EL PRÍNCIPE Y LA PERLA 3 (SPANISH)

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Krist miró la muda de ropa que le acababan de colocar en sus manos para, inmediatamente después, volverse hacia su amigo. Por unos segundos todos creyeron ver un gran interrogante en su rostro. 

- "No entiendo... ¿hay algún problema con lo que llevamos puesto?" - preguntó Ming, haciendo que varias risitas se oyeran a sus espaldas. 

La rolliza mujer suspiró, asintió y, tras señalar hacia una puerta, les instó a que la acompañaran.  

Instantes después estaban en una pequeña habitación donde, en grandes estantes de madera, se encontraban almacenados una gran cantidad de frutas y verduras.

Krist miró sus brillantes colores para después volverse hacia la mujer. Ésta sonrió para después encogerse de hombros.

- "Será mejor que os cambiéis de ropa antes de que alguien más os vea. Sería un escándalo. Uniformes de mujer...de verdad que no se quien ha podido cometer un error como éste." - murmuró mientras lanzaba una mirada a sus ayudantes que, intentando aguantar la risa, los observaban desde el otro lado de las cocinas.

El más mayor de ellos, sin embargo, negó con la cabeza.

- "Yo no les he dado nada... es la primera vez que los veo" - dijo el hombre con gesto aterrado.

La mujer, tras unos segundos de silencio en los que no apartó la mirada de éste, suspiró con cansancio.

- "Al final lo que no haga una misma..."- murmuró en voz tan baja que sólo Krist, a su lado, puedo escucharla - "Vamos.. no perdáis más tiempo"

Tras lo cual salió del pequeño cuarto, cerrando la puerta a su espalda.

Krist hizo un leve gesto para después, con preocupación, mirar hacia Ming que, completamente rojo, se dejaba caer sobre una pequeña y vieja silla que había en una de las esquinas.

Inmediatamente después se llevó las manos a su cabeza.

- "De mujer...ropa de mujer...." - musitó mientras miraba sus piernas llenas de pelos para después volverse hacia una ventana desde donde podía ver a los demás cocineros y pinches de cocina que, ya trabajando alrededor de los fogones, llevaban puesto algo muy diferente.

Pantalones...

Llevan pantalones...

Krist suspiró, recriminándose por no recordar que los machos y las hembras de la especie humana no se vestían igual. Pero claro, la última vez que había estado en el mundo humano había sido hacía ya bastante tiempo y.. si no lo recordaba mal, su hermano había sido el que lo había vestido.

"Pero en fin... sólo es un pequeño contratiempo, no pasa nada... ahora sólo queda encontrar la perla de mi hermano y listo... todo se solucionará..."

...

..

.

Mientras Krist y Ming intentaban descubrir cómo se ponían las ropas que acababan de recibir, en una de las recámaras del ala principal del palacio un joven suspiraba mientras el médico le hacía beber una cucharada más de su tónico. Singto gruñó, sintiendo cómo el sabor amargo del líquido le quemaba la garganta.

- "¿Cómo se siente hoy, mi príncipe?" - preguntó el médico, con una leve sonrisa en sus labios.

- "Igual que ayer y que el día antes de ese...harto de todo y de esta vida que no vale la pena..." - murmuró, en voz baja, éste. Lo que hizo que su hermana Emma lo mirara con expresión descontenta.

- "Sing..."

- "Es que es la verdad, Emma... lo siento pero, por mucho que lo desees, esa dichosa medicina no funciona... sigo igual, sin poder ver nada"

Emma suspiró y, tras compartir una breve mirada con el médico, se despidió de su hermano tras prometerle que volvería en un par de horas. Instantes después se había marchado de la habitación, seguida de cerca por el doctor.

Singto, no bien se supo solo, suspiró y, con expresión cansada, se dio la vuelta en la cama para enterrar su rostro en la almohada.

Hacía ya varios años que vivía con su hermana y con su esposo Beam. Desde aquel día en el que su vida había cambiado bruscamente... y es que, sin duda, nadie sabe lo importante que es la vista hasta que ya no la tienes.

El joven suspiró, recordando sus cuadros... sus pinturas que, en un arranque de ira, había destrozado con sus propias manos. Y es que para qué las quería, si ya no podía verlas... ¡si ya no podía ver nada!

Un leve gemido se oyó en el dormitorio mientras Singto, con las manos apretando con fuerza la tela, recordaba cómo había sido su vida antes. Los lujos, los viajes, las inmensas maravillas que había visto y que ya no podría ver nunca más... y Sam.

Su Sam, con el que había estado prometido por años y que, nada más oír la noticia acerca de su ceguera, había desaparecido para después enviar una mera carta anunciando la ruptura de su compromiso.

Aunque claro, ¿ quién iba a querer a un joven inútil como él como marido? 

Nadie... esa era la verdad.

Ni siquiera podía comer solo, no lograba encontrar nada en su propia habitación y sus libros, esos que tanto había adorado leer, sólo eran ahora un estorbo.

Ninguna persona querría a alguien así a su lado... mucho menos Sam, que era el heredero al trono de su reino. 

Singto lo entendía, de verdad que sí... pero eso no evitaba que, por dentro, se sintiera completamente destrozado. Y es que jamás imaginó que las cosas entre ellos fueran a acabar de esa manera... mucho menos a unos pocos meses de la boda.

Era cierto que su unión no iba a ser por amor, al menos por su parte, pero siempre había creído que las palabras del hombre habían sido sinceras. Que sus juramentos de amor habían salido de su corazón.

"Te prometo que lograré que me ames... te haré feliz, ya verás...", le había dicho la misma noche en la que su padre le había informado de su oferta de casamiento.

Y él le había creído... había aceptado su propuesta y, poco a poco, había comenzado a abrir su corazón al hombre que, diez años mayor que el, siempre había estado a su lado...

Hasta ahora...

Singto, notando cómo sus ojos comenzaban a lagrimear, los cerró con fuerza y comenzó a contar hasta diez...

Unos minutos más tarde, ya más calmado, se sentó sobre el colchón y, tanteando con la mano, comenzó a buscar el borde. Un gruñido asomó a sus labios cuando, finalmente, sus dedos se quedaron sin poder tocar nada.

Entonces, con cuidado, comenzó a arrastrarse hacia ese lugar. Su mente, sin embargo, ya estaba ocupada intentando recordar dónde era que  estaba la mesita con el vaso de agua...

"A la izquierda...", se dijo mientras se inclinaba hacia ese lado.

Sin embargo, justo cuando su mano alcanzó la fría madera del mueble, unos dedos rodearon su muñeca y, con mucho cuidado, lo llevaron hasta el vaso de cristal que había estado buscando.

- "¿Quién..?" - exclamó Singto, tras soltarse con un movimiento brusco que el recién llegado no esperaba, haciendo que éste diera un par de pasos hacia atrás.

Singto frunció el ceño para después volverse hacia el lugar donde había oído la última de las pisadas.

- "Ho... Hola.. Yo...mi nombre es Krist y, desde hoy, soy quien le va a traer sus comidas... encantado de conocerlo, príncipe Sungto" 


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