TAMBIÉN LO RECUERDO TODO

By Gastohn

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¿Sabes qué siente realmente tu artista favorito? Davo ha sido durante tres décadas el actor y cantante más co... More

PRIMERA PARTE
1. Davo
2. Davo
3. Davo
4. Davo
5. Zeta
6. Zeta
7. Zeta
8. Zeta
9. Zeta
10. Zeta
11. Zeta
12. Zeta
13. Davo
14. Davo
PRENSA
15. Zeta
16. Zeta
17. Zeta
18. Zeta
19. Zeta
PRENSA
20. Davo
21. Zeta
22. Zeta
23. Zeta
24. Zeta
25. Davo
26. Zeta
27. Zeta
28. Zeta
29. Zeta
30. Zeta
31. Zeta
32. Davo
33. Zeta
34. Zeta
35. Zeta
36. Zeta
37. Zeta
38. Davo
39. Zeta
40. Zeta
41. Zeta
42. Zeta
43. Zeta
44. Zeta
45. Zeta
46. Zeta
PRENSA
47. Davo
Carta
49. Davo
50. Zeta
52. Zeta
53. Zeta
54. Zeta
55. Davo
56. Davo
57. Zeta
58. Zeta
59. Zeta
60. Zeta
61. Davo
62. Zeta
63. Zeta
64. Zeta
65. Davo
66. Zeta
67. Zeta
68. Zeta
PRENSA
69. Davo
SEGUNDA PARTE
70. Davo
71. Davo
72. Zeta
73. Zeta
74. Davo
75. Davo
76. Davo
77. Zeta
78. Zeta
PRENSA
79. Davo
80. Davo

51. Zeta

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By Gastohn


Durante la tercera noche sucedió algo inesperado para mí. Habíamos estado todo el día en la playa con Davo mientras mi tía se había ido a trabajar a Mar del Plata. En principio pensamos que esa noche no regresaría, por lo que mi amigo se había puesto a cocinar. Casi cuando terminaba, escuchamos el viejo Renault 4L aproximándose y enseguida, al estacionarse, sus luces iluminaron el interior de la casa.

—¿Estas son horas de llegar? —bromeé ni bien abrió la puerta.

—Perdón, se me hizo tarde —se disculpó, acariciando a Ramiro que le saltaba y buscaba lamerle la cara para darle la bienvenida.

—¿Comiste, Lilia? —quiso saber Davo, mientras servía lo que había cocinado en sendos platos.

—Sí, ya cené, coman tranquilos. Me pego un baño y vuelvo. Les tengo una sorpresita.

David y yo nos consultamos en silencio sobre lo que podía ser. Tratándose de mi tía, se podía esperar cualquier cosa. Me acordé de la vez que, para una Navidad, asustó a mi abuela, su madre, con un sapo de peluche. La pobre vieja le tenía pavor a esos animales y, sin reparar en que se trataba de un juguete, se desmayó ni bien se lo arrojó encima y le aterrizó en la falda. Media hora después, y la abuela aún no había recuperado el conocimiento, por lo que, cuando debíamos sentarnos a cenar, estábamos todos esperando a que llegase el médico del pueblo.

Después de la comida, nos sentamos los tres en el exterior, tal como habíamos hecho las noches previas. El clima estaba un poco más ventoso en esa oportunidad, aunque no muy frío, pero a mí me hizo ilusión prender una fogata. Davo se entusiasmó con mi idea, por lo que salimos con la ayuda de una linterna y de Ramiro en busca de ramas y de troncos secos en el pinar cercano.

—Nos vamos a tener que bañar de nuevo antes de acostarnos —advirtió mi tía—, porque con olor a humo en mis sábanas no entran.

—Si no, nos metemos un rato en el mar —sugerí.

—Sobre mi cadáver —respondió tajante—, de noche el océano es peligroso. Escuchen qué bravo está.

Efectivamente, el sonido de las olas al romper era estruendoso y provocaba miedo.

—Siempre quise hacer una fogata en la arena —contó David, observando las llamas.

—Yo también, pero mi viejo nunca me dejó.

—No se te ocurra decirle que yo te lo permití, porque es capaz de demandarme —murmuró ella.

—Ya casi soy mayor de edad —respondí.

Mientras lo hacía reparé en su gesto, parecía no darle mayor importancia al asunto. A mí, sin embargo, me llenó la pregunta que había estado evitando hacerle desde nuestro arribo.

—¿Cuál era la sorpresa que tenías para nosotros, Lilia? —me interrumpió Davo.

—Ah, cierto. Me había olvidado.

Ella se levantó e ingresó al garage. Aprovechamos para acercarnos al fuego mientras se escuchaba con claridad una de las puertas del auto cerrarse.

—Algo que trajo de Mardel —sonrió él.

—Esperemos que valga la pena el entusiasmo.

—¡Ta-rán!

Nos giramos, y vimos que caminaba hacia nosotros mostrando en alto una guitarra criolla, como si se tratase de un trofeo. Reconocí el instrumento por unas flores que tenía dibujadas en su caja.

—¡Uh, tu guitarra! —grité—. ¡Cuánto tiempo que no la veo! ¿Dónde la tenías?

—En casa de Naty. ¿Te acordás, sobri, cuando vos y tu hermana eran chicos, que pasábamos horas cantando en lo de la abuela?

—¡Cómo me voy a olvidar! Siempre te ponías a inventar canciones.

—¡Blasfemias! —lanzó una carcajada—. Eran historias verdaderas, solo que ustedes no las conocían.

Le entregó la guitarra a Davo.

—Para que nos cantes algo —le dijo.

—Ah, es que no sé tocar. Pero puedo cantar si vos me acompañás.

—Podría enseñarte lo básico, si tenés ganas —ofreció ella.

—Me encantaría.

Mi tía acercó su poltrona al fuego y se ubicó en ella. Tocó un par de acordes y luego procedió a girar las clavijas para afinar el instrumento. Cuando quedó conforme con el sonido, miró a Davo esperando instrucciones.

—¿Qué cantamos? —traduje.

—No sé... —dudó él.

—Ay, no te me hagas el tímido Alain Delon —bromeó ella.

—¿Qué tal nuestra canción? —pregunté exaltado.

—¿Tenemos una canción? —se ruborizó.

Al darme cuenta de lo que había dicho, también me avergoncé por mi arrebato.

—La que siempre cantábamos.

Mi tía nos observó a uno y otro, sonriente.

—¿Time after time?

—Esa.

—Qué hermosa canción, chicos —nos guiñó un ojo—. Envidio que sea su leitmotiv.

No sabía en dónde meterme.

Lilia comenzó a tocar y David a cantar, con timidez al principio y con un poco más de entusiasmado cuando también me sumé. A ese tema le siguieron muchos otros, algunos de los ochentas y otros de los setentas; en su mayoría emblemas del rock nacional, que a Lilia le entusiasmaba más. Estuvimos más de dos horas cantando bajo el sereno de la noche costeña.

Cuando ya no sabíamos qué tema elegir, ella propuso ir a preparar un té de hiervas para calentar el cuerpo. Ni bien ingresó a la casa, Davo se recostó en su reposera, suspiró profundo y levantó la cabeza hacia las estrellas.

—¿Estás bien? —quise saber.

—Es uno de los momentos más lindos de mi vida. Gracias, Zeta —extendió una mano para tomarme del hombro.

—No hay nada que agradecer, también la estoy pasando increíble.

Alcé también la mirada hacia el cielo. Quedé absorto por la enormidad de astros y constelaciones que lo surcaban contrastando con su negritud profunda.

—¿A que en la ciudad nunca vieron algo así? —nos desafió mi tía, cargando una bandeja con tres tazas.

—Por favor, ¿me puedo venir a vivir con vos? —bromeó Davo.

—Cuando gustes.

Lilia repartió las infusiones, tratando de no enredarse con Ramiro, que se había acostado a sus pies mientras cantábamos y parecía no querer abandonar el calor del fuego.

—¿En tu casa de Pinamar el cielo también es así? —me preguntó David.

—No —respondí—. O sea, es parecido, pero hay más contaminación lumínica. Además, no existe la tranquilidad que hay acá y además no está tan cerca del mar.

—¿Nunca fuiste? —quiso saber ella.

—Todavía no...

—La idea era que pasáramos este verano con mi vieja, pero como estos días va a estar el ogro, me pareció que estaríamos mejor acá con vos.

—Te entiendo —sonrió con sorna.

—Cada vez está peor —dije, recordando las peleas de las últimas semanas.

Davo me contempló con empatía. Yo volví a la expresión de mi tía, que parecía perdida en la danza de las llamas.

—Nunca entendí por qué siempre ha sido tan malo con vos —solté, intentando no sonar impertinente.

Ella suspiró y luego sonrió con tristeza.

—Hay gente a la que le molesta que otros sean felices, ¿sabés? —respondió.

—¿Por qué le molestaría que lo fueras?

—Sobri... tu viejo es un tipo chapado a la antigua y no se banca que yo haya elegido vivir de esta manera. Ser libre en mis propios términos.

—¿Porque no te casaste?

Volvió a sonreír.

—¿Te acordás de Liliana, mi compañera de la facultad; a la que vos le decías "tía Lili"?

—Claro.

—No éramos sólo colegas o amigas. Éramos pareja.

Soy incapaz de describir lo que me provocó tal revelación. Jamás lo había sospechado. Lo que me obligó a preguntarme si había estado enceguecido mi egoísmo o por la influencia de mi padre. Sentí otra vez que se me estrujaba el pecho, como si de pronto al aire le costara trabajo darle ritmo a mi respiración. Davo me contempló por un segundo y luego bajó la cabeza.

—Yo nunca quise vivir una vida escondida —continuó—, así que decidí contar lo que me pasaba en la familia. Tu abuelo y tu mamá lo aceptaron bastante bien, pero tu abuela no. Y tu padre... me pidió que me mantuviera alejada de ustedes, dijo que no quería que fuese una mala influencia. Terminé la facultad sin que mi mamá volviera a dirigirme la palabra y cuando el abuelo murió, casi me prohíbe estar presente en el entierro; solo por la mediación de tu madre pude hacerlo. Por eso, cuando se arregló la sucesión, agarré los pesos que me tocaban y me compré esta casa. Necesitaba alejarme de todos por mi propia salud mental. Preferí eso a renunciar a quien soy.

Necesitaba verificar que David estuviera bien. Las lágrimas que surcaban su rostro resplandecían por el reflejo del fuego. Volví a mi tía, que contenía las suyas, en un esfuerzo evidente por no dejarse ganar por el dolor.

—Perdón... No sabía...

Ella suspiró profundo para buscar recomponerse.

—Por eso, sé muy bien lo que estás pasando, querido David —dijo ella y él asintió—. Y te prometo que este también puede ser tu refugio. Si sentís que lo necesitás, esta siempre será tu casa.

Davo intentó reprimir el llanto tapándose el rostro con las manos, pero los sollozos lograron sobrepasarlo. Ella, conmovida, se levantó y lo rodeó con sus brazos.

—Está todo bien, hermoso; acá tenés tu familia. Nosotros te queremos, te apoyamos y te aceptamos.

Sentí ganas de unirme a ese abrazo, pero algo me retuvo.

Micabeza no paraba de elaborar conjeturas. Por primera vez, fui capaz decomprender muchas cosas que hasta entonces no habían tenido sentido. Intentédeshacer el nudo que estrangulaba mi garganta y volví a mirar hacia lasestrellas, suplicando estar a la altura. Me dolía no haber sabido hasta esanoche la verdad sobre alguien que quería tanto. 

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