Capítulo 108. Larga vida a la Reina Mai

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En el centro de la habitación, una fogata da calor en aquel frío invierno... Rodeándola se ubican los miembros de la Familia Real, sentados todos en sillones individuales salvo dos jóvenes, que se ubican en un sillón de dos plazas y se miran entre sí con suma preocupación. Ninguno de los presentes lleva la mejor de las caras. Parecen estar esperando algo, o a alguien.

-Llevamos casi dos horas aquí, ¿cuánto más deberemos esperar?- Pregunta entonces una mujer de unos 50 años, quien lleva el cabello castaño y largo hasta los hombros.

-En situaciones así se necesitan hacer todos los estudios que el doctor crea justos.- Le responde una mujer de lentes cuadrados y cabello negro lacio.

-Esto no me gusta nada. Me recuerda a cuando mi padre...- Dice la mujer, cortándose a sí misma al recordar aquel día en el que su padre, Ikem, debió despedirse de la vida.

-Estoy segura de que ella estará bien. No hay razón que nos haya alterado en los últimos tiempos como para creer que algo malo pueda suceder.- Habla la misma mujer de lentes cuadrados de antes, quien debe tener unos 40. –Sigamos esperando, estoy segura de que mi padre llegará...

De pronto, las grandes puertas son abiertas de par en par por dos Guardias Imperiales.

-...en cualquier momento.- Termina su oración la Princesa.

Tanto Izumi como su esposo Malik y la Duquesa Kiyi se ponen en pie cuando ven la figura del Señor del Fuego entrar en la sala. Inclinándose ante su entrada, se mantienen en silencio a la espera de que el gran líder de la familia diga algo. Si no fuese por el protocolo, todos ya habrían saltado sobre él preguntándole por la salud de la Reina Mai, la cual les ha mantenido en vilo.

-Gracias, Duquesa Kiyi, por haber vuelto de su viaje a Isla Ember tan pronto mi halcón llegó a usted; y a usted, Príncipe Iroh, por suspender sus pruebas para soldado interno para las Fuerzas Unidas en Isla Ember.- Habla el Señor del Fuego Zuko con completa seriedad.

-Sabe, padre, que todos estaremos aquí cada vez que lo necesite. Y todos necesitamos estar aquí para proteger y asegurar el bienestar de la Reina Madre.- Habla el joven Iroh, de unos 18 años. -¿Cómo está ella?

Zuko piensa y espera un momento antes de contestar, sin saber que todos en la habitación están aguantando la respiración, desesperados internamente por saber qué sucede.

-Estable.- Responde finalmente Zuko, con todos en la sala suspirando. –El doctor le ha hecho todas las pruebas que ha creído necesarias, y todo parece haberse alineado para que pueda finalmente descansar en paz, sin ningún tipo de alteración física.

Y aquello fue suficiente para que a todos les volviese a faltar el aire.

-Define "descansar en paz".- Le pide Izumi, avanzando hasta su padre con la mirada fija en este. –Padre, ¿mi madre, ella...?- Intenta preguntar algo que le resulta difícil de creer.

Sin atreverse a responder nada, Zuko decide caminar hasta una cómoda en donde hay varias estatuillas de cerámica, la mayoría hecha por su amada Reina y otras que él hizo, con ayuda de ella claro pero que no se salvaron de la poca paciencia que Zuko tenía para esas manualidades, y que terminaron siendo aplastadas o quemadas por el joven Señor del Fuego de aquel tiempo.

Sonriendo un poco, Zuko evita que las lágrimas caigan por sus mejillas y se queda allí por un momento, de espaldas a su familia que le espera y observa fijamente. Sin haber recibido ninguna respuesta por parte de su padre, Izumi termina por desesperarse y enfadarse, frunciendo el ceño como tantas otras veces lo ha hecho y partiendo de la habitación sin decir más.

Haciendo amague de seguirla, Malik se detiene al ver que aquello acaba de ser muy escandaloso, algo que Izumi siempre evita. Con los años ella se ha convertido en una mujer mucho más seria y fina. En su juventud era más rebelde y obstinada, pero con el tiempo fue aprendiendo de sus padres a seguir la corriente, y la corriente era la Realeza, la seriedad y la "buena clase".

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