Max & Suhail ©

By TatianaMAlonzo

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Disponible aquí en Wattpad y en librerías. -Levanta un poco tu vestido cada dos pasos -me aconseja papá. Esta... More

Prólogo
1. Max
2. Suhail
3. Max
4. Suhail
5. Max
6. Suhail
7. Max
8. Suhail
9. Max
10. Suhail
11. Max
12. Suhail
13. Max
14. Suhail
15. Max
16. Suhail
17. Max
18. Suhail
19. Max
20. Suhail
21. Max
22. Suhail
23. Max
24. Suhail
25. Max
26. Suhail
27. Max
28. Suhail
29. Max
30. Suhail
31. Max
32. Suhail
33. Max
34. Suhail
35. Max
36. Suhail
37. Max
38. Suhail
39. Max
40. Suhail
41. Max
42. Suhail
43. Max
44. Suhail
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46. Suhail
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48. Suhail
49. Max
50. Suhail
51. Max
52. Suhail
53. Max
54. Suhail
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56. Suhail
57. Max
58. Suhail
59. Max
60. Suhail
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64. Suhail
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66. Suhail
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68. Suhail
69. Max
70. Suhail
71. Max
72. Suhail
73. Max
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75. Max
76. Suhail
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78. Suhail
79. Max
80. Suhail
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82. Suhail
83. Max
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86. Suhail
87. Max
88. Suhail
89. Max
90. Suhail
91. Max
92. Suhail
93. Max
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98. Suhail
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100. Suhail
101. Max
102. Suhail
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108. Suhail
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122. Suhail
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148. Suhail
149. Max
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158. Suhail
159. Max
160. Suhail
161. Max
162. Suhail
163. Max
164. Suhail
165. Max
166. Suhail
167. Max
168. Suhail
169. Max
170. Suhail
171. Max. FINAL

120. Suhail

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By TatianaMAlonzo

—¿Enloqueciste? —me preguntó Ling cuando la llamé para contarle. No descarté la posibilidad—.  ¿Quién eres y dónde está la verdadera Suhail? ¿Qué hiciste con ella?

Acomodé mi cabello hacia un lado con incomodidad. Fue difícil explicarle a Ling mis motivos. 

—Necesito estar segura de algo.

—¿De qué Max es un imbécil? Porque yo llevo años confirmándolo. No necesitas arriesgarte para estar segura de eso.

Esto va más allá, Ling

—Te prometo que estaré bien.

—No. No hay forma de que esto termine bien.

Dame un poco de crédito. —Eso es exactamente lo que quiero saber.

—No te entiendo.

Claro que no. Ni yo misma me entendía del todo. 

—Ling...

—Te juro que no te entiendo.

—No voy a llegar lejos. No si no me siento cómoda. 

—Terminarás mal.

—Es un riesgo, sí. Tengo que irme. Llámame si hay avances con Sam o si únicamente quieres hablar. 

No cené esa noche y por estar pensando en el mar de posibilidades que representa arriesgarme con Max, tampoco pude conciliar el sueño fácilmente. Estaba consciente del riesgo. Sabía que iba a llorar. Aún así, necesitaba saber si podía tener o no un futuro con Max. El conocer el por qué Max iba rápido el día del accidente despertó mi curiosidad y mi deseo. ¿Me quiere más de lo que él mismo supone?  De igual manera quería ayudarlo a empezar su terapia. Es solo que... también tenía mis dudas sobre si su interés en mí, físico o emocional, podía más que su miedo y negatividad. Pronto lo averiguaría.

Al día siguiente escuché a Max y a Miranda salir temprano de casa para ir a terapia. Bajé a desayunar e hice lo más duro que podía hace en esos días. Esperar. ¿Max estaba listo para ir a terapia? ¿Estaba lo suficiente interesando en mí como para resistir? Era demasiada incertidumbre. 

Horas más tarde escuché el coche de Miranda aparcar. Paciente, esperé a que papá instalara a Max en su habitación para salir yo de mi propia habitación. 

Tenía miedo de enfrentar a  Max. ¿Todo había salido bien? ¿Se sentía mejor? Mis dudas se disiparon al escuchar a Miranda tocar mi puerta. 

—Suhail —me llamó para que abriera. Se oía triste.

Suspiré y abrí mi puerta. Al ver su semblante percibí que esto no iba a ser tan fácil. 

—Hola, cariño, yo... —La mirada de Miranda se veía perdida.

—Le fue mal —dije, tratando de adivinar que había pasado.

Miranda asintió. —No quiere ver a nadie.

Miranda y yo lo habíamos platicado un día antes: El médico dijo que el éxito de la terapia dependía de la actitud de Max. Miranda y yo teníamos claro que actitud era esa. Sin embargo, quisimos darle una oportunidad. Quisimos darnos a nosotras mismas una oportunidad.

¿En qué lugar me dejaba eso? ¿Seguiría en pie mi plan?

No intento que nadie comprenda por qué tomé la decisión que tomé con la finalidad de que Max aceptara a ir a terapia. Ni siquiera él. Pero en mi corazón, pese a mi desconfianza, necesitaba que todo saliera bien. Miranda me platicó que a Max se le dificultó apoyarse en un pasamanos. Le costó mantenerse de pie. Su actitud tampoco ayudó mucho. Lo pensé. A mi se me dificultaba permitir que alguien, que no fuera papá o Max, me viera o tocara. Confiaba en Max. Por eso precisé  la opción de ayudarnos mutuamente. El con su terapia y yo con mi confianza. ¿Iba a funcionar? ¿Ganaríamos los dos o yo, como lo predijo Ling, terminaría llorando?

Pensando qué hacer, miré en redondo mi habitación hasta que mis ojos se posaron en algo interesante. En algo que había pasado por alto hasta ahora. Esto servirá.

Esperé a que tanto Miranda como papá se alejaran de la habitación de Max para entrar. La puerta estaba abierta. No puedo imaginar lo difícil que era para él ni siquiera poder levantarse a cerrar una puerta. 

—Vete —escuché decir a Max al darse cuenta que entré a su territorio. 

Ni siquiera quería mirarme. En parte estaba segura de que me echaba la culpa por lo mal que le había ido durante la terapia.Por lo mismo me cuestioné si quizá lo estaba presionando demasiado. A lo mejor él tenía razón y debimos darle tiempo. 
Sin hacer caso a su aparente indiferencia, hice mi camino hasta su cama y coloqué sobre su estómago el objeto que llevaba en mis manos. Una vasija enmendada.

Max la miró confuso. —¿Qué es eso?

Kintsugi —dije, esperando darme a entender lo suficiente.

Max seguía sin comprender, miraba la vasija con desconcierto. —Suhail, ¿qué mierda...

—Así se llama: Kintsugi —repetí, señalando la vasija—. El arte de hacer bello y fuerte lo frágil.

Agarró con fuerza el puente de su nariz. Intentaba tenerme paciencia.

La vasija que coloqué sobre su pecho se había roto en al menos doce pedazos. Sin embargo, alguien la había vuelto a unir colocando oro en sus grietas. El Kintsugi llamó tanto mi atención que rompí mi propia vasija y participé en un taller artesanal en el que me enseñaron cómo repararla. 

—Al buscar palabras que valiera la pena aprender encontré esa —expliqué, recordando a Max mi amor por las palabras—.  Kintsugi . Cuando los japoneses reparan objetos rotos lo enaltecen rellenando las grietas con oro —Le mostré a Max las hendiduras alrededor de la vasija que destacaban con precisión en cuántos pedazos se había roto esta—, pues creen que cuando algo ha sufrido un daño y tiene una historia, se vuelve más hermoso.

Max me miró como si se preguntara si perdí la cabeza. Suspiré y continué explicando:

—Los objetos no sólo quedan reparados sino que son más fuertes, ya que el objetivo principal es que en lugar de tratar de ocultar los defectos y sus grietas —le señalé con más ímpetu la vasija—, estos se acentúan y celebran, pues se convierten en la parte más fuerte de la pieza restaurada. Los objetos como esta vasija son más valoradas que los que nunca se han roto, aceptando que son más bellos por haber estado rotos, pues en lugar de considerar que pierden valor, al repararlos se crea una sensación nueva vitalidad.

Max negó con la cabeza. —Suhail...

Pude ver en su rostro que se estaba esforzando en evitar ser cruel conmigo.

—Se trata de resiliencia, Max —insistí—. Resiliencia.

—¿Esa es otra palabra que aprendiste? —preguntó, cansado. Me pregunté si nunca vería con interés las cosas que a mí me causaban fascinación. 

—Sí... y también es una de mis favoritas.

Max se veía pálido y cansado. Muy cansado. Su voz se escuchaba ronca y mucho más amenazante de lo acostumbrado. No me odies por querer ayudarte. Más tarde le pediría a Miranda platicarme qué pasó durante la terapia.

—¿Por qué haces esto? —me preguntó, retirando la vasija de su pecho para volver a entregármela. Me preparé mentalmente para recibir más disparos de crueldad—. Te he tratado mal toda la vida, Suhail —empezó—. De niños te hice cuanta maldad se me ocurrió y en secundaria dudaba si defenderte o no del acoso. Era un imbécil. Sigo siendo un imbécil. ¿Por qué haces esto? —Me miró esperando una explicación coherente—. ¿Por qué? Y también dime qué tengo que hacer para que te alejes.

Coloqué la vasija a un lado y le dí la espalda para no mirarlo a los ojos en lo que intentaba explicarme. 

—Para empezar, de niños nos hicimos maldades mutuamente —le recordé—. Segundo, no era tu responsabilidad ayudarme en secundaria. Aún así, al final me ayudaste... Lo mismo de niños. Ya sabes... con el fantasma.

Me volví otra vez para mirarlo. Su rostro se había relajado un poco. —Ojalá hubiera tenido el valor de ayudarte más. Merecías que te ayudara más. 

—Tenías ocho años.

Me acerqué a él para acariciar su cabello. Por un lado me sentía extraña de que, debido a su condición, no se moviera de un lado al otro como lo hacía antes. Max es de naturaleza inquieta. Por lo mismo, supuse, la inactividad era más difícil para él que para algún otro.

—Y ya ves —continué—, dices que te hubiera gustado hacer más. Eso me dice mucho, Max. Mucho. No dejes que yo me arrepienta de lo mismo en algunos años. Déjame ayudarte.

Si Ling te escuchara hablar en este momento comprendería muchas cosas. 

—También me animaste a practicar —recordó—. Si soy músico es gracias a ti y a... papá.

—¿Ya ves? —le sonreí, confiando en que lo estaba convenciendo—. Nos ayudamos mutuamente, Max. Sabemos reconocer cuando nos necesitamos. Déjame unir tus pedazos —le insistí—. Kintsugi.

Esperé su respuesta. Di que sí. Di que sí...

—No te merezco —dijo, negando con la cabeza. En su voz había dolor.

—Deja que yo decida eso.

Mi idea era acompañarlo a terapia y animarlo a salir de la cama. Estaba convencida de que podía hacer muchas cosas por él si tan solo me lo permitiera. Sin embargo, nuestra conversación se vio interrumpida por un jaleo que tenía lugar bajo la cama. Una caja moviéndose. 

—¿Qué ra... —Max me hizo una seña para que bajara mi tono de voz.

—Lo vas a asustar —susurró. 

Así, estirándose, un gato de pelaje amarillo salió debajo de la cama y nos miró con prudencia.

—Es el gato más feo del mundo, ¿no? —rió Max al verlo. En parte cierto, pues aunque las heridas de Gilmour habían cicatrizado, parte del rostro y una oreja aún se veían terribles.

—¡Kintsugi! —le recordé a Max, golpeando su hombro.

—¡Ay!

—Él también está en medio de proceso de sanación —le recordé—. También es resilente.

Max puso los ojos en blanco. —Te puedo apostar que lo único que le interesa a ese gato es saber si sabes deletrear croquetas o atún.

Ladeé un poco mi cabeza y observé a Gilmour. Claro, resiliente o no necesitaba comida. 

—Ahora vengo —les dije a ambos, empezando a hacer mi camino hacia la cocina. Sin embargo, antes de marcharme me volví para mirar a Max, según yo, con coquetería—. Recuerda que te debo algo por haber ido a terapia. 

Él suspiró. —Más tarde —dijo, sin mucho ánimo y desvió su atención a Gilmour.

Ese gesto no me mostró con precisión si tenía o no razón y Max, quizá, me veía como algo más que un pecho desnudo. No obstante, si decía mucho de si mismo: Max dejando un par de tetas para más tarde. ¿Tan mal le había ido en terapia?


Al volver de la cocina con las croquetas para Gilmour, procurando verme animada, retomé nuestra conversación; sin embargo, Max, insistiendo en estar cansado, me interrumpió y me pidió dejarlo solo. 

—Ten piedad de mi y también cierra la puerta.

Antes de marcharme miré durante unos segundos a Max. Él veía su ventana. Deduje que desde su cama no alcanzaría a ver más allá del descansillo. De cualquiera manera, puede que solo estuviera pensando. Al final lo dejé solo pese a que mis pensamientos se quedaron con él y todavía me preguntaba por qué, como cosa rara, estaba más interesado en reflexionar que en un pecho desnudo. 



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Kintsugi ♥ 

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