TAMBIÉN LO RECUERDO TODO

By Gastohn

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¿Sabes qué siente realmente tu artista favorito? Davo ha sido durante tres décadas el actor y cantante más co... More

PRIMERA PARTE
1. Davo
2. Davo
3. Davo
4. Davo
5. Zeta
6. Zeta
7. Zeta
8. Zeta
9. Zeta
10. Zeta
11. Zeta
12. Zeta
13. Davo
14. Davo
PRENSA
15. Zeta
16. Zeta
17. Zeta
18. Zeta
19. Zeta
PRENSA
20. Davo
21. Zeta
22. Zeta
23. Zeta
24. Zeta
25. Davo
26. Zeta
27. Zeta
28. Zeta
29. Zeta
31. Zeta
32. Davo
33. Zeta
34. Zeta
35. Zeta
36. Zeta
37. Zeta
38. Davo
39. Zeta
40. Zeta
41. Zeta
42. Zeta
43. Zeta
44. Zeta
45. Zeta
46. Zeta
PRENSA
47. Davo
Carta
49. Davo
50. Zeta
51. Zeta
52. Zeta
53. Zeta
54. Zeta
55. Davo
56. Davo
57. Zeta
58. Zeta
59. Zeta
60. Zeta
61. Davo
62. Zeta
63. Zeta
64. Zeta
65. Davo
66. Zeta
67. Zeta
68. Zeta
PRENSA
69. Davo
SEGUNDA PARTE
70. Davo
71. Davo
72. Zeta
73. Zeta
74. Davo
75. Davo
76. Davo
77. Zeta
78. Zeta
PRENSA
79. Davo
80. Davo

30. Zeta

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By Gastohn


A la semana siguiente, jueves por la tarde, tuvimos la primera clase de Educación Física. A partir de ese año los deportes escolares se practicarían en el mismo club donde yo entrenaba fútbol y no en el último piso de la escuela como había sido hasta entonces. Dejé el auto en el estacionamiento y caminé los doscientos metros hasta los vestuarios masculinos atravesando las canchas de césped sintético, que estaban todavía vacías. Entré a aquel cuarto inmenso buscando con la mirada a David, estaba seguro de que lo encontraría allí, pero no lo vi. Lo mismo ocurrió la semana siguiente y la que le siguió; al igual que los cinco años que habíamos cursado juntos, seguía escapándole a la materia. Ese último día, parecía que el profesor también lo esperaba, porque cuando terminamos el partido y estábamos en el vestuario a punto de bañarnos, preguntó por él, mientras chequeaba algo en una carpeta.

—¿Alguien sabe algo de Basinas?

Nos miramos entre todos.

—¿Nadie tiene idea de por qué no está viniendo? —insistió.

La negativa fue generalizada.

Soltó la carpeta sobre un banco con un gesto de fastidio.

Me encaminé hacia las duchas pensando que debía hablar con él para convencerlo de asistir antes de que fuera sancionado; inclusive, podía venir conmigo en el auto.

Cuando volvía hacia mi locker, escuché algo que prefería no haber tenido que oír.

—Mejor que no venga —dijo alguno de los chicos—, lo único que falta es que tengamos a un puto acá, para que nos esté mirando mientras estamos en pelotas.

Los demás rieron.

—No le digas así, che, que es buen pibe —reconocí la voz de Javier.

Me había detenido justo antes de ingresar a la zona donde estaban todos, podía escuchar lo que se decía sin que advirtieran mi presencia.

—Ay él, defendiendo a su novia que estudia danzas —gritó uno.

—Tené cuidado a ver si te contagia de SIDA y te cagás muriendo —saltó otro más, también riendo.

—¡¿De quién mierda están hablando?! —los enfrenté enfurecido.

—Parece que Basinas es trolo, ¿no escuchaste que hace ballet?

Me le fui encima, desbordado por la ira. Enceguecido. Envestí a aquel pobre diablo con todo el peso de mi cuerpo y la totalidad de mis fuerzas. Lo arrastré hasta la pared, donde su espalda golpeó con violencia.

—¡¿Qué carajos estás diciendo?! —le escupí en la cara.

—¡¿Qué te pasa?! ¡No es para tanto! ¡Ya ni siquiera son amigos!

Volví a empujarlo contra el muro, aún más enojado; queriendo liquidarlo con la mirada. Sentía ganas de estrangularlo. Hacer que se callara de una buena vez.

Nunca me había sentido así, estaba fuera de mí.

Aun arrinconando al que tenía en mis manos, me volteé increpando al resto, fijando mis ojos en cada uno de ellos.

—¡Al que vuelva a escuchar hablando mal de David, le voy a romper la cara! ¡Y si me entero de que alguien le dice algo de esto a él o se burla, les juro que se van a arrepentir de haber nacido!

Las expresiones de desconcierto se tornaron en un ambiente tenso. Las miradas se cruzaban inciertas, nerviosas. Decidieron hacer de cuenta que nada había ocurrido, bajaron las cabezas y continuaron con lo que habían estado haciendo. Solté al idiota que tenía sujeto contra la pared, golpeándolo en el pecho con el puño a modo de advertencia.

"La próxima no la vas a sacar tan barata", le grité en silencio.

Nadie más volvió a emitir palabra.

Me alejé de él y fui hasta donde había dejado mi ropa.

Mientras me vestía podía sentir la rabia contenida fluyendo por mi cuerpo. Estaba fuera de mí, actuaba de manera autómata. No quería tener que ver, o escuchar a nadie. Reprimía el impulso de salir corriendo de allí. Alejarme de todos. Sentía que si me quedaba un minuto más y alguien retomaba el asunto, iba a arrepentirme.

Abandoné el vestuario masticando el sabor agrio de la impotencia. Me crucé con el profesor que volvía a entrar y lo pasé de largo. Me miró extrañado, se había perdido todo el espectáculo.

—Campeón, ¿qué pasó? —me gritó cuando ya había recorrido un par de metros.

Apresuré el paso para llegar hasta mi auto, cualquier cosa que hiciera o dijera me iba a jugar en contra.

A lo lejos, distinguí la figura de alguien recostado sobre el lateral del 147, tal vez aguardándome. Resoplé preparándome para lo peor, pensé que podía ser el idiota que había golpeado, no había vuelto a fijarme en él. Bajé la cabeza y seguí a paso firme.

Casi llegando, vi que se trataba de Javier.

—Qué grande que sos, tano. Gracias —lanzó.

—¿Gracias por qué, Javi?

—Por defender a David.

Me encogí de hombros mientras desllaveaba la puerta. Tiré el bolso en el asiento trasero y le hice una seña para que se subiera. Aceptó la invitación con otro gesto y se ubicó en el asiento del acompañante. No dijimos más nada hasta abandonar el predio.

—¿Vos ya sabías? —inquirió.

—¿Qué cosa? —pregunté secamente.

Me sentía incómodo.

—Que estudiaba danzas.

—Desde hace un par de años.

—Yo me enteré el año pasado.

Otra vez nos sumimos en el silencio.

—¿Te llevo hasta tu casa?

—Bueno, dale. Gracias.

Tomé avenida Catamarca, ya que por esa ruta me quedaba de paso donde él vivía.

—Que haga danzas no quiere decir nada —balbuceó.

—No me importa lo que quiera decir, si escuchás a alguno de esos pelotudos repetir la mierda que dijeron ahí dentro, me lo decís; yo me voy a encargar de cerrarles el pico.

—Te tienen miedo, eh. ¿Viste la cara que pusieron? —rio.

—Tampoco me importa eso, Javi. No me gusta que se burlen de la gente.

Me estudió por un instante, pero no agregó nada.

Anduvimos varias cuadras sin volver a hablar.

—¿Y cuándo vas a venir a vernos tocar? —soltó finalmente.

—El día que Caro tenga algo que hacer y yo esté libre.

—Pueden venir los dos, si quieren.

—Nah... prefiero evitar peleas.

Asintió, aunque su expresión denotaba que no entendía lo que le decía.

—Vivís acá a la derecha, ¿no?

—Sí, dejame en la esquina, así podés seguir de largo.

—Tranquilo. Ya que estoy te dejo en la puerta.

Cuando estacioné, me miró fijo y sus labios formaron una línea recta, como si quisiera agregar algo más y no se animara.

—¿Te veo mañana? —pregunté, necesitaba quedarme solo.

Asintió pensativo y me extendió la mano para despedirse.

—Gracias, tano; de verdad. Lo que hiciste no tiene precio. Sos el capitán del equipo, todo el mundo te respeta; es importante que les pusieras ese límite.

También asentí, recapacitando sobre lo sucedido.

—David no habla mucho —continuó—, pero yo sé que tiene quilombos en su casa, y no estaría bueno que ahora lo empiecen también a joder con esto en la escuela. Creo que lo afectaría mucho.

—Ya te lo dije, vos dejámelo a mí.

—Por supuesto, amigo.

—Escuchame... —dudé—. No se te ocurra contarle lo que dijeron ni nada de lo que pasó allá adentro.

—No, claro que no.

Asentí por última vez más.

Qué sensación tan horrible me carcomía por dentro. Nunca me había sucedido cosa semejante. Era peor que si me hubiesen atacado a mí, yo sabía cómo defenderme. Era capaz de poner a cualquiera en el lugar que se mereciera. Pero Davo...

Un nudo me apretó la garganta.

Javier abrió la puerta y se bajó del auto sin quitarme los ojos de encima.

—Gracias por haberme traído, tano.

—De nada...

Cerró la puerta.

—Javi...

Se apoyó en el hueco de la ventanilla baja.

—Sí...

—Cuidaloa David, por favor. Es mucho más vulnerable de lo que parece.

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libro original Autor : Hannah Grace