TAMBIÉN LO RECUERDO TODO

By Gastohn

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¿Sabes qué siente realmente tu artista favorito? Davo ha sido durante tres décadas el actor y cantante más co... More

PRIMERA PARTE
1. Davo
2. Davo
3. Davo
4. Davo
5. Zeta
6. Zeta
7. Zeta
8. Zeta
9. Zeta
10. Zeta
11. Zeta
12. Zeta
13. Davo
14. Davo
PRENSA
15. Zeta
16. Zeta
17. Zeta
18. Zeta
19. Zeta
PRENSA
20. Davo
21. Zeta
22. Zeta
23. Zeta
24. Zeta
25. Davo
26. Zeta
27. Zeta
28. Zeta
29. Zeta
30. Zeta
31. Zeta
32. Davo
33. Zeta
34. Zeta
35. Zeta
36. Zeta
37. Zeta
38. Davo
39. Zeta
40. Zeta
41. Zeta
42. Zeta
43. Zeta
44. Zeta
45. Zeta
46. Zeta
PRENSA
47. Davo
Carta
49. Davo
50. Zeta
51. Zeta
52. Zeta
53. Zeta
54. Zeta
55. Davo
56. Davo
57. Zeta
59. Zeta
60. Zeta
61. Davo
62. Zeta
63. Zeta
64. Zeta
65. Davo
66. Zeta
67. Zeta
68. Zeta
PRENSA
69. Davo
SEGUNDA PARTE
70. Davo
71. Davo
72. Zeta
73. Zeta
74. Davo
75. Davo
76. Davo
77. Zeta
78. Zeta
PRENSA
79. Davo
80. Davo

58. Zeta

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By Gastohn


A la mañana siguiente mi tía debía viajar a Mar del Plata para encontrarse con Natalia. Ambas tenían una pequeña empresa de venta mayorista y realizaban viajes a varias ciudades del área costera para visitar a sus clientes y recoger pedidos. Sin embargo, su viejo Renault 4L no parecía dispuesto a colaborar y, a pesar de la insistencia y maldiciones de su dueña, no se dignaba a arrancar.

—Se debe haber ahogado —le advertí, saliendo de la casa.

—Decime, por favor, que entendés de mecánica y que sabés cómo arreglarlo.

—No tengo idea —reí.

—Ay, ¡Dios! Naty me mata si tiene que viajar sola otra vez.

—Si querés te llevo.

—¿Estás seguro? Son como ciento sesenta kilómetros.

Me encogí de hombros.

—¿Qué hora es? —quiso saber.

—Son las diez y media.

—¡Mierda! No llego ni a tomar el micro en Pinamar.

—Vamos, dale que te llevo. Nos va a venir bien un paseo.

—¿A dónde vamos? —Davo apareció en el patio con la peor cara de dormido.

—Se te pegó la cama, Alain Delon —bromeó Lilia.

—Perdón, no sé qué me pasa en este lugar. Duermo tan profundo y no me puedo levantar por nada del mundo —se sonrojó.

—Si me vas a llevar, tendría que salir ya —se avergonzó ella.

—Preparemos unos mates y compramos facturas en el camino para desayunar —sugerí.

—Medialunas con dulce de leche —se relamió Davo.

—Dale, lavate la cara y vamos, gordito —lo empujé riendo.

En algún momento de la madrugada había dejado de llover. El día se presentaba con nubes, húmedo y algo caluroso, pero no tanto como para que el largo camino abordo de mi querido 147 sin aire acondicionado resultara insoportable. Diría que fue un viaje entretenido.

Manejar me distraída y si había algo que no quería era tener que pensar en la conversación con mi tía de la noche anterior.

Davo se había sentado en el lugar del acompañante. Lilia prefería el asiento trasero por ser más amplio; desde allí nos iba cebando mates y relatando anécdotas de las primeras veces que había hecho ese mismo trayecto para encontrarse con su novia. La animamos para que también nos contara cómo se habían conocido.

—Uf... yo tenía una terrible borrachera. Algo me dijo que tenía que mirar hacia ese lado. Lo hice y la vi. Sola, apoyada en esa pared mal pintada de esa disco de Mardel. Llevaba un vestido floreado, el pelo suelto y un trago en la mano del que nunca bebía. Fue hace cinco años y parece que la estuviera viendo. Me acerqué, le hablé. Estaba tan nerviosa, que seguí tomando. Terminé tan mal, tan perdida, que si no hubiera sido por ella andá a saber adónde hubiera ido a parar. Me cuidó sin conocerme, eso dice mucho de una persona.

David y yo cruzamos miradas divertidas.

—¿Qué había pasado con Lili? —quise saber.

—Liliana se cansó de vivir en el medio de la nada, se volvió después de un tiempo a Buenos Aires. Se casó algún tiempo después y hoy tiene dos hijos.

Davo se giró buscando la expresión de mi tía.

—¿La extrañás? —pregunté.

—En un principio sí, había dejado todo para que pudiéramos estar juntas, pero ella sintió que no era suficiente. Ya no. Ahora solo le deseo que sea tan feliz como lo soy yo con Natalia.

—¿La volviste a ver?

—Después de que se fue nos vimos una sola vez, durante una visita mía a la Capital, creo que fue para tu Confirmación. Apenas unos minutos me fueron suficientes para darme cuenta de que ya no éramos las mismas y de que prefería guardar los recuerdos intactos. No quise volverla a ver para no desilusionarme.

—Uno cree que va a tener un solo amor para toda la vida —reflexionó mi amigo.

—Cada amor es distinto —replicó ella.

Hubo algunos minutos en los que cada uno pareció reflexionar el asunto.

—¿Cómo se ven ustedes en el futuro? —preguntó de pronto.

La busqué en el espejo retrovisor con los ojos casi desorbitados. ¿Estaba hablando de nosotros como una pareja o como amigos, como individuos?

Davo no tenía idea de nuestra charla bajo la lluvia. Cuando regresamos, él veía televisión; fue tan reservado como siempre y no preguntó nada. Yo solo quería dormir. Por lo que me bañé y me acosté. Solo nos volvimos a ver en medio de la crisis por el auto que no arrancaba.

—Él va a ser un cantante famoso —me apresuré en responder.

—Dios te oiga —rio, ajeno a mis pensamientos—. La verdad es que me gustaría intentarlo; aunque no creo que sea fácil.

—Cantás lindo.

—Gracias, Lilia. Y en cuanto a tu sobrino, se va a casar con la chica más fastidiosa del colegio.

Ella también buscó mi expresión.

—¡Dejá de hablar estupideces! —me molestó el comentario—. ¿Todavía no terminamos de estudiar y vos querés que me case?

—¿Qué? ¿No vas a volver con Carolina? —se sorprendió.

—No creo.

Mis ojos y los de mi tía volvieron a encontrarse.

De nuevo la incomodidad.

La culpa.

—¿Qué música te gusta, Lilia? O mejor dicho, ¿qué de lo que creés que pueda tener Fabrizio acá, te gustaría escuchar?

—Cualquier cosa está bien —se desentendió.

Observé a Davo, que ya había recogido el estuche con las cintas, lo había apoyado en sus piernas y leía atento los estuches. Pareció satisfecho al momento de decidirse.

—¿Puedo? —me preguntó con una sonrisa traviesa.

Alcé los hombros, no sabía qué había elegido.

—¿Con qué nos vas a deleitar? —quiso saber ella.

—Es un casete que le regalé a Zeta cuando teníamos once años —contestó orgulloso.

Una sonrisa involuntaria se torneó en mis labios.

—Sí, ponelo; que muero por oírlo —se entusiasmó, algo exagerada.

David sacó el casete que estaba sonando y colocó el otro.

—No te rías —se avergonzó—. Era lo que más me gustaba escuchar en ese momento.

—A ver...

—Es que era el cumpleaños de este nabo —explicó— y no tenía plata para regalarle otra cosa; así que, con un viejo grabador, le copié las canciones que siempre escuchaba en la radio.

Varios recuerdos de aquel día volvieron a mí.

Nos vi a los dos, tan pequeños, en el aquel aula casi en penumbras. Me había levantado temprano y obligado a mi madre a salir corriendo de casa porque sabía que mi amigo estaría esperándome en el patio. Moría por ese encuentro, ansiaba que se hubiera acordado de mi cumpleaños. Reviví la decepción al creer que no lo había hecho. Y la explosión de alegría cuando extendió hacia mí el casete con mi cara dibujada y mi nombre escrito en él.

—Nunca me contaron de dónde viene el "Zeta" —indagó la tía.

—Esa historia es buena —rio David—. Cuando nos conocimos, yo me presenté con un nombre y un apellido, como hace todo el mundo, en cambio él lo hizo con su nombre completo: Fabrizio Francesco Maderno Comasco —me imitó, riendo— y lo hizo con el más fuerte acento italiano que yo jamás había escuchado. Le pregunté "¿Fabricio?" y él me corrigió: "Fabritzio, con zeta". Me causó mucha gracia, ¡teníamos once años! Entonces, le empecé a decir "Fabrizio con zeta", pero después, para acortar, le quedó solo el nombre de la letra.

También reí, parecía que había sucedido ayer. Eran tan nítidas las imágenes de aquellos primeros días. Cada cosa vivida juntos cargaba mil significados, tenía un valor inconmensurable.


Pasada la una de la tarde llegamos al punto en donde mi tía debía encontrarse con Natalia. Había estado organizado mentalmente, a lo largo del viaje, cosas que podíamos hacer después, para que David conociera Mar del Plata. Me había entusiasmado. Quería sorprenderlo, que recordara siempre la primera vez que había estado en esos lugares, y que lo habíamos hecho juntos.

Lilia se despidió de nosotros, recordándonos que solo regresaría el domingo siguiente por la tarde o noche. Subrayó que mientras tanto debíamos ocuparnos del perro.

—Quedate tranquila... Ramiro ni te va a extrañar —bromeé.

—¡Pórtense mal! —nos gritó desde la vereda, mientras abrazaba a Natalia que la recibía sonriente.

Mi tía era incorregible.

—¿Qué te parece si...? —comencé a decir.

—Uy, mirá: un locutorio —señaló.

—Sí, debe de haber varios. Mar del Plata es una ciudad grande.

—Esperame que voy a llamar a Leandro.

—¡¿A Leandro?!

—Sí, hace una semana y media que estamos en la costa y todavía no lo he llamado. Debe estar preocupado.

—¡¿Me estás cargando?! —no sabía por qué me asaltaba semejante frustración.

—¿Por qué? —se sorprendió.

—Pensé que lo habías cortado. El tipo es un tarado y, encima, ni fue capaz de defenderte cuando te golpearon.

—Zeta, Leandro es el chico con el que salgo, se supone que debo mantenerme en contacto con él. Además, él también fue golpeado, ¿qué estás diciendo?

Se lo veía descolocado.

—¿Me esperás unos minutos que hago el llamado y vuelvo? —insistió, dudando.

—No puedo estacionar acá —me excusé.

—¿Das la vuelta a la manzana?

Me sentía como una tetera en ebullición, sin poder controlar la rabia que se escapaba por todos mis poros.

—¡¿Te pensás que soy tu chofer?! —solté.

—¡¿Qué te pasa, Fabrizio?!

No supe cómo responder, preferí mantener la boca cerrada.

Se bajó del auto negando con impaciencia.

No entendía lo que me ocurría.

¿Sería lo que me había dicho mi tía?

Nuevamente lo negué, pero me arrastraban los instintos, me empujaban hacia algo que parecía inevitable.

Sentía el estómago revuelto.

Cuando regresó al auto, decidí que no tenía ganas de hablarle.

Su presencia me molestaba, no deseaba tenerlo cerca.

Tal vez lo mejor para los dos era que las vacaciones terminaran allí mismo.

Quería volver a dormir.

Decidí emprender el regreso Punta Médanos.

No estaba de ánimos para dar paseos.

El camino fue extraño. Un silencio tenso se extendía entre ambos como una muro firme e inquebrantable. La música a todo volumen terminó siendo lo mejor para disimular el mal ambiente. Me arrepentía de haberlo invitado. Si hubiésemos estado distanciados quizá las cosas hubieran sido diferentes.

Lo observé con disimulo de soslayo. Miraba al frente, con la mandíbula tensa y las manos escondidas entre las piernas cerradas.

"No le importa nada".

Al llegar a la casa, decidí salir a correr.

No me resultaba fácil manejar las emociones, preferí permanecer fuera hasta que cayó la noche. Cuando volví, vi que había cocinado y que me esperaba con la mesa servida.

—Hice fideos con manteca —me dijo cuando regresé a la sala, después de darme un baño.

—No tengo hambre, gracias. Creo que me voy a acostar.

Consultó el reloj para confirmar que todavía era temprano.

—Como vos prefieras.

Dudé, sentí que debía explicarme.

—Voy a dormir en la cama de mi tía esta noche —solté en cambio.

Desvió su mirada hacia un rincón.

—No tenemos por qué estar incómodos habiendo una habitación vacía —justifiqué.

Se giró hacia la mesada y, de espaldas a mí, comenzó a servirse la cena.

—Que descanses —farfulló. 

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