TAMBIÉN LO RECUERDO TODO

By Gastohn

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¿Sabes qué siente realmente tu artista favorito? Davo ha sido durante tres décadas el actor y cantante más co... More

PRIMERA PARTE
1. Davo
2. Davo
3. Davo
4. Davo
5. Zeta
6. Zeta
7. Zeta
8. Zeta
9. Zeta
10. Zeta
11. Zeta
12. Zeta
13. Davo
14. Davo
PRENSA
15. Zeta
16. Zeta
17. Zeta
18. Zeta
19. Zeta
PRENSA
20. Davo
21. Zeta
22. Zeta
23. Zeta
24. Zeta
25. Davo
26. Zeta
27. Zeta
28. Zeta
29. Zeta
30. Zeta
31. Zeta
32. Davo
33. Zeta
34. Zeta
35. Zeta
36. Zeta
37. Zeta
38. Davo
39. Zeta
40. Zeta
41. Zeta
42. Zeta
43. Zeta
44. Zeta
45. Zeta
46. Zeta
PRENSA
47. Davo
Carta
49. Davo
50. Zeta
51. Zeta
52. Zeta
53. Zeta
54. Zeta
55. Davo
56. Davo
57. Zeta
58. Zeta
59. Zeta
60. Zeta
61. Davo
62. Zeta
63. Zeta
64. Zeta
65. Davo
66. Zeta
67. Zeta
68. Zeta
PRENSA
69. Davo
SEGUNDA PARTE
70. Davo
71. Davo
72. Zeta
73. Zeta
74. Davo
75. Davo
76. Davo
77. Zeta
78. Zeta
PRENSA
80. Davo

79. Davo

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By Gastohn


Mi estadía en Buenos Aires comenzó a sentirse diferente luego de haber tomado la decisión de llevar a cabo aquel concierto. Me sentía más animado, con un objetivo claro en vista, aunque también sabía a lo que me exponía. Apenas anunciada la notica a la prensa, comenzaron a notarse nuevas guardias en la puerta de mi edificio, más acecho de parte de periodistas recién llegados desde latitudes desconocidas y también una decena de improvisados paparazzi que buscaban la oportunidad de hacerse de alguna primicia que les llenara los bolsillos al venderla a los mismos portales y folletines amarillistas que me habían elegido como blanco de críticas y mentiras desde el instante mismo en que mi cara apareció por primera vez en una entrevista televisiva. Pero no todo era negativo, por el contrario: me resultaba vigorizante saber que era el pilar fundamental de algo tan anhelado por Fabrizio, lo que me ilusionaba de una manera que hacía mucho tiempo no me sucedía.

Por primera vez en años los miedos no me paralizaban.

Por primera vez desde el inicio de mi carrera volvía a sentir ese cosquilleo interno, mezcla de inseguridad, nervios y ansiedad, que llena a la mayoría de los artistas cuando se aproxima el momento de volver a pisar un escenario.

Con la ayuda de Malena comenzamos a darle forma a aquella presentación. Cómo y cuándo sería, con qué músicos o si era mejor cantar sobre una pista grabada, bailarines sí o bailarines no, si debía ser realizado en un arena, un teatro o en algún predio en cercanías del lugar al que queríamos ayudar. Fabrizio, mi asistente y yo nos rompíamos la cabeza intentando encontrar la manera de materializar aquel inusual recital lo mejor posible. Nos reuníamos prácticamente a diario en el departamento entonces alquilado de Puerto Madero, un lugar que comenzaba a percibir como un hogar, un sitio de pertenencia en el que cada vez estaba más cómodo. Finalmente, consensuamos en que lo mejor era llevar cada detalle de la organización del evento a la máxima simpleza posible.

Aunque estaba de acuerdo con ello, también sentía que no podía pararme frente al público sin ofrecerles nada más. Creía que nadie querría verme solo a mí, ¿quién podía tener interés en ello? Aquel era un temor que me perseguía desde el principio de mi carrera. Al iniciar la organización de cada gira o presentación en vivo, me embargaba la presión extrema de tener que alcanzar cierto estándar, siempre demasiado alto, que yo mismo me había impuesto; sospechando toda vez que no conseguiría cubrir la expectativa.

Hacía ya mucho que no salía en tour y más aún que no me presentaba en mi país, lo que agregaba un ingrediente de zozobra a mi atormentada mente.

Durante más de veinte años había llenado estadios en todo el mundo, ofreciendo la vanguardia tecnológica en cuanto a escenario, imagen y sonido; siempre había buscado tener una imagen innovadora, lo que ya se había convertido en un distintivo de mis presentaciones, algo esperado por los fans.

Pero aquel despliegue escondía un secreto.

De algún modo, siempre había estado convenciendo de que el público que asistía a mis espectáculos saldría decepcionado de mí y mi performance. Lo que, en esa oportunidad, me hacía pensar que no les interesaría verme sentado en una banqueta, solo frente a un micrófono, por más que se tratara de una obra benéfica.

—Hay algo que no te convence —observó Fabrizio una tarde, mientras lo acompañaba en uno de los balcones que miraba a la ciudad para que pudiera fumar.

—Tengo miedo de que no sea suficiente esto como lo estamos planeando.

—¿Suficiente? —se extrañó.

—No creo poder hacerlo así... —confesé.

—¿Hacer el concierto?

Su rostro mudó y sentí que debía ser honesto con él.

—Cuando empecé a planificar mi primera gira, tuve muchísimos problemas con el director creativo que me había impuesto la compañía discográfica, un tipo famoso que había comandado tours de los más grandes artistas del momento y que creía que yo estaba allí solo porque me había acostado con alguien. Comencé a sentirme inseguro con mi voz, con la afinación. Y el tipo no tenía la más mínima paciencia... más él me gritaba y a mí peor me salían las cosas...

—Pero si siempre tus shows fueron increíbles, cantabas bien.

—Cantar bien tiene mucho que ver con el nivel de confianza que uno tenga en su propio talento. Nunca desconocí que hay millones de personas mucho más talentosas que yo, y que, sin embargo, había conseguido aquella oportunidad más por mi apariencia física que otra cosa.

—No creo que sea cierto.

—Es cierto. No sé si has ido a alguno de mis conciertos, pero difícilmente se escucha lo que canto o lo que hablo. Los gritos desde la platea son ensordecedores, parece no importarles nada más que lo que ven, lo que «desean».

—Sí, pude verlo en televisión —Sonrió, encostándose en la baranda de vidrio, esperando a que continuara.

Levanté las manos y las cejas tratando de reafirmar mi punto.

—No les importa lo que cante, solo quieren tenerme cerca y si es sin camisa mejor.

—Eso no parece molestarte, muchísimas veces te he visto así en revistas o con looks que no dejaban mucho a la imaginación. Una vez te vi casi desnudo en un desfile —Rio.

«También me has visto desnudo», pensé; aunque decidí pasar por alto la idea y seguir con lo que veníamos hablando.

—Les doy lo que quieren, porque a mí me conviene —me defendí.

—No te entiendo, Davo.

Suspiré.

—Te estaba contando sobre la primera gira...

—Sí.

—Durante los preparativos comencé a sentir terror de salir a escena. En vez de cantar, fluir con la canción, empecé a tratar de razonar o a pensar lo que debía cantar. Si se acercaba una nota alta, me paralizaba. Una vocecita dentro de mi cabeza me presionaba, repitiéndome que todo me saldría mal, que era un desastre. Se convirtió en una tortura. Estuve varias veces a punto de renunciar a lo que siempre había soñado, pero, por otro lado, quería lograrlo, demostrarle a no sé quién que yo era capaz. No llevar adelante esas presentaciones no era una opción, estaba obligado por contrato; si me oponía, mi carrera se iba a terminar antes de empezar y era lo último que deseaba. Lloraba, no quería salir del camarín por miedo a hacer el ridículo en los ensayos.

—¿Por qué no hiciste echar a ese tipo y buscaste alguien que te tratara mejor?

—Porque yo no era nadie. Se suponía que debía estar agradecido de que él invirtiera su tiempo en mí, aunque sabía que de ningún modo lo hubiese hecho si la discográfica no le hubiese pagado una millonada.

—¿Qué hiciste?

—Por un lado, fue allí que empecé a consumir...

Apretó los labios y bajó los párpados tratando de decirme que lo sentía. Yo también lo lamentaba, todavía luchaba por abandonar ese veneno que, junto con el alcohol, varias veces había estado a punto de terminar con mi vida.

—Por otro —continué—, no me acuerdo dónde escuché o quién me dijo que si bailaba durante las canciones no pensaría tanto en lo que debía entonar, ya que la coreografía me distraería. Me pareció una idea que tenía sentido; además, pensé, quitaría la atención del público de mi entonación. Lo probé y funcionaba, me hacía sentir más seguro, las canciones se escuchaban mejor. Lo que ofrecía seguía sin ser perfecto, pero lo solucionamos con voces extraordinarias de algunos coristas que me acompañaban en cada canción y que, en las partes más complicadas, cubrían mi voz por completo. La primera gira fue un éxito y en cada una de las que siguieron fui agregando cosas al espectáculo que me iban dejando en segundo plano: efectos especiales, luces, proyecciones, vestuarios provocativos, más y más bailarines en escena, coristas que cantaban y bailaban a mi lado todo el tiempo, montajes que se parecían más a una comedia musical que a un recital de pop. El terror a desafinar frente a miles de personas nunca me abandonó, pero por lo menos ya no era lo único que tenía en la cabeza. Seguir una coreografía me obliga a dispersar la atención y me reconforta saber que quien no sale del recital conforme con mi despliegue vocal, por lo menos ha visto un gran show. Por eso, estoy convencido de que la gente paga una entrada esperando que les ofrezca algo que sorprenda, que embargue cada uno de sus sentidos, lo que hace que me perdonen cuando me escuchan desafinar.

Parpadeó, tratando de asimilar mi monólogo.

—Entonces, ¿tenés miedo a que no les guste lo que hemos pensado?

Asentí con pesar.

—No es la primera vez que me pasa, como ya te dije, y es lo que me ha mantenido fuera de los escenarios en los últimos años. La gente tiene una imagen muy equivocada de mí, soy muy inseguro.

—No entiendo por qué.

Alcé los hombros.

—Además, ya no puedo bailar como cuando tenía veinte años, ni tampoco tengo el cuerpo marcado de entonces. Voy perdiendo mis encantos a pesar de mis esfuerzos...

—Cuando cantabas en los pubs con la banda de Javi no tenías tantos miedos.

—Cuanto más alto subís, más fuerte puede ser el golpe si te caés.

—Pero Davo... vos estás más allá del bien y del mal.

—La prensa siempre me destruye, no importa cuánto me esfuerce; y las redes...

—Más a mi favor. Si con tanto en contra, has llegado hasta donde llegaste y tenés un público enorme que te es fiel y te sigue a todas partes, ¿quién te puede bajar del pedestal?

—¿Vos creés que tu esposa, por ejemplo, saldría conforme de un show en el que se me vea vestido hasta el cuello, cantando sin moverme, con un reflector fijo sobre mí y apenas acompañado por un músico o una pista?

Bajó la mirada y se abstrajo por algunos segundos. Su lenguaje corporal cambió de pronto, de un modo casi imperceptible, pero evidente para mí que lo conocía tanto. Se pasó una mano por el rostro y comenzó a llenar sus pulmones largamente, como si le costara hacerlo. Pensé que todo aquello era una muestra de haberse quedado sin argumentos.

—Ya tengo mi respuesta —solté con sarcasmo.

—No es eso, David. No es eso.

—¿Qué es entonces?

Se tomó unos segundos más para contestar, lo que me hizo suponer que le molestaba hablar conmigo sobre su esposa.

—Ella te iría a ver igual y estaría más que contenta con poder hacerlo hasta que te retires, aunque solo cantaras a capella el «Arroz con Leche» en bucle por dos horas —Su tono era reflexivo, diferente al venía sosteniendo. Interpreté esa inflexión en la voz que como culpa o incomodidad.

—Qué suerte la mía —respondí, aunque de inmediato deduje que había sonado demasiado sarcástico, por la sorpresa que contenía su mirada al dirigirla hacia mí.

Escapó a mis ojos una vez más cuando intenté disculparme con un gesto.

—Creo que la voy a tener que conocer nomás; a tu señora, digo. Si es tan fanática, se lo debo. Lo peor es que creo que me va a terminar cayendo bien —traté de disipar el mal momento.

Asintió en silencio.

Había vuelto a girar el cuerpo hacia la ciudad.

Lo observé de soslayo. Sabía que se había puesto triste, que le había vuelto ese dejo melancólico que cargaba últimamente. No podía verle el rostro, pero intuí que aquella humedad mustia había vuelto a empañarle los ojos. Algo recurrente en los últimos días, que toda vez venía acompañado de silencios prolongados.

—Ahora sos vos el que parece preocupado —señalé, solo porque esa pesadumbre suya me afligía, me contagiaba.

Quería que me contara lo que fuera que le ocurría.

Deseaba poder ayudarlo.

—No, no pasa nada. Volvamos a lo del espectáculo.

Era evidente que mentía.

No soportaba no saber lo que lo aquejaba. No me gustaba esa distancia que de vez en cuando interponía entre ambos. Era como si deseara estar cerca, pero al mismo tiempo sintiera culpa por ello.

Sentí el impulso de llevar mi mano hasta uno de sus hombros para reconfortarlo, abrazarlo tal vez. Pedirle que confiara en mí, que sea lo que fuera que lo atormentaba, resultaría más liviano si lo compartía.

Me contuve.

Quizá ese contacto no fuera deseado y empeoraría las cosas.

Anoté mentalmente que debía evitar hablar de su esposa en el futuro.

Malena se asomó a la puerta-ventana abierta de par en par y, sin salir al balcón, nos avisó que había preparado una merienda y que estaba todo dispuesto en la mesa de la cocina.

—¿Le preparó el mate? —pregunté; queriendo hacer un chiste, animarlo.

—Ay, mi Davo... Yo todavía no aprendí como se prepara eso. Estuve estudiando las indicaciones en el paquete de yerba mate que el señor Fabrizio trajo, pero no entendí nada. ¿Usted me ayudaría, señor? —le preguntó—. Ya puse el agua hervida en el termo.

El gesto volvió a cambiarle y se incorporó con una media sonrisa.

—No se toma con agua hervida, Malena —dijo con paciencia y algo divertido—. Además, ya le dije que no me llame más «señor».

—Buena suerte con eso —intervine—. Yo todavía estoy esperando que me tutee. A veces se le escapa, pero en seguida lo olvida.

—Es que en mi país la gente no se trata de tú como aquí. De «vos», mejor dicho.

—Malena, ya verá que va a terminar diciendo «che», poniéndole dulce de leche a todo y bailando tango con algún argentino guapetón antes de que nos demos cuenta —bromeé.

—Ojalá —Rio ella.

—No voy a poder quedarme —se disculpó él, observando la hora en el celular con un dejo de preocupación.

—No hay problema —respondí, algo descolocado.

—¿Seguimos mañana? —preguntó, casi como si se tratara de un pedido de perdón.

—Claro, por supuesto.

Mi asistente posó sus ojos oscuros en mí, preguntándome si había ocurrido algo. Alcé levemente uno hombro y torcí la boca, intentando hacerle ver que era lo mismo que ya le había comentado. Se adentró al balcón e interceptó a Fabrizio en su camino de regreso al interior del departamento. Le tomó las manos y le habló con tono maternal.

—No voy a dejar que se marche sin que pruebe por lo menos uno de los pastelillos de guayaba que he preparado para usted. ¡Con lo que me costó conseguir las guayabas en esta ciudad!

—Me voy a poner celoso, Malena.

—Hay para usted también, mi señor.

—Está bien. Usted gana —dijo él, entre resignado y alegre—, pero solo uno. De verdad tengo que irme.

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