Capítulo 110. Un último baile

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| AÑO 153 DG |


El tiempo ha pasado volando... Los años se han ido junto al viento tal y como las hojas amarillas, anaranjadas y marrones que se desprenden de los árboles y caen al suelo.

El otoño ha llegado a Ciudad República, y a todo el hemisferio Norte del mundo.

Y se siente. En verdad se siente. Una inmensa tranquilidad, una inmensa angustia, una inmensa paz y un inmenso caos... Pero las ciudades siempre suelen ser así, en un punto tienes paz y en el otro, guerra. Es algo que nunca se detiene, y sus habitantes están acostumbrados a ello.

Quienes viven en Ciudad República hace años están acostumbrados a que el caos predomine en las calle, pero no hablamos de un caos casi apocalíptico en el que hay Maestros Sangre sueltos por ahí ni tampoco un escenario en el que naves no identificadas tiran bombas sobre la ciudad. Es un caos más cotidiano, que se traduce en bocinazos, griteríos, pequeños hurtos...

Con el paso de los años Ciudad República se convirtió en lo que podría ser considerado como el eje del mundo entero. Ganó gran fama tras el Movimiento de Restauración de la Armonía, siendo cientos de miles los que, aburridos de vivir en su tierra natal, decidieron apostar por la suerte de aquel "gran sueño" que este nuevo país ofrecía, por lo que migraron hacia sus tierras.

Al principio fue difícil, eso nadie puede negarlo. Un pequeño país que apenas se formaba... El que recibiera a tantos inmigrantes fue una completa locura, en especial porque sus ciudadanos lo único que querían era estar tranquilos, y porque llegó un punto en el que ya no quedaban edificios en donde albergar a los miles que llegaban día tras día.

Por unos meses hubo incluso una crisis a la que Kori Morishita, Gran Concejala en aquellos momentos, no supo responder de buena forma. Miles de personas durmiendo en las calles, las tiendas saqueadas, realmente parecía que el país se derrumbaría tras apenas haber nacido. No fue así, u hoy no se estaría hablando de una fuerte y gloriosa Ciudad República.

Una Ciudad República que se levantó de los escombros de cada crisis y cada problema que tuvo. Una Ciudad República que a pesar de las dificultades, pudo darle albergue a todos aquellos que llegaban a su suelo para crecer, trabajar, vivir y ser felices. Una Ciudad República que se hizo grande en base a su gente, valiente y segura de sí. Sus ciudadanos eran ganadores, no iban a dar por sentado al país solo porque faltaban algunas camas o raciones de comida.

Como siempre lo hizo, la República Unida siguió adelante. Con sus héroes legendarios, e incluso sin ellos. Lo que se ha vivido ahí con el paso de los años ha sido sumamente extenso, nadie tiene dudas de que hay miles de historias para contar y tan solo si se cuentan a los grandes héroes que juraron siempre proteger la paz de Ciudad República. Si nos extendemos a sus ciudadanos, a quienes viven en sus calles y respiran el aire más urbano, esto sería un escrito eterno.

Pero ahora, el otoño ha llegado a Ciudad República y con él, el frío. Pero no un frío desolador y que te deja sin ganas de vivir, en el que si te quedas un segundo quieto te congelas al instante. Era un frío que acompañaba, que te seguía hacia donde ibas y que te hacía despertar. Quizá en el centro de la ciudad, gracias a los edificios, las más grandes ventiscas no se sentían tanto, pero en lugares como el Templo Aire de la Isla la temperatura descendía cada vez más.

 Quizá en el centro de la ciudad, gracias a los edificios, las más grandes ventiscas no se sentían tanto, pero en lugares como el Templo Aire de la Isla la temperatura descendía cada vez más

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