74.Lovegood sin toque.

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Desde la colina podía imaginar sin escuchar, aquellas risas que me hacían tan feliz.

El no estrecho la mano de Harry.

Pero el ojo que no estaba apuntando hacia su nariz se deslizó directamente a la cicatriz en la frente de Harry.

—¿Estaría bien que pasásemos? —preguntó Harry—. Hay algo que nos gustaría preguntarle.

—No... no estoy seguro de que sea aconsejable —susurró Xenophilius.
Tragó y echó un vistazo rápido alrededor del jardín—. Es bastante sorprendente... caramba... yo... me temo que pienso que realmente no debería...

—No llevará mucho —dije, ligeramente decepcionada por esta bienvenida poco cálida.

Pues esperaba algo más de brillo y esperanza por su parte.

—Yo... oh, está bien entonces. Pasen, rápido. ¡Rápido!

Apenas habíamos cruzado el umbral cuando Xenophilius cerró con fuerza la puerta tras nosotros.

Nos encontrábamos en una de las cocinas más peculiares que había visto.

La habitación era perfectamente circular, por lo que parecía que estábamos en un pimentero gigante.

Todo estaba curvado para encajar en las paredes, el hornillo, el fregadero, y los armarios y todos habían sido pintados con flores, insectos y pájaros de brillantes colores primarios.

Creí reconocer el estilo de Luna: el efecto, en un espacio tan cerrado, era ligeramente abrumador. En medio del suelo, una escalera de hierro en espiral llevaba a los pisos superiores. De la parte de arriba llegaba un montón de estrépito y estruendo: Me pregunte lo que podría estar haciendo Luna.

—Es mejor que suban—dijo Xenophilius, todavía con aspecto extremadamente incómodo, y encabezó la marcha.

La habitación de arriba parecía ser una mezcla de salón y lugar de trabajo, y siendo eso, estaba todavía más atestada que la cocina. Aunque mucho más pequeña y completamente redonda, de alguna manera la habitación me recordaba a la Sala de los Menesteres, tal vez era por los montones de muebles y lo pequeña que era o porque podíamos encontrar cualquier cosa en aquellos rincones.

Había pilas sobre pilas de libros y papeles en cada superficie. Delicadas maquetas hechas a mano de criaturas que nadie, ni siquiera Hermione reconoció, todas batiendo las alas o cerrando las mandíbulas, colgaban del techo.

Luna no estaba allí: la cosa que estaba armando tanto jaleo era un objeto de madera cubierto de ruedas dentadas que giraban mágicamente. Parecía la extraña prole de un banco de trabajo y una vieja estantería, pero tras un momento, deduje que era una prensa antigua, por el hecho de que estaba produciendo en masa revistas El Quisquilloso.

—Perdónenme—dijo Xenophilius, y se acercó hasta la máquina, agarró un mantel sucio de debajo de la inmensa cantidad de libros y papeles, que se cayeron al suelo, y lo lanzó sobre la prensa, amortiguando de alguna manera los ruidosos estallidos y estrépitos. Entonces miró a Harry.

—¿Por qué han venido aquí?

Sin embargo, antes de que Harry pudiera hablar, Hermione dejó escapar un pequeño grito de conmoción.

Destruida. (Draco Malfoy). [Libro#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora