Capítulo 63

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De pronto, Menguele le pidió una bandeja de plata y un cubo. Eliana le obedeció inmediatamente sin rechistar y sobre la bandeja introdujo la apéndice , y el cubo lo puso en el suelo para que la sangre cayera dentro. El doctor se retiró del hombre dejándolo allí vivo todavía y observándole en toda su agonía al lado de Eliana, que miraba al suelo a punto de vomitar. Cuando el hombre ya murió de dolor y desangrado, Menguele miró su reloj y dijo:

-Una hora. No está mal, pero los he visto mejores. Este era demasiado resistente.

Eliana escuchó esa frase y sintió un miedo intenso que consumía sus fuerzas lentamente.

-Que suerte has tenido, este hombre que ves aquí no supo hacer lo que acabas de hacer tú. Es decir, ayudarme. Aunque has estado algo lenta, has estado aceptable. Te necesitaré más veces aquí.-dijo él-

¿Significaba eso que quien no cumpliera sus órdenes a su gusto moría como un perro, totalmente desangrado?.

-Sí señor, prometo no fallar...-dijo Eliana sin tener valor de mirarlo a la cara-

-Ya que nos vamos a conocer un poco más, creo que deberías conocer varias reglas: Si tengo un mal día, ponme una canción sobre la patria, si te digo que me pases los materiales que necesito me los pasas, si te digo que cortes, cortas. Sé rápida, odio la lentitud.

Eliana sólo supo asentir, ahora más le valía hacerlo lo mejor posible para no acabar como ese hombre, que murió de dolor entre su propia sangre. Dos soldados acompañaron a Eliana a su barracón y allí comenzaron las preguntas. Ella contestó que estaba bien, que era la ayudante del médico, cuando de pronto, una muchacha de tez morena, de mediana edad, con la cabeza rapada y los ojos marrones se acerca a la joven.

-No te habrás creído eso de que eres su ayudante, ¿no?.-preguntó Jaia, pues así se llamaba-

-¿Por qué no?.

-Sus promesas o lo que él te haya dicho no valen nada. Ese hombre que dices que ha matado también era su ayudante, y solo estuvo un par de días. Siento decirte esto, pero a mi parecer creo que eres su próxima víctima.

Eso hizo que su corazón latiera con ganas.

-Necesito buscar a mi madre...Necesito ir a verla.-dijo Eliana-

-Yo voy contigo.-interrumpió Clara-

Ambas se agarraron de la mano y salieron del barracón en busca de Kiva antes de que empezaran las horas de trabajo. Caminaron hasta llegar al que creían que sería el barracón de su madre, a la cual no abrazaban hacía años. Sin miedo y con voz alta, la llamaron por su nombre y a lo lejos se vio una mujer levantarse de su barraca y mirar a quién decía su nombre. Al reconocer a sus hijas, corrió hacia ellas con los pies descalzos y las tres se fundieron en un fuerte y emotivo abrazo. Kiva vio a sus hijas hechas ya unas mujeres, bueno, Eliana ya lo era y Clara iba en camino. No hubo demasiado tiempo para preguntas puesto que unos pasos aproximándose interrumpieron el encuentro. Se guardó silencio por unos segundos hasta que Kiva reconoció el sonido de esas botas.

-Es ella...-especuló Kiva-

-¿Ella?.-preguntó Eliana confusa-

-La bestia...

Eliana no entendió quién era "ella" cuando por la puerta y con su fusta aparece la bella Irma Grese sonriente y con nuevas ideas para divertirse a costa del sufrimiento de sus víctimas. Nada más ella aparecer, las mujeres que estaban en el barracón formaron filas unas al lado de otras centrando la atención en la mirada tan perversa que usaba contra todas ellas. Sus piernas caminaban con suma elegancia hacia ellas, su pelo rizado se movía al compás de sus pasos. Dio un pequeño rodeo para ver cuál de todas ellas era la correcta para su próxima barbaridad hasta que entre ceja y ceja, se le metió Eliana por el simple motivo de conservar todavía su belleza y su buen aspecto físico que la hizo enfurecer, cosa que Irma odiaba cada vez que veía a una presa más guapa que ella. Irma se puso frente a Eliana sonriente y la pobre sólo pudo bajar la cabeza. Clara cogió lentamente la mano de su hermana y la apretó con fuerza como si de la última vez se tratara.

-Fuera camisetas.-ordenó Irma sin quitarle el ojo a Eliana-

Todas las mujeres obedecieron de inmediato y se quitaron las camisetas dejando al descubierto los pechos. Eliana sintió vergüenza, nunca se había sentido en una situación tan avergonzada y deseó que la mujer que tenía delante, se muriera lo antes posible. Con grandes ansias, Irma agarró con fuerza el pezón izquierdo de Eliana y lo retorció, pero ella ni siquiera se inmutó aunque le doliera, así que por lo tanto, la cruel Irma probó nuevamente, sólo que esta vez más fuerte hasta conseguir que gritara de dolor, un dolor con el que la rubia salvaje se excitó sexualmente. Clara lloraba intentando que sus lamentos no llegaran al oído de Irma, y aunque estaba asustada no soltaba la mano de su hermana pasara lo que pasara. Kiva intentó frenar el ataque que esa horrible mujer estaba utilizando contra su hija y recibió unos cinco latigazos en ambos pechos para que no volviera a interrumpir. Luego volvió a la carga contra Eliana, con la que ahora utilizó su fusta cinco veces más hasta hacerle sangrar los senos.

-¡Para por favor!.-gritaba Eliana entre dolor-

Irma al escuchar sus súplicas se detuvo y contempló a todas las demás, ordenándoles que se tumbaran en el suelo boca abajo y que se pusieran a hacer flexiones sin descanso. Orden que también obedecieron de inmediato. Las mujeres comenzaron a hacer flexiones sin parar por muy cansadas que se sintieran, ya que les iba la vida en ello. Eliana tuvo un par de intermedios en los que se tuvo que detener por falta de aire, pero enseguida volvió a seguir cuando recibió fustazos en la espalda. Y así, durante una hora entera hasta que le entró la gana de retirarse, yéndose satisfecha. Kiva, Clara y algunas mujeres socorrieron a Eliana, que no tenía fuerzas para levantarse de lo dolida y cansada que se hallaba.

-Necesito agua...-dijo Eliana-

-Voy a buscar a Nevin, él sabrá qué hacer.-dijo Clara-

-¡No!. No lo llames, no quiero preocuparlo.

-Eliana, podrás ser mi hermana mayor, pero no te pienso hacer caso esta vez, necesitas ayuda y lo sabes.

-Búscalo y ten cuidado.-le pidió Kiva-

Clara se puso de nuevo su camiseta de rayas y salió en busca de Nevin sin tener ni idea de dónde encontrarlo sin que sospecharan los de alrededor.


Los barracones de Auschwitz (Editorial Dreamers) Where stories live. Discover now