Beautiful mess (Harry Styles)

By sweetystyles

72.6K 1.9K 46

More

Beautiful mess (harry styles)
capitulo 1/parte 3
capitulo 2
capitulo 2 parte 2
capitulo 3 parte 1
capitulo 3 parte 2
capitulo 4 parte 1
capitulo 3 parte 2
capitulo 4 parte 1
capitulo 4 parte 2
capitulo 4 parte 3
capitulo 4 parte 4
capitulo 5
capitulo 6
capitulo 6 parte 2
capitulo 6 parte 3
capitulo 7 parte 2
capitulo 7 parte 3
capitulo 7 parte 4
capitulo 7 parte 5
capitulo 7 parte 6
acpitulo 7 parte 7
capitulo 7 parte 8
capitulo 8
capitulo 8 parte 2
capitulo 8 parte 3
capitulo 8 parte 3
capitulo 9
CAPITULO 9 PARTE 2
CAPITULO 9 PARTE 3
capitulo 9 parte 4
capitulo 10
capitulo 10 parte 2
capitulo 10 parte 3
capitulo 10 parte 4
capitulo 10 parte 5
capitulo 10 parte 6
capitulo 10 parte 7
CAPITULO 11
CAPIRTULO 11 PARTE 2
CAPITULO 11 PARTE 3
CAPITULO 12
capitulo 12 parte 2
capitulo 12 parte 3
capitulo 13
capitulo 13 parte 2
capitulo 13 parte 3
capitulo 14
capitulo 14
capitulo 14 parte 2
capitulo 14 parte 3
ultima parte 14 y capitulo 15
capitulo 15 parte 2
capitulo 16
capitulo 16 parte 2
capitulo 17
capitulo 17 parte 2
capitulo 17 parte 3
CAPITULO 17 PARTE 4
CAPITULO 18
capitulo 18 parte 2
capitulo 19
capitulo 19 parte 2
capitulo 19 parte 3
nota
capitulo 20
capitulo 21
CAPITULO 21 PARTE 2
CAPITULO 21 PARTE 3
CAPITULO 21 PARTE 4
nota
EPÍLOGO
recomendaciones

Capitulo 1

2.7K 42 3
By sweetystyles

Una tigresa auténtica sabe pavonearse. Camina con la cabeza alta y el pecho hacia delante, con una expresión que dice: «Voy a comerte vivo».

Yo soy un felpudo.

Ya está. Lo he admitido. Si la gente quiere limpiarse las botas sucias en el felpudo que es mi vida es probable que les dé la bienvenida con una sonrisa y luego les dé las gracias. Al saber esto, algunas personas podrían perderme el respeto. En mi defensa diré que estoy mejorando. Haciéndome más fuerte. Más firme y enérgica.

Estoy liberando a mi Tigresa interna. Por desgracia, hoy la he tenido muy controlada. De momento el tanteo no va a mi favor: Vida 5, Tigresa 2.

De nuevo, en mi defensa, diré que la Vida es una arpía, mala y miserable.

Rememoraba la última sección que había leído de Libera a la Tigresa que llevas dentro cuando apareció ante mi vista el edificio de cromo y cristal de Aeronáuticas Styles. Me dije que la reunión iría de maravilla; como Tigresa, no permitiría menos.

Con determinación, alcé la barbilla y cuadré los hombros contra el asiento, mostrando mis pechos en su máximo esplendor. Pero por más que lo intentaba, no conseguía dominar la expresión de caníbal.

Claro que, cuando se tienen labios tan carnosos y aparentemente rellenos de colágeno, bueno no sólo aparentemente, como los míos, la única expresión que dominan es: «Cobro doscientos dólares la hora». En realidad, si uno lo piensa, eso podría implicar que quiero comerme a alguien vivo.

Por Brad Pitt, estaría dispuesta a negociar.

Los demás, bueno… me encogí de hombros. Lo siento, tendrán que conformarse con la expresión.

Fruncí los labios y los relajé. Fruncir. Relajar.

Intentando encontrar la expresión amenazadora perfecta. Cuando noté que el taxista me miraba fijamente por el retrovisor, enrojecí y volví la cara hacia la ventanilla. Debería haber practicado en casa, pero había recibido una llamada inesperada de mi ex; ojalá muriese y ardiera en el infierno toda la eternidad, que había consumido mi tiempo libre.

—Quiero darnos otra oportunidad —había dicho. Solía llamar una vez al mes con el mismo discursito. No soportaba la idea de que una mujer no lo quisiera—. Te quiero, nena. Te lo juro —había concluido.

Ya, y mis impresionantes pechos son dos globos de placer… Por si alguien se lo pregunta, no lo son. A duras penas lleno una talla 90.

Estoy orgullosa de mi misma. Le deseé que entrase en contacto íntimo con una bacteria carnívora que devorara su cuerpo dolorosa y lentamente, empezando por su apéndice favorito, y colgué, apuntándome el primer punto en mi marcador. Tengo la sospecha y la esperanza de que mi Tigresa es una arpía tan malvada como la vida, pero aún no la conozco lo suficiente para saberlo con seguridad.

En fin, cuando Richard y yo estábamos juntos, me engañaba. Siendo la buena chica que soy, lo perdoné la primera vez. Luchar para salvar el matrimonio y todas esas bobadas. Los hombres siempre serán hombres y eso. Da igual que sean prostitutos masculinos.

Vaya, ¿se me nota la amargura?

La segunda vez que me engañó, lo dejé cuatro semanas. Me avergüenza admitir que me reconquistó. Se tatuó mi nombre en el trasero, ¿quién puede resistirse a eso? Igual daba que mi nombre estuviera al lado del de su primera esposa.

La tercera vez que me engañó, me fui y solicité el divorcio. Eso había sido hacía seis meses. Él, abogado especialista en divorcios, y por tanto la peor basura del universo, había sabido manejar la situación para quedarse con todo y dejarme sin nada de nada.

Si queréis saber de dónde sacan sus ideas los asesinos, se los diré: de mujeres despechadas. ¡Lo que podría haber hecho yo con unas tenacillas de rizar el pelo y una pica para hielo… !

Bueno, eso ya no merece la pena pensarlo.

PARTE 2

La llamada de Richard había dado inicio a un día que iba de mal en peor. Hacia un rato me habían quitado uno de los mayores proyectos de mi casi inexistente carrera como planificadora de fiestas. Sólo por negarme a ofrecerle al dueño de Industrias Glaston una «fiesta privada», según sus palabras, en el asiento trasero de su lujoso automóvil.

Me despedía cuando ya llevaba cuatro semanas planificando el banquete anual de la empresa.

¡Cuatro semanas largas, tortuosas y mortales!

Al oír la repugnante oferta, mi Tigresa interior salió a la luz y le presenté mi rodilla a la entrepierna del señor Glaston; segundo punto de mi tanteo.

No hace falta decir que no fue un encuentro amistoso. Antes de que me demandara por agresión, me metí en este taxi para reunirme con mi siguiente cliente. Entonces fue cuando encontré un trozo de comida podrida pegado al cinturón de seguridad. Supuse que era comida. No quería ni imaginar qué otra sustancia podía provocar una mancha de grasa indeleble.

La grasa, o lo que fuera, era el menor de mis problemas. Cuando entré en el taxi, pensé que el taxista tenía un problema de gases. Erróneo. El repugnante olor a excrementos de perro provenía de mis zapatos. Debía haber pisado alguna boñiga de camino a Industrias Glaston. Deseé haber dejado parte del regalito en los pantalones del señor Glaston.

¿Es horrible por mi parte desear que Richard y él se pudran juntos en el infierno?

Un momento. Empiezo a rezumar amargura otra vez. No quiero ser una mujer amargada. En serio. Quiero ser fuerte. Las mujeres fuertes son felices. Y yo deseo desesperadamente ser feliz.

Para animarme, rebusqué en mi maletín y saqué mi ejemplar de Libera a la Tigresa que llevas dentro. Mis primas gemelas, Clara y Lucre, me lo habían regalado dos meses antes, cuando cumplí años, y gracias a él estaba convirtiéndome en una mujer más fuerte y feliz.

Una mujer que controlaba su destino.

Una mujer que no permitía que un poco de mala suerte la desanimara.

«Todo se arreglará, Miranda. Espera y verás». El taxi se detuvo bruscamente.

—Quédese con el cambio —le dije al conductor, dándole un billete de diez. Tomé aire y abrí la puerta.

Cuando pisaba la acera, un joven agarró la correa de mi bolso, dio un tirón y echó a correr. Grité y corrí tras él. Pero cuatro zancadas después, el tacón de siete centímetros de mi zapato izquierdo se partió por la mitad y caí de bruces. Mis pulmones se vaciaron del golpe. Mi maletín patinó por el asfalto.

Estábamos a principios de julio y era una mañana típica de Dallas: calurosa, seca y desagradable. El pavimento recalentado me quemó las rodillas.

El ladrón desapareció tras una esquina y nadie intentó detenerlo. Creo que oí a una mujer decir: « ¿Has visto el trasero de ese tipo? Genial».

Mientras estaba allí tirada, algunos pasaron sin prestar atención; otros se detuvieron y me miraron, sonriéndose. Con las mejillas encendidas, me puse en pie. Y estuve a punto de volver a caer cuando una de mis rodillas heridas se dobló en señal de protesta.

Habría sido agradable que el taxista saliera a ayudarme. Pero una mujer rubia pasó por encima de mí y se instaló en el taxi sin darme tiempo a parpadear. El maldito coche arrancó, envolviéndome en una nube de humo. Tosiendo, me incliné y recogí mis cosas. Al menos había dejado mis tarjetas de crédito en casa. Pero no era el caso de mi lápiz de labios y mis polvos para controlar los brillos, ahora desaparecidos.

¡Maldición! Era el colmo de los males.

Cojeando y sucia, conseguí recomponerme lo suficiente para entrar en el edificio Styles. A pesar de que acababan de robarme, tenía que actuar con confianza y seguridad. Era un trabajo importante.

Sin hacer caso de las miradas curiosas de los hombres y mujeres de negocios que había en el vestíbulo, busqué el cuarto de baño. Estaba lleno de mujeres y sus voces altas y cacareos eran aún más molestos que la prohibida nube de humo de cigarrillo.

Tosí, me hice camino a uno de los cubículos, cerré la puerta y tiré la chaqueta manchada a la papelera. Apoyé la cabeza en la puerta. Una parte de mí quería romper en sollozos. La otra deseaba lanzarse sobre la primera persona que viera y desgarrarla.

Tenía que encontrar un término medio. Presentarme a un cliente potencial con aspecto de ser una bestia salvaje, pero sensible, no era buena idea. Inspiré profundamente, cerré los ojos y canturreé para mí: «Estoy en un prado de felicidad. Estoy en un prado de felicidad».

¿Por qué no me había quitado los zapatos y perseguido a ese ladrón desgraciado?

«Estoy en un prado de felicidad».

¿Por qué no había denunciado al señor Glaston por su asquerosa proposición?

«Estoy en un maldito prado de felicidad».

¿Por qué no había… ?

Abrí los ojos y cerré los puños. El mantra de meditación que me había enseñado mi padrastro sólo estaba incrementando mi agitación. Mejor dejarlo antes de empezar a gritar, llorar y patear las paredes. Mi padrastro es psiquiatra, pero sus métodos no suelen funcionar conmigo. No sé por qué sigo probándolos, la verdad.

—Puedo hacer esto. Puedo.

«Mentirosa», dijo mi Tigresa, yo dije «Zorra».

Por si fuera poco, tal vez encima sea esquizofrénica.

Obligué a mis músculos a relajarse y salí del cubículo. Miré el cuarto repleto, notando detalles que no había visto antes. Todas las mujeres llevaban algo de color verde. Chaquetas verde guisante, faldas verde lima, blusas verde oliva.

Me sentí como si estuviera en una ensalada de aguacate. ¿Por qué verde?

Miré mi falda marrón, que caía a media pantorrilla. Suspiré. Daba igual. Incluso si hubiera sabido que el verde era el color de moda, ya no tenía ropa de ese color. Sólo me ponía marrones, negros y blancos. Colores de trabajo. Colores aburridos.

Algo más que añadir a mi lista de: «Por qué mi día es un asco».

Con tanta gente ante el espejo, no había sitio para arreglarme el pelo, así que lo dejé como estaba, recogido en la nuca con mechones sueltos en las sienes. Sin embargo, me negaba a ir a la reunión cojeando.

Después de limpiar mis olorosos zapatos, pasé diez minutos golpeando, raspando y arañando hasta conseguir que tuvieran una altura similar. Cuando acabé, eran planos. No cojearía, sin duda, pero iba a parecer una niña de doce años. Con mi metro sesenta de altura, todo centímetro extra venía bien.

El aseo se llenaba más y más. Agobiada, salí. Había un guardia de seguridad, de hombros anchos y la tripa rebosando por encima del pantalón, ante el ascensor. Cuando intenté pasar, su brazo se disparó, deteniéndome.

—Las solicitudes se piden en recepción, señorita.

Estuve a punto de decir: «Gracias, iré por una», pero me detuve a tiempo. Confianza, seguridad.

—No estoy aquí para solicitar trabajo —en realidad sí, pero no de la clase a la que se refería él.

Enderecé los hombros como indicaba el manual de autoayuda—. Estoy citada con Harry Styles.

—Eso pruébelo con otro —rezongo el guarda—. Yo no voy a tragarme esa excusa.

—Digo la verdad —lo miré boquiabierta.

—Oiga, si no envía la solicitud por correo, como las demás, la pondré en la lista negra y jamás la consideraran para el puesto.

Normalmente, su tono me habría acobardado. Al fin y al cabo tenía años de experiencia con mi padre natural, que ojalá se retorciera en su tumba, y con Richard, que ojala se encontrara pronto con el Creador, para retorcerse en su tumba. Pero, como ya he dicho, estoy en el proceso de convertirme en una mujer nueva. Una mujer nueva no aguantaba esas chorradas de un hombre.

Y, la verdad, la idea de estar en la lista de las chicas malas me parecía excitante.

Continue Reading

You'll Also Like

379K 16K 42
¿Como algo que era incorrecto, algo que estaba mal podía sentirse tan bien? sabíamos que era un error, pero no podíamos estar sin el otro, no podíamo...
19.9K 1.3K 18
SUCUELA DE APRENDIENDO A SER PRINCESA (disponible en mi perfil) Tras un año lleno de cambios drásticos desencadenados por la muerte de sus padres, Ra...
114K 5.2K 53
tus amigos llevaron a un amigo a tu casa desde ahi se conocen y pasar de los dias se van gustando
12.8K 494 10
Quería ser libre de verdad, olvidarse de lo malo que le había sucedido. Pero su pasado estaba atado a él y se había acostumbrado vivir en ese mundo...