No entramos al cine. Fuimos a dejar a Sam y a Ling a sus respectivas casas y después Max y yo regresamos a la nuestra en absoluto silencio. Max se mostró molesto, pensativo y hasta cierto punto ausente e insistía en mantenerse en silencio al responderme sólo con monosilabos.
Él tenía claro la magnitud de lo que acababa de vivir, pero no le reproché nada, también había tenido un día duro y supuse que ambos necesitábamos llegar a casa, recostarnos, relajarnos y dejar el tiempo pasar.
Y así lo hicimos.
Me encerré en mi habitación el resto del día y no quise cenar. Papá y Miranda se preocuparon e intentaron indagar para saber qué había pasado, pero yo solo necesitaba tiempo y espacio para volver a olvidar. De niña fui al psicólogo y recibí mucho amor y comprensión, sin embargo eso no significaba que al ponerlas bajo el sol las cicatrices todavía dolieran un poco.
Max continuó distante. Él también se mantuvo encerrado en su propio espacio y no me buscó. No sabía cómo sentirme al respecto. Es decir, tenía claro que él también había vivido un momento desalentador, pero esperaba un poco más de su parte... Esperaba que me abrazara, besara y susurrara a mi oído que lo superaríamos.
Esperaba mucho, quizá...
Aún así, convencida de que no tenía nada de malo tomar la iniciativa, después de media noche abrí su puerta, entré a hurtadillas a su habitación como tantas noches antes, palpé un poco su cama y me recosté a su lado.
Él notó mi intrusión, se acomodó mejor entre sus sábanas, me permitió apoyar mi cabeza sobre su hombro y me envolvió entre sus brazos... Pero no habló... Continuó en silencio.
¿Pensaría que no querría hablar?
¿Era él quien no quería hablar?
Nunca lo platicamos, pues esa fue la última noche que pasamos juntos.
----------------
Dibujo de Suhail a los siete años, publicado en el grupo de Facebook Tatiana M. Alonzo - Libros, por Ayelen Caprini.