Mi mejor amigo Max y yo habíamos ido a la playa con los amigos que conoció en su trabajo. No me pareció un buen lugar para matar el tiempo porque el clima no era favorable para nuestra salud, además, la ausencia de bañistas nos hizo el punto de atención de las pocas personas que paseaban en el lugar. A mis amigos les importo poco las miradas de desaprobación de los adultos. Chapotearon en el agua fría hasta decidir que era el momento de irnos después de sumergirme en el mar con toda mi ropa en contra de mi voluntad, pero también porque una señora que paseaba a su perro se acercó para regañarlos con severidad.
Max me ayudó a ponerme de pie y me llevó hacia el auto.
—Ponte mi ropa —me ordenó sin ni siquiera pedir mi opinión.
—No, Max, si me pongo tu ropa no tendrás que ponerte.
—Hazme caso, ponte mi ropa. Ya se me ocurrirá algo.
—Que buen amigo tiene Caramel —Estefan le habló a Max, quien se había quedado en la parte delantera del auto escuchando música —Max, podemos ir a la casa Gema y darle a Caramel algunas ropas de su hermano.
—Sí, vamos a mi casa. Mi hermano tiene tu contextura, seguro que su ropa te queda muy bien. No se negará, me debe mucho —dijo Gema agarrando sus zapatos y una gran toalla que sacó de su bolso.
Max y yo estuvimos de acuerdo en ir a la casa de Gema, pero de todas maneras me obligó a ponerme su ropa después de una pequeña discusión. Acepté ponerme su abrigo y pantalones sólo si él se quedaba con su polo. No iba a permitir que Max viajara cubierto con una toalla.
La estatura y contextura de Max no era igual a la mía. Sus ropas de mayor talla me quedaron holgadas. Me hicieron sentir muy pequeño. El ambiente en el auto de Estefan fue solo risas y alborotos, lo que me ayudó a disimular mi estado nervioso porque la fragancia y rose de sus ropas me hicieron sentir como si estuviera envuelto de seda perfumada.
Llegamos a una zona poco concurrida, casi desierta, apenas pude ver algunos autos durante nuestro recorrido. No había bodegas, centros farmacéuticos, restaurantes; nada donde comprar. Era un distrito muy tranquilo.
La casa de Gema era grande y bonita. Me dio la impresión de que no había nadie adentro, pero luego noté la presencia de unas señoras esperando en la puerta para darnos la bienvenida. Gema y Pilar se bajaron del auto, pero Estefan no se movió, solo prendió un cigarro y se quedó sentado en el auto ya estacionado en el jardín dentro de la casa.
Las chicas pidieron que las siguiéramos para prestarme la ropa. Deseé que la ropa de su hermano fuera de mi talla, como dijo, y no grande, porque ya había tenido demasiado con la ropa holgada de Max. El me miraba, se reía y decía comentarios poco agradables.
—No te rías de mí, Max — le reclamé.
—Eres tan pequeño — me dijo
—Con tu ropa me siento pequeño, pero no lo soy. Tus eres demasiado alto para tu edad; además, no deberías burlarte de mí con ese short color rosa tan gracioso que llevas puesto.
—No me quejo, me queda bien, todo me queda bien.
Yo vestía su ropa, y al no tener que ponerse, Max no tuvo elección que vestir el short rosa que Estefan nunca utilizó. Pero Max tenía razón, porque ese short color rosa y el polo de algodón color blanco le quedaba perfecto.
—Mi ropa te queda bien, te vez lindo —pellizcó mis mejillas con delicadeza. Su voz sonó tan sincera. Me hizo avergonzar.
—Ustedes, no se queden atrás, vengan rápido —Pilar nos llamó desde una habitación. Debía ser el cuarto del hermano de Gema.
La habitación era muy ordenada. Había una gran mampara que daba paso un amplio balcón desde donde pude ver una piscina rodeada de tumbonas y sombrillas.
Gema entró a lo que debía ser el walking closet de su hermano. Descolgó varias ropas del armario sin ningún cuidado. Los tiró por todos lados como si fuesen suyos. "No tiene nada bueno", dijo mientras rebuscaba entre las perchas.
—No estás de compras, Gema, deja que Caramel elija lo que le parezca bien.
—Un pantalón jeans azul, un polo blanco como el mío; también tomaremos prestadas unas zapatillas y medias. Las de Caramel están mojadas. —dijo Max agarrando todas las prensas sin sentir pena.
—Ropa interior —dijo gema abriendo un cajón—hay varias nuevas.
—Caramel los necesita y yo también —Max caminó hacia el cajón.
—No es necesario que lo elijas por mí —agarré las prensas que Max tenía en sus manos antes de que se le ocurriera escoger una ropa interior por mí.
Pilar se sonrojo. Gema le dio empujones hacia la puerta de la habitación.
—No se demoren, iremos a la cocina. Bajen a buscarnos.
Las chicas desaparecieron tras la puerta de la habitación. Sus pasos retumbaron hasta que dejaron de escucharse en el pasillo del segundo piso.
Me cambié con la ropa prestada después de ducharme. Doble la ropa de Max y la dejé sobre la cama para que pudiera encontrarlo con facilidad. Me quedé parado junto a la puerta. Gema nos había dicho que llamó a su hermano para avisarle que estábamos en su habitación, pero de todas maneras me sobresalté cuando escuché unas voces masculinas en la primera planta. Aunque el hermano de Gema sabía que agarraría sus ropas, igual me iba a sentir extraño si él nos encontraba dentro de su habitación
"Ve bajando, Caramel", me había dicho Max antes de entrar al cuarto de baño. Salí hacia la escalera que se conectaba con el salón. Caminé despacio hasta notar a una persona sentada con los pies subidos en el mueble. Era una muchacha de largos cabellos rubios, vestida con un delicado vestido color blanco. En sus manos tenía un libro grande y grueso, pero apenas lo sostenía con interés. Sentado a su lado estaba Estefan. Ellos conversaban con mucha confianza. "Traeré pastelillos y té", dijo Estefan y salió del salón.
Ella se dio cuenta de mi presencia, pero no me habló, solo sostuvo su libro con firmeza y empezó a leerlo.
—Buenas tardes, Soy Caramel, amigo de Gema —saludé amable. Consideré que hubiese sido malo pasar por su lado sin decir nada a pesar de haber sido ignorado por ella— ¿Podrías decirme donde está la cocina?
Ella me miró un poco sobresaltada, pero de inmediato señaló el lugar por donde se había ido Estefan. Ella tenía que ser hermana de Gema, porque se parecían mucho. Agradecí su ayuda.
—No te lleves todos los pastelillos—le reclamaba Gema a Estefan cuando entré a la cocina de amplias dimensiones y hermosos diseño.
—No se preocupe, niña Gema, dentro de cinco minutos sacaré más del horno —le dijo una de las señoras que nos había dado la bienvenida.
—Pastelillos recién salidos del horno, ¡bien! —celebró Pilar.
—Joven Estefan, no se preocupe, yo le llevo la fuente y los tés al salón.
—No, Yola, gracias, lo haré yo —dijo y desapareció con la fuente abarrotado de pastelillos y los dos tés.
Las chicas me invitaron a tomar el lonche con ellas.
—Caramel, que bien te queda la ropa de mi hermano, sabía que eran de la misma talla.
—Gracias, se los regresé lo antes posible.
—No, no, quédatelos —insistió Gema.
—Sí, quédatelos, porque Rodrigo prefiere los vestidos de Gema.
Creí escuchar mal, pero traté de no entender. Le di un mordisco a uno de los pastelillos sin darle interés al comentario de Pilar.
—Estoy cansada, traté de convencerlo que se compre los suyos propios, pero no me hace caso. No me gusta que revuelva todo mi armario como si fuera suyo.
— ¿Que?... —pronuncie sobresaltado.
—Su hermano es travesti, no es broma —dijo Pilar despacio y bajito, quizá para que pidiera entenderlo mejor.
—Tu hermano se ve igual a una chica, es igual a ti, Gema— Max entró a la cocina y agarró un pastelillo —, aunque es muy tímido.
—Es mi mellizo, debe ser por eso.
—Cuando lo vi me recordé cuando Caramel se puso vestido. A caramel también le queda muy bien el vestido.
—Fue para una obra de teatro del colegio —agregué de inmediato cuando las chicas casi se atragantan con sus pastelillos.
—Caramel, vamos a mi habitación. Te puedo prestar mis vestidos.
—Yo te maquillo —dijo Pilar.
"No soy como tu hermano", iba a decirle sin pensar, pero Max se dio cuenta de mi estado de ánimo. Él sabía que el comportamiento de la chicas se estaba volviendo molesto para mí, por eso de inmediato se preocupó en cambiar de tema con éxito. Lo agradecí, porque quizá mi comentario no le hubiese agradado a Gema.
—Nunca conocí a un travesti —dijo Max mientras caminábamos a mi casa.
—No hables de eso.
—Fue un día divertido —me abrazó.
—Sí.
—Caramel no debe temer, no te pido que te travistas, solo quiero que me correspondas.
Me quedé en silencio. Habíamos hablado mucho sobre mi decisión, pero Max no entendía. Cada vez que lo mencionaba me lastimaba mucho, porque no podía ser posible.
Max me arrinconó contra la puerta, me dio un beso suave en los labios, sonrió y apretó el timbre de la puerta. Traté de calmar el palpitar de mi pecho y mi agitada respiración. El problema no era controlar mi estado alterado por su culpa, sino tratar que Max se auto controle. Algo imposible.