TAMBIÉN LO RECUERDO TODO

By Gastohn

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¿Sabes qué siente realmente tu artista favorito? Davo ha sido durante tres décadas el actor y cantante más co... More

PRIMERA PARTE
1. Davo
2. Davo
3. Davo
4. Davo
5. Zeta
6. Zeta
7. Zeta
8. Zeta
9. Zeta
10. Zeta
11. Zeta
12. Zeta
13. Davo
14. Davo
PRENSA
15. Zeta
16. Zeta
17. Zeta
18. Zeta
19. Zeta
PRENSA
20. Davo
21. Zeta
22. Zeta
23. Zeta
24. Zeta
25. Davo
26. Zeta
28. Zeta
29. Zeta
30. Zeta
31. Zeta
32. Davo
33. Zeta
34. Zeta
35. Zeta
36. Zeta
37. Zeta
38. Davo
39. Zeta
40. Zeta
41. Zeta
42. Zeta
43. Zeta
44. Zeta
45. Zeta
46. Zeta
PRENSA
47. Davo
Carta
49. Davo
50. Zeta
51. Zeta
52. Zeta
53. Zeta
54. Zeta
55. Davo
56. Davo
57. Zeta
58. Zeta
59. Zeta
60. Zeta
61. Davo
62. Zeta
63. Zeta
64. Zeta
65. Davo
66. Zeta
67. Zeta
68. Zeta
PRENSA
69. Davo
SEGUNDA PARTE
70. Davo
71. Davo
72. Zeta
73. Zeta
74. Davo
75. Davo
76. Davo
77. Zeta
78. Zeta
PRENSA
79. Davo
80. Davo

27. Zeta

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By Gastohn


Desde que David había suspendido su asistencia a las clases de inglés, mi madre no había vuelto a verlo. Varias veces ella insistió en preguntar si nos habíamos peleado, repitiéndome siempre que los buenos amigos son escasos y que debía aprender a dejar de lado enojos absurdos y saber dar el primer paso en pos de una reconciliación. Yo me limitaba a mirarla con fastidio y daba por terminado el asunto con mi silencio.

Lamentablemente, las cosas se habían configurado para que yo no fuera el único vínculo que Davo tenía con la familia; una noche Mina golpeó, por primera vez en años, la puerta de mi habitación.

—¡¿Qué pasa?! —grité impaciente desde la cama, donde me encontraba leyendo para una lección del día siguiente.

Entró sin esperar a que la autorizara.

—Pasá tranquila, nomás. Como si fuera tu cuarto —me quejé.

Se sentó a mi lado y se quedó mirándome.

—¿Viniste solo para observarme o pensás hablar en algún momento? —espeté.

—¿Cómo estás? —preguntó con cara extraña.

—Bien, gracias —respondí con sarcasmo.

—Mmmm...

—"Mmmm", ¿qué? ¿Por qué todo el mundo en esta casa me pregunta a cada rato cómo estoy?

—Porque se te ve raro.

—¡Pfff! —bufé.

—Y sí: vivís en la calle y cuando estás en casa te quedás encerrado en medio de este desorden. Ya ni sos capaz de sentarte con nosotros a la mesa.

—Para nada, no es así.

—Y, encima, estás de mal humor todo el día. Como ahora.

—Disculpame, ¿cuándo te acordaste vos de que somos hermanos?

—No es justo que digas eso. Siempre me acordé. Solo que ahora estás más grande, podemos hablar de temas más interesantes.

La miré con ganas de mandarla al demonio.

—¿Cómo está tu noviazgo? —suspiró.

—Bien. Muy bien, gracias. ¿El tuyo? —volví a mostrarme sarcástico.

—Me peleé la semana pasada.

—No puedo decir que lo lamente, porque era bastante idiota el pobre flaco ese. Ni papá se lo bancaba.

—Papá no se banca a nadie —retrucó.

—A mí nunca me hizo ningún problema con Carolina.

Blanqueó los ojos.

—Esa mosquita muerta —soltó entre dientes.

—Epa... se te habrá escapado. Pensé que eras su amiga.

—Esa no es amiga de nadie. Una verdadera amiga no se enredaría con mi hermanito menor.

—No seas celosa, Mina, ¿querés?

—No soy celosa, digo lo que me parece.

—¿Y qué te parece? —dije, inclinándome hacia ella con ironía, clavando mis ojos en los suyos.

—Me parece que quiere apartarte de todos, que se acercó a mí nada más para estar cerca de vos y que, ahora que están juntos, no me da más pelota.

—¿Ves? Estás celosa.

—Bueno, cambiemos de tema; no me interesa hablar de esa.

—Y de qué querés hablar, ¿para qué viniste?

—¿Qué leías? —se desentendió, fingiendo leer la portada del libro que había soltado al otro lado de la cama.

—Mina...

—OK, OK... Va a venir David el próximo sábado.

Me quedé mirándola con incredulidad.

—Me estás cargando —solté.

—No.

—¿Para qué viene?

—Nos dieron una tarea en la clase de teatro y yo ofrecí la casa para que nos reunamos. Van a venir él y otros seis compañeros, porque tenemos que ponernos de acuerdo sobre qué obra vamos a preparar para la muestra de fin de año. Como la casa es grande y tenemos el quincho vacío donde podemos ensayar, no vi por qué no hacerlo aquí.

—¿Y qué tal está?

—¿Mi grupo de teatro?

—No te hagás la tonta, Mina. David.

—Ah... ¿Y por qué no se lo preguntás vos?

Resoplé y miré para hacia la ventana.

—¿Qué pasó aquella noche que llegaron borrachos? —quiso saber.

—No pasó nada —dudé—. ¡Y nunca llegamos borrachos!

—Hicieron un ruido terrible cuando entraron, hasta mamá se levantó para ver qué estaba pasando. Menos mal que el viejo estaba de viaje, si no los mataba.

—Mentira... Se hicieron una película.

—¡Nene, de verdad! Te juro que también me levanté asustada y me encontré con mamá parada ahí, en el pasillo, queriendo saber qué pasaba. Ustedes dos estaban en el baño. Le dije que no se preocupara, que seguro estaban bien.

—¿Por qué me lo decís recién ahora?

—Qué se yo —alzó los hombros—. No te olvides que mamá ya tuvo otros dos hijos adolescentes, ambos con sus correspondientes borracheras. ¿Qué te íbamos a decir? Además, la vieja adora a David. Y yo, ahora que tuve oportunidad de tratarlo mejor, entiendo por qué. Lo que no me entra en la cabeza es la distancia repentina que los dos mantienen.

—Te juro que no pasó nada en particular —mentí —. Es la vida, nada más.

—Seguro que es culpa de Carolina.

—¡No, Mina! ¡No sé por qué todos me vienen con lo mismo! ¡Ni por qué siempre me hablan de David, como si fuera el único amigo que he tenido en la vida!

—Porque eran muy cercanos, Fabrizio. Estaban todo el día juntos y de golpe no se hablan.

Me mordí los labios para no desubicarme, me molestaba de sobremanera que se entrometiera en mis asuntos.

Odiaba tener que pensar al respecto.

—A mí me daban envidia, ¿sabés? —dijo, esta vez buscando ella mi mirada—. Ojalá yo hubiera tenido alguna vez una amistad tan linda como la que tenían ustedes.

Al escucharla, la rabia se convirtió en algo que me estrangulaba la garganta y que se sentía demasiado pesado como para poder evadirlo.

No me gustaba sentirme así.

—¿A qué hora van a venir el sábado? —quise saber.

—A las tres de la tarde.

—Está bien, me aseguraré de no estar, no quiero molestarlos.

Como Bea un par de días atrás, el gesto de mi hermana no disimulaba su desacuerdo.

—Como vos quieras —se puso de pie—. Me voy a dormir, que es tarde. Mañana me toca abrir la empresa, otra vez. Porque papá está viajando, de nuevo. Vaya uno a saber por dónde y cuánto tiempo.

Asentí sin decirle nada.

La acompañé con la mirada hasta la puerta, disimulando el malestar que me dejaba. Antes de salir, se volvió hacia mí, recostó su cuerpo contra el marco y frunció la boca por algunos segundos. Estuve a punto de pedirle que se marchara de una vez, pero una parte de mí quería escucharla. No era extraño por aquel tiempo que me sintiera contrariado. Mi cuerpo dividido en dos partes que se contradecían.

Mi cabeza luchando contra el corazón.

—Él tampoco cuenta nada sobre ustedes. También se niega a responder cada vez que le pregunto.

—Es que no pasó nada —balbuceé.

—Pero yo sé que le hacés falta, como también sé que lo extrañás. No hay que ser un genio para darse cuenta de eso. Tal vez sería bueno que te quedaras el sábado e intentaras arreglar las cosas.

Sus palabras me golpeaban como un puñetazo en la boca del estómago, pero opté por el silencio. No era raro en mí esconder lo que me sucedía, sobre todo cuando me hacía sentir vulnerable.

Mina abandonó mi cuarto sin agregar nada.

Me levanté y cerré la puerta de un golpe.

Me sentía frustrado.

¿Por qué todo el mundo tenía que meterse en donde nadie los llamaba?

¿Acaso yo me inmiscuía en sus vidas?

Ofuscado, me dejé caer sobre la cama destendida, queriendo convencerme de que lo que me invadía era rabia.

Pero no lo era.

Podía negarle a todos lo que me ocurría, pero no a mí mismo.

Mina tenía razón: extrañaba a David.

Lo extrañaba tanto que me sofocaba.

Pero no era posible que volviéramos al mismo sitio en que habíamos estado antes de aquella noche.

Ya no había retorno hasta ese punto.

Nada era lo mismo entre nosotros.

Y loque era, me aterraba.

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