TAMBIÉN LO RECUERDO TODO

By Gastohn

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¿Sabes qué siente realmente tu artista favorito? Davo ha sido durante tres décadas el actor y cantante más co... More

PRIMERA PARTE
1. Davo
2. Davo
3. Davo
4. Davo
5. Zeta
6. Zeta
7. Zeta
8. Zeta
9. Zeta
10. Zeta
11. Zeta
12. Zeta
13. Davo
14. Davo
PRENSA
15. Zeta
16. Zeta
17. Zeta
18. Zeta
19. Zeta
PRENSA
20. Davo
21. Zeta
22. Zeta
23. Zeta
24. Zeta
25. Davo
26. Zeta
27. Zeta
28. Zeta
29. Zeta
30. Zeta
31. Zeta
32. Davo
33. Zeta
35. Zeta
36. Zeta
37. Zeta
38. Davo
39. Zeta
40. Zeta
41. Zeta
42. Zeta
43. Zeta
44. Zeta
45. Zeta
46. Zeta
PRENSA
47. Davo
Carta
49. Davo
50. Zeta
51. Zeta
52. Zeta
53. Zeta
54. Zeta
55. Davo
56. Davo
57. Zeta
58. Zeta
59. Zeta
60. Zeta
61. Davo
62. Zeta
63. Zeta
64. Zeta
65. Davo
66. Zeta
67. Zeta
68. Zeta
PRENSA
69. Davo
SEGUNDA PARTE
70. Davo
71. Davo
72. Zeta
73. Zeta
74. Davo
75. Davo
76. Davo
77. Zeta
78. Zeta
PRENSA
79. Davo
80. Davo

34. Zeta

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By Gastohn


Aunque intentaba disimularlo, había pasado todo aquel sábado preocupado. Iban avanzando las horas y cada vez tenía menos ganas de festejar mi cumpleaños. A duras penas había aceptado la idea de mi novia de organizar una reunión; y más que nada lo había hecho para complacerla.

Hacía dos meses que habíamos decidido darle una nueva oportunidad a nuestra relación, pero nada había salido como lo habíamos planeado; por el contrario, todo había empeorado. Cada vez discutíamos con mayor frecuencia. Para peor, esa tarde me había lastimado jugando al fútbol. Por estar distraído durante el juego, no advertí que un oponente venía hacia mí dispuesto a liquidarme con una plancha antirreglamentaria.

La noche iba avanzado y la reunión se desarrollaba dentro de la normalidad que una docena de chicos de diecisiete años, a los que mis padres no les permitían beber alcohol, podían. El ambiente se presentaba tranquilo; incluso, casi había olvidado lo que hacía un par de días me intranquilizaba. Pero entonces llegó Mina y la aparente calma se deshizo en mil pedazo.

Mi hermana asomó su cabeza por la puerta que comunicaba la cocina con el patio trasero. Una vez que captó mi atención, me llamó con la mirada. Sabía que debía haber un buen motivo para que estuviera en casa un sábado por la noche. Me disculpé con Carolina deshaciéndome de su abrazo y también con la pareja que charlábamos. La seguí hasta el interior de la casa sintiendo cómo el pulso se me aceleraba.

—¿Qué hacés que no estás con tu novio? —le pregunté todavía caminando.

Se había encostado sobre la mesa del comedor, aguardando a que llegara a su lado.

—¿Qué pasó? —me adelanté.

Buscó mis ojos, de inmediato pude leer el gesto que le ensombrecía la mirada.

—¡Hablá de una vez! —avancé hasta ella.

Respiró profundo, parecía escoger las palabras.

—¡Por favor, Mina! ¿Por qué tenés esa cara?

—Es David...

Sentí algo que me rasgó por dentro.

De algún modo, sabía que se trataba de él. Hacía un par de días que no se presentaba a clases y tampoco se había comunicado con nadie para dar aviso de lo que le ocurría. Ni siquiera Javier, que se había convertido en su amigo más cercano, sabía nada.

—¿Qué pasó con David? —balbuceé.

—Pasó algo feo... puede que esté lastimado...

El aire quemaba en mis pulmones.

Las palabras se me atoraban en el cuerpo.

—¿Algo feo? —repetí.

—Vine a decírtelo apenas me enteré —se le humedecieron los ojos.

—¡Decime! ¿Qué pasó, Mina? ¡Por favor no des más vueltas!

—No sé bien lo que sucedió, solo me dijeron que estaba con otro de nuestros compañeros de teatro y que los golpearon a los dos. Mucho. Una paliza muy fuerte.

—¿Los golpearon? ¿Dónde están?

—El otro chico ya está de vuelta en su casa, fue él quien nos contó. Pero nadie tiene noticias de David.

Me invadió el peor de los presentimientos, no podía ser verdad lo que escuchaba.

Corrí hasta mi cuarto y busqué entre mis cosas el casete que él me había regalado hacía exactamente cuatro años. Las manos me temblaban, no era capaz de controlar mis movimientos. El nudo en la boca del estómago me impedía respirar con normalidad. Me dolía el pecho. No era capaz de pensar con claridad. No encontraba el maldito casete, por lo que tiré al suelo de un solo golpe todo lo que había arriba de aquella repisa. No estaba donde creía que lo había puesto. De un salto, fui hasta la mesa de luz y revolví dentro de los cajones. Ahí lo había guardado. Rompí la caja plástica sin querer por los nervios. Me urgía sacar de dentro el papel con la dirección de la casa de David. Dirección que tanto tiempo atrás me había anotado el dueño de las canchas de paddle.

Mi madre entró en mi cuarto con la expresión descolocada.

—Fabri... —tartamudeó.

Mi hermana debía de haberle contado lo ocurrido. Nos miramos por un segundo, los dos teníamos los ojos inundados de temor.

—¿Qué vas a hacer, hijo?

—Voy a hablar con su padre.

—Te acompaño, no podés manejar en ese estado...

No la escuché, para cuando completó la frase yo ya estaba en la calle poniendo en marcha mi auto.

Había quince minutos entre nuestras casas, pero creo que llegué en menos de cinco. No recuerdo siquiera el trayecto que hice. Se me dificultaba razonar, hasta ver con claridad el camino.

Lo único que podía repetirme, una y otra y otra vez, era: "Por favor, que no le haya pasado nada grave".

La calle donde vivía mi amigo era oscura y no había sido asfaltada. No tuve cuidado de los baches ni de las piedras que se me interponían, solo quería llegar hasta la dirección anotada en aquel papel amarillento. Me estacioné en la puerta. Dudé algunos instantes al darme cuenta de que todas las luces estaban apagadas. Seguía alterado, no podía darme cuenta de cómo proceder.

Con Davo casi no nos habíamos dirigido la palabra en el último año y medio, ¿qué le iba a decir si era él quien me recibía?

Tomé coraje y bajé del auto.

No encontré un timbre, por lo que golpeé la puerta con mucho más ímpetu de lo que hubiera deseado. Nadie respondió, por lo que repetí el llamado.

—¡¿Quién es?! —gritó un hombre desde adentro.

—Me llamo Fabrizio, vengo a ver a David.

—¡David no está!

Dudé una vez más, pero estaba por explotar a causa de la preocupación. Sin volver a sopesarlo, insistí con los golpes.

—¡Abramé! —grité.

—¡¿Quién sos? ¡¿Qué carajos te pasa?! ¡¿Qué es lo que querés a esta hora?! —el hombre abrió la puerta enfurecido.

—Preciso ver a su hijo, me dijeron que tuvo un accidente.

—¡Yo no tengo más hijo! —escupió con un gesto de asco en el rostro—. Y no tuvo ningún accidente, le dieron su merecido por maricón, por estar besándose con otro hombre.

Sus palabras podrían haberme paralizado, pero al verlo, solo pude pensar en que al fin tenía frente a mí al tipo que había aborrecido en silencio durante tanto tiempo.

Poder verlo y escucharlo era todavía peor de lo que había anticipado.

¡Qué ganas me dieron de descargar sobre él todo el odio que me había generado durante esos cuatro años!

Gracias a Dios, algo me detuvo, porque creo que hubiese sido capaz de matarlo a golpes. Sin otra manera de descargar lo que me invadía, apreté los puños y lágrimas de impotencia comenzaron a caer por mi rostro.

—Dígame por favor dónde está David, cómo está y por qué no está en su casa —me escuché decir, mordiendo las sílabas, que surgían de mi boca con dificultad.

Me miró desde arriba hasta abajo con desprecio. Tuve el presentimiento de que medía mi contextura para enfrentarme físicamente.

—¡¿Dónde está David?! —le grité.

—En el hospital está. Y mandate a mudar antes de que pierda la paciencia.

Sacudí la cabeza.

Hacía un esfuerzo inconmensurable para no perder los estribos.

—Usted no merece tener un hijo como David —le escupí, mientras iba caminando hacia atrás; impulsado por la repulsión que me causaba—. Un día se va a arrepentir de todas las cosas que le ha hecho, de cuánto lo hace sufrir. La vida pone en su sitio a los hijos de puta como usted, solo espero estar cerca para verlo. No se olvide de lo que le estoy diciendo: un día usted se va a lamentar de esto.

No sé de dónde surgió aquello, ni cómo me subí al auto o me alejé del lugar.

Los siguiente que viene a mi mente es el sobresalto por un bocinazo de un auto al que casi choco.

Tenía la vista nublada por el llanto.

Estaba completamente enceguecido por el miedo.


Busqué desviarme de la avenida para estacionarme e intentar recomponerme.

Golpeé el volante con la palma de las manos un par de veces.

Necesitaba descargarme.

Aunque de inmediato pensé que ya tendría tiempo para hacerlo y para sentirme culpable por no haber estado junto David. Por haberme alejado. Por no haberlo cuidado y defendido como siempre me había dicho que debía haber.

Lo urgente en ese momento era encontrarlo; saber qué tan grave había sido la golpiza.

Solté el aire de los pulmones tratando de controlar mi pulso.

Solo debía decidir a qué hospital acudir primero.

No pararía hasta encontrarlo.

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