TAMBIÉN LO RECUERDO TODO

By Gastohn

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¿Sabes qué siente realmente tu artista favorito? Davo ha sido durante tres décadas el actor y cantante más co... More

PRIMERA PARTE
1. Davo
2. Davo
3. Davo
4. Davo
5. Zeta
6. Zeta
7. Zeta
8. Zeta
9. Zeta
10. Zeta
11. Zeta
12. Zeta
13. Davo
14. Davo
PRENSA
15. Zeta
16. Zeta
17. Zeta
18. Zeta
19. Zeta
PRENSA
20. Davo
21. Zeta
22. Zeta
23. Zeta
24. Zeta
25. Davo
26. Zeta
27. Zeta
28. Zeta
29. Zeta
30. Zeta
31. Zeta
32. Davo
33. Zeta
34. Zeta
35. Zeta
36. Zeta
37. Zeta
38. Davo
39. Zeta
40. Zeta
41. Zeta
42. Zeta
43. Zeta
44. Zeta
45. Zeta
46. Zeta
PRENSA
47. Davo
Carta
49. Davo
50. Zeta
51. Zeta
52. Zeta
53. Zeta
54. Zeta
55. Davo
56. Davo
57. Zeta
58. Zeta
59. Zeta
60. Zeta
61. Davo
62. Zeta
63. Zeta
64. Zeta
66. Zeta
67. Zeta
68. Zeta
PRENSA
69. Davo
SEGUNDA PARTE
70. Davo
71. Davo
72. Zeta
73. Zeta
74. Davo
75. Davo
76. Davo
77. Zeta
78. Zeta
PRENSA
79. Davo
80. Davo

65. Davo

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By Gastohn


La puerta del auto se cerró y en cuanto el chofer se colocó tras el volante y nos pusimos en marcha. Apoyé la frente el vidrio de la ventanilla primero y luego me giré para contemplar a Fabrizio a través de la luneta en cuanto nos alejábamos. Él permanecía parado, inmóvil, con el gesto aún indescifrable cuando lo perdí de vista. El Mercedes giró a la izquierda en la primera esquina y tomó una calle perpendicular. No quería que avanzáramos. Un impulso me empujaba a gritar, a exigir que nos detuviéramos y volviéramos hasta donde lo habíamos dejado.

Teníamos que hacerlo.

Necesitaba una respuesta.

Pero entonces recordé nuestra conversación y aquello dejó de tener sentido.

Derrotado, me hundí en el respaldo del asiento.

Noté la mirada interrogante del conductor a través del espejo retrovisor, me cubrí el rostro con la mano para que no notara las lágrimas que lograba contener. El guardaespaldas me preguntó algo que no comprendí ni respondí, juro que ya no quería saber nada más. Cerré los ojos y descubrí que tenía esa última imagen de él grabada en mis retinas. ¿Por qué no había contestado? ¿Por qué permitía que me marchara así, como si nada?

Sentí una vez más el desgarro del abandono, el dolor lacerante del amor no correspondido. La imagen de la noche en que nos habíamos amado por última vez, tantos años atrás, volvió a mí; y luego la de la mañana siguiente. No pude evitar sentir hervir bajo mi piel nuevamente cada sentimiento de aquel amanecer en Punta Médanos. Recordarlo, me restregaba el dolor de los acontecimientos inalterables. Aquella madrugada, en la que se suponía que despertaría a la felicidad, a lo mejor que había sentido en toda mi vida; rodeado por los brazos de quien había amado en silencio cada instante de mi adolescencia, resultó aterrorizante. Nos habíamos entregado al otro, por fin había sucedido, mis sueños más reservados se habían convertido de pronto en realidad; ¿qué podía salir mal después de aquello?

Pero todo puede cambiar sin previo aviso. De un momento para otro iba a descubrir que el amor puede ser también un sentimiento traicionero y que, así como te lleva a lo más alto, es capaz de lanzarte desde allí; y para eso uno jamás estará preparado. Amar de la manera en que siempre lo he amado, puede convertirse en la peor de las condenas.

Recordé aquel despertar como si no hubiese pasado el tiempo.

Una suerte de intuición me abstrajo del sueño. Luego, aquella sensación inicial de desconcierto al descubrir que él no dormía a mi lado, que el resto de la cama se extendía vacía, helada. Entonces siguió la duda: ¿realmente había sucedido o había sido un sueño? Pero aún podía percibir su aroma en mis dedos, todavía mis labios ardían por la pasión que nos habíamos regalado.

La claridad del día en ciernes se colaba por la ventana que habíamos dejado abierta.

—Zeta —lo llamé.

Mi voz retumbó en las habitaciones desiertas y regresó hasta mí como el más lúgubre presagio.

Incrédulo, me levanté para ver si se encontraba en el baño.

Tampoco estaba allí.

Pensé que tal vez se había desvelado, había ido hasta la playa y le había dado pena despertarme.

Salí al patio, lo primero que noté fue que su auto no estaba donde lo habíamos dejado.

El mundo ideal de unas pocas horas atrás se desmoronó en un microsegundo.

¿En dónde estaba?

¿Se había marchado sin avisarme?

Regresé a la cabaña para buscar una nota, algo que me brindara una pista de lo que podía haber ocurrido.

Nada, no encontré nada que justificara su ausencia.

Volví a salir.

Necesitaba convencerme de que mis ojos no me habían jugado una mala pasada.

Efectivamente, de había marchado con su auto.

Me aterró pensar que él también me había abandonado. Cada persona que había amado lo había hecho.

El estómago se me cerró, el desasosiego me estrangulaba.

Sentí ganas de vomitar.

Ramiro se paró a mi lado y contempló mi rostro desencajado.

Todo comenzó a girar.

Me faltaban fuerzas.

Ni siquiera me sentía capaz de llorar.

Me dejé caer en una de las poltronas.

No podía creerlo.

Eso no podía estar sucediendo.

¿Por qué me había dejado solo?

"Fabriziono sería capaz", traté de convencerme.

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