EL PRÍNCIPE Y LA PERLA 5 (SPANISH)

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Singto, tras un leve gruñido, dejó la taza sobre la mesa. Sin embargo no debió haber calculado bien la distancia ya que, segundos después, ésta cayó sobre el suelo rompiéndose en pedazos.

- "No pasa nada, ya lo recojo yo..." - exclamó Krist desde algún lado de la estancia.

"Sigue aquí. No importa lo que haga... no se va", pensó el joven príncipe mientras apretaba sus dedos contra la tela de los pantalones.

Hacía ya varias semanas que Krist había comenzado a trabajar en el palacio y, desde entonces, no había tenido ni un segundo de paz. Cada mañana se presentaba en su cuarto y lo obligaba a levantarse y desayunar, a moverse por la habitación e incluso a sentarse en el balcón para, según él, tomar un poco de sol. Algo que hubiera agradecido si no fuera porque todo lo que realmente deseaba, realmente, era enterrar su rostro en su almohada y no despertar más... dejar ese mundo completamente oscuro y hundirse en sus sueños y pesadillas, que al menos eran en color.

Pero nadie entendía eso, mucho menos el joven que, en ese instante, se movía a su alrededor. Posiblemente recogiendo los trozos de la porcelana rota.

Krist era cabezota, decía siempre lo que quería y, sin duda, no debía ser muy feo que digamos por cómo reaccionaban las sirvientas que venían cada tres días a limpiar la habitación. Aunque tampoco era como si a él realmente le importara el físico del joven, tal vez antes... cuando aún podía ver y se dedicaba a pintar todo lo que consideraba hermoso en el mundo. Pero ya no... ya nada de eso importaba.

- "Mueve un poco el pie a la derecha..no, espera..aquí" - musitó el joven en cuestión mientras bordeaba con sus dedos el tobillo de Singto y hacía que lo colocara a unos centímetros de distancia.

Un leve aroma a mar llegó a la nariz del príncipe que, sin poder evitarlo, aspiró con fuerza. 

Esa era una de las cosas que más le gustaba de Krist, aunque jamás se lo diría... ese aroma que le hacía desear caminar por la arena de la playa y disfrutar de la suave brisa mientras las olas bañaban sus pies descalzos. 

El había adorado hacer eso tanto que... casi todos los días... había salido del castillo sin que nadie lo viera y se había marchado a disfrutar de la soledad y la calma que reinaba en la pequeña playa que bañaba el acantilado donde se erguía el palacio. Esa había sido su manera de escapar del tumulto de los preparativos de su boda con Sam.. de buscar algo de tranquilidad donde poder pensar en que, en pocos meses, iba a estar casado con alguien al que quería, pero sólo como a un hermano.

Esos habían sido días tumultosos, días en los que apenas podía dormir... preguntándose si, tal vez, no se había equivocado al aceptar la propuesta de matrimonio. Sin embargo, tras el accidente todo eso había quedado atrás... ya no había boda que preparar y sus padres, dolidos con todo lo que estaba pasando, habían preferido dejarlo a cargo de su hermana.

Su vida se había vuelto monótona, vacía... hasta que Krist había aparecido una mañana con su risa llena de felicidad y esos ademanes imposibles de obviar.  Cuando el joven quería una cosa, no paraba hasta conseguirla.

Como esa mañana.. que lo había obligado a sentarse a la mesa y desayunar cuando, tras recibir la noticia del próximo matrimonio de su ex con una noble de su reino, sólo había querido quedarse en la cama y no salir en todo el día. Y ahora, no contento con eso, se le había ocurrido la brillante idea de darle un baño... 

¡Un baño!

"Que huelo mal..", se dijo, refunfuñando, a la vez que recordaba las palabras de Krist.

¡Y es que no había nada más lejos de la verdad!

Las sirvientas le limpiaban todas las mañanas, con suaves telas húmedas y perfumes de rosas y flores silvestres. Un aroma que muchos habían adorado durante las fiestas que se habían llevado a cabo en palacio.

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