No lo iba a dibujar más, no trazaría líneas de su figura en hojas blancas, nunca más volvería a verlo en secreto riéndose junto a sus amigos. La fantasía había terminado. Desperté para dejar de ser engañada por su amabilidad que me obligó a sonreírle, aunque preferí que me golpeara para odiarlo como lo hicieron todas a quienes les dejó un gran vacío.
El príncipe cruel de los ojos azules no miraba a nadie más. Cerraba sus ojos e inconsciente veía el rostro de quien amaba: el único que lo hería, el único que lo afligía, el único que no estaba a sus pies. E príncipe buscaba en nuestra compañía la compañía de aquella persona. Se hería más, nos odiaba más.
El príncipe estaba enamorado y yo solo le sonreía. Sentía envidia. Quién fue capaz de enamorar al príncipe del colegio. Qué importaba, porque sólo quería que sonriera de verdad aunque no estuviese a mi lado. El príncipe siempre fue bueno conmigo, pero no quería que continuara siéndolo, por eso me oculté. Volví a aislarme como de costumbre
La soledad es hermosa.
Quinto año de secundaria, el último año escolar. Nos tocaba realizar una gran puesta en escena. Me sentía entusiasmada, y aunque sabía que no iba a ser fácil conseguir una responsabilidad importante, trataría hasta lograrlo. A pesar de estar en el medio del auditorio vacío en pleno recreo, este resplandecía de colores, efectos y música, repleto hasta la última de las butacas.
No estaba permitido el acceso en el auditorio, pero casi siempre me escabullía allí en el recreo. Me sentaba en una butaca hasta que el timbre sonaba. Nunca encontré a nadie en el auditorio ni tampoco me habían encontrado, nunca, hasta que un día escuché pasos en el corredor. Me asuste. Pensé que era algún profesor o auxiliar, por eso me oculte detrás del telón del escenario. Si me encontraban podía ser castigada.
Me quedé quieta tras el telón. No era ningún profesor o auxiliar, sino el príncipe de los ojos azules. Aunque no corría el riesgo de ser castigada, no salí de mi escondite. Continué escondida tras el telón mirándolo con cuidado para que no se diera cuenta.
El príncipe juguetea con su celular. Sonreí mientras escribía, sonreía cuando leía palabras en la pequeña pantalla. Intentó llamar, y aunque nadie le respondió, continuó sonriendo. Sentí que estaba invadiendo su espacio personal, porque el príncipe pensaba que no había nadie, pero continúe observándolo a escondidas a pesar que mis pies estaban desesperados por cruzar el auditorio.
Fue maravilloso caminar al lado del príncipe, aunque siempre me dejaba sin respiración cada vez que se dirigía a mí como su enamorada. Momentos que solo recordaría como bonitos recuerdos, porque yo no era a quien quería a su lado. El príncipe estaba enamorado de alguien que yo desconocía.
Después de un rato el mejor amigo del príncipe entró en el auditorio. Ese fue el momento oportuno para salir de mi escondite, pero no lo hice a pesar de las vibraciones de mi cuerpo como advertencia para convencerme de que no debía continuar oculta.
Ellos hablaban, pero no los podía escuchar con claridad por la distancia, solo murmullos que no me esforzaba en entender. El mejor amigo del príncipe se veía intranquilo. Miraba la entrada del auditorio a cada momento con la intensión de irse. El príncipe pronunciaba palabras que fueron apaciguando poco a poco la intranquilidad del ambiente. El comportamiento de ambos me pareció inusual.
Max, el príncipe de los ojos azules, agarró las manos de su mejor amigo Caramel. No pude continuar viéndolos. Me recosté en la pared aún protegida por el telón. Aunque Max había agarrado las manos de Caramel y había acortado la distancia entre ambos, traté de no hacerme ideas equivocadas.
Los murmullos desaparecieron. Tuve la impresión de estar sola en el auditorio. Debía salir, regresar al patio, pero me dio miedo dejar mi escondite. Los minutos pasaban y pronto el timbre sonaría. Decidí fijarme en la platea con cuidado, y aunque vi lo que vi, no parpadee.
Los murmullos se habían convertido en besos cariñosos y el silencio en miradas profundas. La distancia entre ellos se ausentó. Correspondían sus labios como dos amantes fieles, dos personas enamoradas. Max acariciaba sus mejillas y buscaba la mirada avergonzada de Caramel que rehuía culpable.
Pude entender, al fin pude entender muchas cosas. Entendí donde se escapaban sus pensamientos cuando su conciencia se ausentaba durante nuestras citas; entendí su hermosa sonrisa cuando miraba su celular con impaciencia después de colgarle; entendí por qué el príncipe no era cariñoso conmigo cuando su mejor amigo no estaba parado frente a nosotros. Era a él a quien había elegido.
Me mantuve quieta detrás del telón con intensión de quedarme allí hasta que se fueran. Los minutos continuaban pasando. El recreo ya iba a terminar.
—Ya no voy a venir aquí—Caramel se quejó—. Me voy primero, no me sigas.
—Aún es pronto para que te vayas, quédate
—El recreo ya va a terminar.
—Pero aún no termina—Max logró seducirlo. Silenció sus quejas con sus labios una vez más.
El beso cariñoso fue interrumpido. La mirada de Caramel se tensó, se volvió pálida. Me pareció que iba a desfallecer. Pero no solo Caramel, porque yo sentí lo mismo. Mis manos temblaron mientras presionaba mi celular que vibraba y timbraba una melodía escandalosa con el volumen no tan alto, pero que el vacío del auditorio se encargó de triplicar.
Me vi descubierta, pero no me atreví a dejar mi escondite.
Escuché pasos acercarse a mí mientras apretaba mi celular con fuerza. Sentí que me iba a morir de la vergüenza. Quería que se detuviera, se diera la vuelta y se fuera. Los pasos no se detuvieron, continuaron hacia mí a pesar del repicar del timbre que anunciaba el final del recreo. Max retiró el telón que me había ocultado. Me dejé al descubierto.
Los miré a ambos sin saber que decir. Caramel trataba de mantener la compostura, aunque me pareció que iba a desfallecer en cualquier momento. Miré a Max. No mostró ninguna preocupación, se veía relajado como siempre. Me intimidó un poco.
—Hola, Luz, que sorpresa encontrarte aquí —dijo sonriéndome.
Me lengua se enredó. No me sentí capaz de pronunciar ni una sola palabra, pero con mucho esfuerzo dije:
—Lo siento, lo siento mucho.
—Qué sientes, Luz, no debes sentirte mal por nada.
Desvié la mirada apenada. Recordé el timbre del colegio. Bajé las gradas del escenario. Casi tropiezo al bajar mientras miraba la salida del auditorio con desesperación. Quería irme y olvidar que me habían descubierto.
—Yo... tengo que irme a clase —traté de huir.
—Que te vaya bien —dijo Max como si nada.
Caminé lento para intentar que no me notaran, pero fui acelerando hasta parecer que corría a poca distancia de la entrada del auditorio, pero me detuve. No llegué cruzar la salida. La voz quebrada de Caramel resonó atrás de mí. "No te vayas", dijo. Pude fingir no escucharlo, pero mis pies se detuvieron.
Me mantuve quieta por un rato, pero me volteé lentamente para verlo. Max venia hacia mí a paso rápido. Me sobrecogí. Me garró de la mano y me jaló hacia donde caramel había permanecido quieto desde que me descubrieron. Pensé que Caramel me diría algo, pero no lo hizo. Solo miró a Max. Su mirada severa lo regañó sin decirle ni una sola palabra. Me asustó un poco. Bajé la mirada para tratar de ausentarme de su discusión sin palabras.
—Luz —Max se arrodilló frente a mí para verme como si yo fuese una niña pequeña que no podía ser capaz de entender nada— ¿Te acuerda lo que te dije? No es ella, es él.
—Entiendo —dije recordando sus palabras.
—No le digas a nadie lo que viste, porque si lo haces Caramel terminará odiándome por pedirle que venga al auditorio. Se una buena chica.
—Sí, Max, no le diré a nadie, lo prometo —respondí convencida.
—Yo te creo. Ve a tu clase o se te hará tarde —dijo Max poniéndose de pie.
Max se veía convencido de mi palabra, pero Caramel se mostró muy afectado desde que me descubrió oculta tras el telón del escenario. Traté de irme. Me volteé, pero no di ni un solo paso. El semblante pálido de Caramel no me lo permitió. La situación lo torturaba. Había sido descubierto manteniendo una relación amorosa con el príncipe del colegio. Fácilmente podían ser repudiados por todos los compañeros del colegio si decidía revelar su secreto.
Entendí la preocupación de Caramel. Era una situación muy delicada para él. No deseaba agobiarlo, solo necesitaba que creyera en mis palabras. Volví a girarme para verlos y dije tratando de sonar segura:
—No se lo diré a nadie, Caramel, lo prometo —Caramel no dijo nada, solo desvió su mirada de la mía. Sentí que no era capaz de confiar en mí. Él estaba muy avergonzado—. Yo estoy feliz por ustedes, creo que hacen una bonita pareja. —dije con torpeza con la cara roja como un tomate. Me arrepentí por mi irrespetuosa confianza, pero aun así continúe—. Yo estoy feliz que Max te haya elegido, porque prefiero que sea contigo que con alguna chica pegajosa y creída. Estoy feliz que ninguna de ellas pueda tener a Max. Caramel, no te preocupes, confía en mí, no le diré a nadie que están saliendo.
Caramel me miró serio.
—Max y yo no salimos —dijo firme manteniendo su mirada fija en mi—. Lo de ahora, lo que viste...en realidad no... —Caramel buscaba una justificación creíble, pero se trababa en su intento torpe de ocultar lo imposible.
—Es verdad, Caramel y yo no salimos—dijo Max. Sus palabras lograron detener los intentos torpes de Caramel por buscar una justificación creíble que desbaratara lo que vi —Cómo puede salir conmigo si sale con Cristal. Lo que viste fue un tonto juego que a veces le obligo a jugar, pero nunca más. No es bueno que dos chicos jueguen de esa manera, ¿verdad, Caramel?
Caramel no respondió. Mantuvo sus ojos en Max, pero lo bajó afligido.
—Sí, lo entiendo —dije para que el ambiente dejara de cargarse de un frio doloroso que nos empezó a envolver a los tres—. Max, no seas malo con tu mejor amigo, no lo obligues a jugar juegos que no quiere.
—No lo volveré a hacer, lo prometo.
Nuevamente intenté irme, pero Caramel fue el primero en dejar la platea antes de que yo pudiera da un paso. Cruzó la salida del auditorio sin mirar atrás. Se fue sin decir ni una sola palabra. Habíamos sido dejados, pero fue Max el único ignorado.
—Lo siento, Max —no supe por qué lo dije, pero a Max no pareció importarle nada de lo que sucedió en el auditorio.
—No lo sientas, porque aun así yo lo amo —dijo sin titubear. A pesar de haberlo sabido desde que los vi en el auditorio tras el telón, su confesión me sorprendió mucho.
Siempre supe los sentimientos de Max, pero nunca quise creer que era Caramel, porque él era su mejor amigo y también un chico. Pero fui sincera. Me alegraban los sentimientos de Max por Caramel. Quería a Max, por eso deseaba que su sonrisa dejara de tornarse triste. Por fin supe quien le había robado la alegría, pero no podía hacer nada, solo mantenerme al margen, fingir que no sabía nada.
Tenía un poco de oscuridad en mi corazón. Sentía regocijo cuando miraba a las chicas coquetearle a Max sin saber que ellas no tenían ninguna esperanza, porque Max estaba enamorado de su mejor amigo. No me dolía, porque un obsesivo amor superficial confundido por amor verdadero teñía mi corazón, uno que pudo convertirse en real si se hubiese mantenido a mi lado. El príncipe cruel de los ojos azules nunca iba a ser mío, pero tampoco de ninguna chica.
Mi distancia con Caramel se mantuvo igual que siempre. Casi nunca habíamos hablado desde el primer año, solo unas pocas veces, pero desde ese día su mirada se empezó a ocultar de la mía. Había cambiado. No lo culpaba. Caramel sentía vergüenza.
—Qué haces, grillo —Violeta se sentó a mi lado y me quitó el manuscrito que estaba revisando —pensé que solo dibujabas garabatos.
—Es el guion que quiero presentar para la obra de teatro. Este año es...
—Lo sé, déjame leerlo —me dio la espalda.
Mantuve mi promesa de no contarle a nadie sobre lo que vi en el auditorio. El trascurrir de los días se lo demostró a Caramel. La tensión que sentí en él fue despareciendo poco a poco hasta que desapareció en su totalidad. Entendió que cumpliría mi palabra.
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Dejaré algunas curiosidades de este capítulo en la pagina de facebook :D
Soy perezosa compartiendo, pero me esmeraré.
Gracias por leer, gracias por las estrellitas y comentarios.
Besos!!