me encogió el estómago. ¿Tendría la cara manchada aún? Tenía la nariz hermosa, labios carnosos y besables. Sus anchos hombros estaban embutidos en una cara chaqueta italiana.

Pensé que, al fin y al cabo, quizá no fuera inmune a la testosterona.

Harry me dio la bienvenida con una sonrisa sexy.

Se me secó la boca y se me hizo un nudo en la garganta. Esa sonrisa era letal. Mata mujeres, sin más. «Corre», gritó mi mente, «Sal de aquí».

¿Dónde estaban mi inteligencia, mi astucia y mi instinto?

Iba a charlar con ese hombre perfecto, posiblemente estrecharía su perfecta mano. Y la mía estaba sudorosa. Sólo de pensarlo mi sistema nervioso se desbocó. Tenía que calmarme. Pero ¿cómo? El consejo de mi padrastro: «cuando una persona te ponga nerviosa, imagínatela desnuda», no servía.

Harry Styles… desnudo…

Forcé una sonrisa educada y decidí pensar en él como si fuera un sándwich de pan de centeno con pavo y queso. No me gustaban el pavo ni el queso, y odiaba el pan de centeno.

Él se puso en pie, miró mis labios y me ofreció una mano. La acepté. Se secó la mano en los pantalones antes de sentarse de nuevo.

Pero yo mantuve mi expresión profesional.

Creo.

—Sé que es más tarde de la hora prevista —dije, por si acaso Elvira, Reina de los Malditos, no lo había avisado de mi llegada—, pero me gustaría dejar constancia de que llegué a tiempo —desde mi punto de vista, la falta de puntualidad era casi pecado mortal.

—Tomo nota —dijo él, con una sonrisa divertida.

Estuvieron a punto de fallarme las rodillas. La sonrisa ya era mala, pero unida a su voz, ¡cielos! Tenía un timbre profundo y grave, suave y rico como un buen brandy. Había sonado como si estuviera tumbado en la cama, después de una vigorosa sesión de sexo. De ese sexo que rompe esquemas.

—Por favor… —señaló con la barbilla después de observarme un largo momento— tome asiento.

Me senté y dejé mi maletín en el suelo, a mi lado.

—Espero que no le moleste la pregunta, pero ¿dónde está su madre? No la he visto salir.

No pareció desconcertarle mi pregunta; de hecho, dio la impresión de que yo le divertía.

—Ha salido por la puerta lateral.

—Ah —una mujer inteligente, no tendría que volver a enfrentarse a Elvira—. Hablé con ella por teléfono el viernes pasado —decidí ir al grano. «Estoy serena. Soy una profesional»—. No estoy segura de haber entendido los detalles. Quiere que planifique una fiesta sorpresa, ¿correcto?

—Sí.

—Pero también dijo que la fiesta era en su honor.

—No intente entenderla. Se volvería loca —no ofreció más información. Se limitó a esbozar otra de esas sonrisas tipo «Soy el mejor polvo que vas a disfrutar en tu vida». Me pareció que el suelo temblaba.

—Cuando hablé con ella, no tuvimos la oportunidad de discutir mi tarifa —desde mi punto de vista eso era lo más importante.

—El dinero no es problema —dijo él, clavando su vista en mi boca.

Me sonrojé, necesitaba mirarme en un espejo y comprobar que no seguía teniendo la cara manchada.

—En conciencia, no puedo seguir adelante hasta que hayamos acordado…

—Cueste lo que cueste la fiesta —intervino él, silenciándome—, lo pagaré.

¿Le entusiasmaba celebrar que su madre estaba un año más cerca de las puertas de la muerte? ¿O la quería tanto que quería hacerla feliz, al coste que fuera?

—Señor Styles, no es inteligente decirle eso a una mujer que aún no ha nombrado su precio.

—Cierto —sonrió él—. ¿Por qué no echa cuentas y me envía un presupuesto por fax?

—Excelente —asentí.

—Bien. Ahora, por favor, llámame Harry. Y yo te llamaré Miranda.

Mi nombre en sus labios sonó demasiado sensual, como una especie de llamada de apareamiento que mi cuerpo en bancarrota sexual oyó claramente. Cerré la boca antes de decir algo *beep* como que quería tener hijos suyos. Asentí.

—Señor Styles, el señor Phillips está al teléfono —dijo la voz de Elvira, Arpía del Sino.

Harry se frotó la cara con aire de cansancio.

—¿Puedes disculparme? Tengo que contestar.

—Desde luego. ¿Espero en el vestíbulo?

—No, quédate donde estás —levantó el auricular y giró la silla, de modo que yo solo veía su espalda y la parte superior de su cabeza castaña—. ¿Tienes ya las cifras? —pausa. Gruñó—. ¿Por eso has llamado? Sí —pausa—. Esa —pausa—. Sí. Me alegro —pausa—. Sabes que haré lo necesario para ganar.

¿De qué se alegraba y qué pretendía ganar? Escuchar una conversación telefónica cuando sólo se oía a una de las parte era un rollo. Descomunal.

—Ahora estoy en una reunión —pausa—. Sí —pausa—. Adiós.idiota  —masculló. Hizo girar el sillón y colgó el auricular, volviendo a prestarme toda su atención—. Disculpa —agitó la mano en el aire—. En fin, me gustaría tener más tiempo para hablar contigo hoy —dijo, con tono de lamentarlo sinceramente—. Pero, por desgracia, tengo citas toda la mañana y no puedo cancelarlas. ¿Por qué no llamas dentro de unos días y concertaremos otra reunión?

Beautiful mess (Harry Styles)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora